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Mientras él, afablemente y con gran simplicidad de lenguaje, para hacerse comprender por los dos simples, dice estas cosas, he aquí que sobre el blanco camino, tres sombras negras se afanan alrededor de un gran cajón que se puede a duras penas llamar automóvil. Son tres napolitanos iluminados en los ojos torcidos como profetas o tigres, con veinte centímetros de pierna de menos, y un negro.
Marcello y Ninetto llamados del deber cívico de dar una mano y empujar el cacharro cargado, lo hacen, a pesar de los callos, y la carrera de poco antes. Empujan y empujan por un quilómetro, pero el automóvil no arranca. Abatidos todos descansan sobre el asfalto de la carretera, y así se llega al discurso de los callos, y ni hecho aposta los napolitanos parece que tienen un remedio infalible, aunque un poco costoso, que hace desaparecer los callos para siempre etc. etc. A Marcello, sin embargo, se lo podrían dar por mil liras. El negro lo saca fuera, Marcello, lleno de esperanza lo observa, lo toca y finalmente lo compra, con el habitual discurso del paleto que hace un negocio etc. etc. Apenas terminada la operación, los napolitanos y el negro montan en el automóvil, y este, bien que crujiendo y explotando, parte. Entonces padre e hijo en el arcén de la carretera se quitán los zapatos y calcetines, y comienzan a untarse los pies con el ungüento milagroso. Y he aquí al cuervo con su tímida y un poco forzada risa filosófica. «Leer» dice, indicando la cajita. Pero los dos se enriedan un poco al leer: el padre se lo pide al hijo, que después de muchos esfuerzos logra decir en voz alta y por completo una frase incomprensible. Y el cuervo que le explica el significado: la pomada que se están refregando en los pies es un anticonceptivo. ¿Qué es eso de «anticonceptivo»? dicen los dos. ¿Qué es el «control de la natalidad»? (Marcello tiene ocho hijos). Y de aquí alegres discursitos del cuervo; sobre el verdadero gran problema del futuro, el exceso de población; este problema en la actualidad en India, en China; y además, el problema moral que implica el control de la natalidad; la posición de la Iglesia, el Concilio ecuménico...
Pero bajo sus palabras, seguidas de las caras de Marcello y de Ninetto que son un poéma de curiosidad verdadera o falsa, de obligada cortesía y de miradas al cielo como de quien siente los zapatos precisamente rotos, de miradas amigables, entre ellos, y de miradas cargadas de verdadero y mantenido respeto hacia el compañero de viaje -he aquí otros hechos, sucesillos, cosas y personas de cada día, en la tarde de sol, en la periferia de una gran ciudad: muchachos, bodas, soldados, fábricas nuevas de garrapatas, latitudes; y he aquí finalmente -cosa que no falta nunca- sobre un puentecito, una prostituta. (Presencia del subproletariado, desequilibrio entre el viejo mundo del hambre y de la miseria con el nuevo mundo del neo-capital etc. etc. Tiene de que hablar el buen cuervo...).
Una pandilla de carne de presidio en un automóvil pasa delante a la mujerzuela, todavía difícilmente visible, sobre su tapia. La acometen con una andanada de los habituales insultos indistintos, a los cuales ella indistintamente responde; después, más cerca, el automóvil con gangsters; se detiene junto a los bravos jovencitos, para azuzarlos contra la mujer. De medios discursos, se reconstruye una cosa enorme, esto es: la puta esta allí, hace la calle, para mantener a los gatos: el ejército de gatos hambrientos que vive alrededor del Panteón o a lo largo de Argentina. Los gatos en definitiva son sus sostenedores, o sus hijos, como mejor se prefiera pensar.
Los muchachos siguen la incitación de los mayores, y van a atormentar a la puta: que es un curioso espectaculo, enorme como la Soreghina (?), pero coja, con una rostro bellísimo, pero de loca. Es dulce cierto con los zampones de sus gatos, de los que los zampones humanos están envidiosos, pero es terrible con los pelmazos: y de hecho mete pronto en fuga a los muchachitos.
Todo esto visto fugazmente por tres que pasan. Pero he aquí que Marcello, poco más allá, sufre un terrible mal de estómago (¿las judías de la merienda? ¿el aire fresco de la mañana?): el hijo lo mira mosqueado. Pero indiferente se lanza tras los arbustos, alcanza el sitio de la mujer, la mira, llega a un acuerdo, van juntos al puesto.
El cuervo mientras tanto realiza con el hijo consideraciones humorísticas y ligeras sobre el problema de la prostitución, sobre aquella famosa frase de Fidel Castro: «No, nosotros no queremos suprimir con la fuerza a las prostitutas de La Habana: ellas desapareceran solas a medida que las condiciones de vida cambiarán»; y a partir de aquí consideraciones más extensas sobre la transformación «natural» de una sociedad después de una eventual revolución, de acuerdo con las condiciones históricas reales...
El padre regresa, pero como quien no quiere la cosa, ahora es el Ninetto quien resulta preso de violentos ataques de mal de estómago: deben haber sido seguro las judías, o la caminata matutina bajo el rocio. Escapa aguantando la panza entre las manos en medio de los matorrales. Alcanza a la mujer, llega a un acuerdo, va con ella al puesto.
Después los tres retoman el camino, con el cuervo que toma agudamente en broma a padre e hijo; él está excluido de aquella o de las otras cosas del mundo, pero comprende todo, humanamente, y por eso con humor y casi religiosa compresión etc. etc. Él viene así a hablar, siempre con facilidad y ligereza, del problema del sexo en la época moderna: sexo y moral arcaica o religiosa, sexo o moral real, o bien sexo y sociedad contemporánea; el amor libre del primer comunismo, la renuncia del comunismo a ésta su primera hipótesis; el moralismo marxista; el estalinismo; la crisis del marxismo en los años sesenta...
«LOS MAESTROS ESTÁN HECHOS PARA SER COMIDOS EN SALSA PICANTE» - GIORGIO PASQUALI
Camina que te camina, en un cierto punto, mientras el cuervo continua hablando, padre e hijo comienzan a cruzarse miradas. El padre, mirando con el rabillo del ojo al cuervo, abre y cierra la boca, haciendo el gesto de masticar; el hijo no entiende y guiñando los ojos expresa en silencio la pregunta «¿Qué?»; el padre vuelve a abrir y cerrar la boca; y así el diálogo continua largo rato con señales y guiños; pero los dos no se entienden porque el cuervo, aunque continua hablando, podría reparar en su desatención. Hasta que el padre se decide, pide al cuervo: «¿Permite?», se acerca al hijo, y en voz baja, como entre malandrines, le comunica que tiene hambre, que está hasta las pelotas del cuervo, y que le ha venido la idea del estirarle el cuello y comérselo. El hijo, primero es todo una profunda coloración de estupor, después es rapidamente cautivado y fascinado por la idea, y es todo una coloración de felicidad y de astucia. Dicho y hecho, se acercan al cuervo, pobrecillo, que esta vez no ha entendido y sigue, sigue hablando, le tiran al cuello, lo despluman y se lo comen.
Después de habérselo comido, retoman su camino, y van, van, de espaldas por el camino blanco, hacia su destino como en las películas de Charlot.
Traducción de Ferdinand Jacquemort