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El mayor encanto de París es poder amar con el máximo de libertad. Las mujeres no son solamente misteriosas por la mirada, sino también por esa coquetería carnal que es el principio mismo de la moda parisina. Yo no soy de aquellos que creen que el amor más puro es un amor de eunuco por un maniquí de hielo. Reconozco que es un enigma profundo planteado a la inquietud humana esta alianza en el amor de lo espiritual y lo material, pero esta unión mística nunca me ha parecido vil. Además, el deseo es a veces ¡ay! obligado a bastarse a si mismo, pues si el amor es siempre libre, no es menos dramático. Y es en el cine que el deseo de amor está más cargado de patetismo y poesía. Bellas mujeres de la pantalla, héroes perfectos, súcubos e íncubos modernos, presidís encuentros milagrosos. Bajo vuestra egidía, con el favor de las tinieblas, las manos se estrechan y las bocas se unen y esto es perfectamente moral. Esos amores en la sombra honran este siglo. En vano el pudor indecente que hace estragos luchará contra esta llama, el amor triunfará siempre. Los impotentes, los mismo que proscriben a Charlot, queman los libros de Sade y recelan en su alma de las lujurias del fango, han cargado al cine de las múltiples cadenas de una censura imbécil. No veremos pues mujeres desnudas en la pantalla surgir milagrosamente en un paisaje maravilloso, no veremos pues los gestos armoniosamente múltiples y supremos del amor, pero el deseo de amor no sufrirá ninguna merma.

Ponte en guardia, censor, mira esa mano de mujer palpitar en primer plano, mira ese ojo tenebroso, mira esa boca sensual, tu hijo soñará esta noche y, gracias a ello, escapará de la vida de esclavo a la cual le destinabas. Mira ese actor tierno, melancólico y audaz -¿qué digo? ese actor: no esa criatura real y dotada de una vida autónoma-, más que seguro que en los brazos de carne, levantará a tu hija esta noche en su abrazo de celuloide y el alma de tu hija será salvada. ¿Porqué estas gentes, los primeros en ir a ver en los music-halls la fiesta que dan las girls con todo el lujo de su desnudez, tienen tanto miedo del universo cinematográfico? Su estupidez es lógica. Atisban que llave mágica de la imaginación se ofrece a los espectadores. Saben que prolongación la intriga exterior tendrá en las almas honorables. No desconocen la todopoderosa virtud liberadora del sueño, de la poesía y de esa llama que vela en todo corazón lo bastante orgulloso para no compararse a una pocilga. Pese a sus tijeras, el amor triunfará. Pues el cinema no es un instrumento de propaganda más que para las ideas brillantes. Bajo el pretexto de «honestidad» y de «moral» (¿cuál?) han pretendido proscribir el amor de la pantalla: se mantiene permanentemente. A la generación de cadáveres que pretende regirnos, abandonamos las cenizas del aguilucho y los útiles de los sepultureros. Que pretendan hasta hartarse instituir el imperio de los muertos sobre los vivos: nosotros guardamos toda nuestra disponibilidad para el amor y la revuelta. No impedirán tampoco lo primero atormentar nuestros corazones como no impedirán al acorazado Potemkin navegar a toda máquina por una mar serena, bajo un cielo atravesado por el golpeteo de los estandartes simpáticos y la palabra "¡Hermanos!", al grito de la cual se vienen abajo las murallas, mil veces gritada por los hombres de buena voluntad.

19 de marzo de 1.927


[Documents, incluido en Desnos, Oeuvres, Quarto Gallimard]