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b) La poesía

«Desde hacía mucho tiempo me vanagloriaba de poseer todos los paisajes posibles y encontraba irrisorias las celebridades de la pintura y de la poesía modernas. Me gustaban las pinturas idiotas, rótulos, decoraciones, telones de saltimbanquis, enseñas, cromos populares; la literatura pasada de moda, latín de iglesia, libros eróticos con faltas de ortografía, novelas de nuestras abuelas, cuentos de hadas, libritos de la infancia, viejas óperas, estribillos bobos, ritmos ingénuos.» (Rimbaud, «Delirios II», Une saison en enfer.) [8]

Esta confesión de Rimbaud no es citada en Pierrot le fou, pero rige toda su estética. Y allí donde Rimbaud incluye en sus gustos, a la vez, el arte «noble» y el arte popular, Ferdinand (y con él, Godard) parece igualmente apreciar los dos al mismo tiempo. Las celebridades de la pintura (Picasso, Modigliani, Klee...) y de la poesía moderna58 (Prévert, Lorca, Pavese, Aragon...) hacen costado a las «pinturas idiotas» (el tigre Esso...), los rótulos y cromos populares (los numerosos neones: LAS VEGAS, RIVIERA), las novelas y revistas de aventuras policiacas, las páginas de revistas eróticas colgadas en los muros del apartamento o en el lugar de la tortura, los pieds nickelés, las melodías populares («Au clair de la lune», «Compère qu'as tu vu?», «Tout va très bien Madame la marquise» y las canciones de Delerue y Bassiak). El primer plano sobre Ferdinand presenta ya un «rótulo» significativo, puesto que indica «EL MEJOR DE LOS MUNDOS». Y, como Rimbaud con la poesía, Godard acepta, integra los subgéneros del cine, mezclando el film negro, la comedia musical, el film de aventuras, el «slapstick» de Laurel y Hardy con la tragedia del héroe que se suicida después de haber matado a quién amaba.

Y como Rimbaud en todo momento, Godard conoce las reglas que rigen su arte, las construcciones perfectas de las películas de Hitchcock o de Mankiewicz, las reglas que rigen los raccords y de este modo cada desviación es una figura significante, cada travelling «una cuestión moral». Pero estas reglas que han fundado un cine alabado por la nueva crítica de los Cahiers du cinéma59 son también aquellas utilizadas por los cineastas de «La qualité française» tan odiada por la nouvelle vague, y es de esta «antigualla» cinematográfica de la que quiere liberarse Godard utilizando por otro lado el cine como lo hicieron antes Einsenstein o Welles todo y sabiendo saludar la belleza de la simplicidad en Nicholas Ray o Howard Hawks.

Y si Pierrot le fou es una película sobre la libertad, es que Godard (y su personaje) sigue el mismo itinerario liberador que Rimbaud en «Le bateau ivre» luego en Une saison en enfer. Pues antes de ser una película libre, una película sobre la libertad, Pierrot es la película de una liberación. Como lo ha remarcado M.C. Roppards-Wuilleumier60, los invitados a la fiesta en casa de los Expresso parecen los puntos de amarre del «Bateau ivre», fijos en las imágenes coloreadas (rojas, verdes, azules después blancas) como «clavos desnudos en los postes de colores»; por supuesto su fijación, las coloraciones de la imagen, la desnudez de una de las invitadas permiten esta interpretación, pero veamos más allá en que son comparables a «amarres». Cada uno de estos invitados no tiene más conversación que el recitado perfectamente exacto de eslóganes publicitarios (Printil, Oldsmobile rockett 88, Elnett satin...) Como la esposa de Ferdinand recitando las cualidades de la faja Scandal. Pierrot desea liberarse de este pensamiento modelado, impuesto por una sociedad que el rechaza (Godard adherido a la ola contestataria de los años pre-70 como Rimbaud a la comuna del 71, es decir, que toma parte, pero de lejos). Huir no bastará para liberarse totalmente de este adoctrinamiento publicitario del cual es víctima él mismo (a menos que este juego de descontextualización sea voluntario61).

«Ferdinand: - Mete un tigre en mi motor.62

El gasolinero: - No hay ningún tigre aquí.

Ferdinand: ¡Entonces llénalo, y cállate!»

Cuando suelta las primeras amarras, es con un fracaso, y provocando un «barullo», al lanzar la tarta sobre los invitados con el fondo de la quinta sinfonía de Beethoven (notemos el renovamiento dramático del gag cliché del viejo slapstick). Y, una vez en el coche, los ruidos de truenos y la lluvia parecen «bendecir [bendice] su despertar marino» como la tempestad lo hizo con aquellos del barco ebrio de Rimbaud.

Es entonces un renacimiento el que se inicia para Ferdinand que remarca: «En necesidad, hay vida. Yo tenía necesidad. Estaba vivo.». [9] Y es Marianne, musa de su resurrección quien dice a Pierrot en su cama: «¡En pie los muertos!».

Pero las amarras no han sido todas sueltas, y la pareja se separa poco a poco; el cadáver sobre la cama63, luego Frank. Golpeado este, el último amarre parece eliminado, pero no han alcanzado todavía la libertad, siguen todavía la corriente del río. La 404 sigue siempre el curso del Sena pero el proyecto de huir es aceptado: «De todas maneras era el momento de abandonar este mundo asqueroso y podrido». Entonces la liberación se acerca con el mar y entran entonces en una nueva época, el descubrimiento de la libertad: «Capítulo ocho: Una temporada en el infierno». Pero Ferdinand piensa todavía en su mujer (alusiones, flash-back...), último obstáculo antes de la libertad, siente entonces todavía la muerte alrededor de él. Luego, finalmente, la vida triunfa, y el se vuelve libre:

«Hace diez minutos veía la muerte por todos lados, ahora, es lo contrario. Mira: el mar, las olas, el cielo... ¡Ah! La vida es quizás triste pero siempre bella porque me siento libre. Podemos hacer lo que queramos (zigzagea por la carretera). Derecha, izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda.»

Y entonces Marianne, catalizador de la liberación64, provoca el acto liberador:

«Marianne: - Él, bueno, es un verdadero tontorrón. Circula sobre una línea recta (Muestra la carretera delante de ellos): está obligado a seguirla hasta el fin.

Ferdinand: ¿Qué? ¡Mira!

Y Ferdinand se sale de la carretera, atraviesa la playa y el Ford penetra en el mar proyectando grandes chorros de agua (nuevo «barullo triunfante»). La libertad al fin conquistada, un nuevo capítulo se abre: «Capítulo ocho, una temporada en el infierno». Estos instantes de liberación son colocados bajo el influjo de Rimbaud.

«Marianne: - Una temporada en el infierno.

Ferdinand: - El amor está por reinventar.

Marienne: - La verdadera vida está en otra parte.»

Estas dos frases están extraídas de Une saison en enfer. ¿Qué interpretación podemos, en un primer momento, dar de este «Capítulo ocho: Una temporada en el infierno» ya pronunciado algunos minutos antes? ¿Esta temporada es aquella que empieza después de la liberación, aquella que acaba de abandonarnos o bien aún una suerte de subtítulo dado a la obra? En efecto, a partir de esta liberación van a vivir un episodio agradable para Ferdinand, su vida en «la isla misteriosa» del capitán Grant, dónde atraviesan sucedáneos de selvas, viven de la caza y de la pesca (¡Pierrot lo escribe en su diario pero los vemos también con los pescados al final de sus harpones!), están acompañados igualmente por un pequeño zorro, por un loro recordando, a un nivel más concreto, los paisajes encontrados por el barco ebrio así como los tópicos de la literatura «insular», de la vida salvaje de los autores y de las obras citadas: Julio Verne, Vendredi ou la vie sauvage, Paul et Virginie e igualmente Le petit prince (Pierrot habitante de la luna, el zorro...).