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Los halcones están evangelizados, conocen ahora la palabra de Cristo y, halconescamente, como pueden, entran en la gran familia de la Iglesia Católica apostólica romana. Todos contentos por el éxito. Fray Marcello y Fray Ninetto piensan ahora en la segunda parte de su misión: los gorriones.

Los gorriones no son difíciles de encontrar, vas por la calle y allí están.

Los dos frailes descienden del peñasco, y llegan a la plaza frente a la Iglesia de San Francisco (no importa que haya un evidente anacronismo, las fábulas no se han preocupado nunca, nota del a.), donde saltán los gorriones alegres y hambrientos. Fray Marcello comienza sus observaciones. Pasa el verano, llega el inverno, vuelve de nuevo el verano. Y Fray Marcello no ha entendido todavía nada.

Él, es cierto, ha aprendido a gorjear todos sus tonos. Prueba a gorjear, pero esto deja indiferentes a los gorriones. También Ninetto gorjea, muy hábil y graciosamente. Pero los gorriones nada. Continuan saltando, tic tic tic, tac tac tac, en sus asuntos.

Como ocurre aún muchas veces, viene el azar en ayuda de la ciencia. Y es la inocencia el vehículo del azar. Ninetto un bello día, aturdido como es, crío como es, cae preso de la excitación, y se pone a saltar, imitando a los gorriones. Y Fray Marcello es atravesado por el descubrimiento. ¡Eso es! ¡Los gorriones no hablan gorjeando, sino saltando! ¡Claro que sí! Sus saltos son regulares, tic, tic, tic, tic. Es necesario estudiar sus ritmos (una especie de alfabeto Morse, en definitiva, nota del a.). Y al cabo de pocas semanas Fray Marcello ha entendido el lenguaje rítmico de los gorriones.

Va al medio de la plaza, hace el signo de la cruz en recogimiento, y comienza, saltando, a predicar: tic, tic, tic, tac tac tac. Y Ninetto tras él, imitándolo como un mono, o como cuando uno que no sabe bailar aprende nuevos pasos de baile. Tic tic tic, tac tac tac. Algún gorrión comienza a comprender la danza y se acerca.

Tic tic tic, hace saltando, y quiere decir «¿Qué queréis?».

Tic, tic, tac, tac, tic, tic, responde saltando Fray Marcello y quiere decir: «Traeros la buena nueva». Muchos gorriones de buena voluntad se reunen alrededor, y la evangelización es de este modo una danza, un poco cómica, si queremos, pero muy inocente y por consiguiente grata al Señor.

Fundido.

También los gorriones son evangelizados, también ellos conocen la palabra de Cristo, y también ellos pajareramente, como pueden, entran en la gran familia de la Iglesia.

Todos contentos, Fray Marcello y Fray Ninetto deján Asís, y van en busca de San Francisco a través de la Umbria para contarle su gran éxito.

Caminan por bellos bosquecillos, entre arroyos y castillos. Y, en su alegría, Fray Marcello, como sabe, como puede, él que no es un hombre elegante, sino un campesino algo cómico, inventa una oración al Señor, limitándose a decir todo aquello que ve alrededor, como si fuera el rostro de Dios, y pese a que hay algo que no funciona, un crío que roba la miel, o una mujer que discute con el marido, paciencia. La belleza y la grandeza de Dios es tanta, que lo comprende todo.

Pero he aquí que mientras caminan tan contentos, y un poco exaltados por la oración, viene un halcón que se precipita sobre un gorrión, y lo mata.

Los dos frailes se quedan sin respiración, atontados. Después Fray Marcello estalla en lágrimas, y llora, llora como un ternerillo, como una mujercita, y aunque Fray Ninetto reía al ver al padre superior llorando de aquel modo, llora también él.

Después, tras las lágrimas Fray Marcello cae de rodillas y se dirige directamente a Dios: «Mira, como San Francisco me había encargado, yo he evangelizado a los halcones, y he evangelizado a los gorriones, los halcones en si te honran, y del mismo modo los gorriones te honran. ¿Pero por qué un halcón no recoce en un gorrión un halcón? ¿Por qué hay estas especies de halcones y de gorriones, y esta lucha entre ellos? ¿Qué puedo hacer, yo, pobre frailecillo, Dios, en tu nombre?»