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La sociedad, las costumbres, la arquitectura, el arte, la literatura (su vocabulario y sus temas), las modas, la política, las tendencias sociales, los gustos públicos... Odio esta época.

He conseguido que M. Michaut, profesor de la Sorbona, lo reconociera: los profesores están para la gente que no aprendería nada por si sola. El saber que cuenta es el que uno se da a sí mismo, por curiosidad natural o pasión de saber.

En nada hay placer ni interés sin pasión. Hacer el amor como un deber, escribir como oficio, por ambos lados: nada.

Atropellaron al gato de una hotelera en la rue Christine cuando éste estaba absorto en el acecho de una rata. Apenada, la hotelera dijo: «ha muerto con honor».

Siempre he disfrutado más de mis penas que de mi felicidad.

Aún no he podido decir que prefiero: el placer del amor o el placer de escribir. Cuando siento uno es el otro. Creo que me moriré sin haber elegido.

Mi carbonero me trae carbón. Le pregunto por su perra, que conozco. Me dice que ha muerto. Me inquieto por saber si sufrió. «No. Murió dulcemente. ¡A fuego lento!» El toque profesional.

Me río de mí, por las noches, encerrado solo en mi habitación, sentado frente a mi pequeño escritorio, ante mis dos velas encendidas, del hecho de empeñarme en escribir. ¡Para qué lectores, señor!, en los tiempos que vivimos.

En cualquier cosa, lo que se da en llamar perfección, no tiene interés. La perfección no tiene personalidad.

El mejor momento de mi existencia: por la noche, entre medianoche y las dos de la madrugada, solo, en silencio, soñando con las mil cosas que ocupan mi mente.

¡No! Nada vale nada: ni el amor ni la amistad, ni el trabajo, ni ningún placer. Todo es mediocre, pasajero, infantil, sobrestimado.

No hay sentencias máximas ni aforismos de los que no pueda escribirse la contrapartida.

 

[Aforismos extraidos de Palabras efímeras, traducción de Joan Riambau para Visor]