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M. Cournot tiene en aquel momento una idea pedagógica extrema. Hace traer al Panteón todas las jaulas donde habitan los animales domesticados. Un león del Malí, una serpiente de Guinea, una tigre de Vietnam (la jaula de Algelia está vacía, M. Cournot se rasca la garganta, ehm, ehm) etc. etc. Entonces, ¿lo ve, el águila? Todos los animales del Tercer Mundo (incluido Ninetto del Prenestino), hablan, y hablan educadamente, cívicamente: el tigre, por ejemplo, no dice «Tengo hambre», sino «Tengo un poco de apetito».

Pero el águila calla.

«¡No, no, no, tu debes ponerte en relacción conmigo, y esta relación debe ser una relación dialéctica!», grita M. Cournot, fuera de si, al borde del infarto; y de hecho anda a ciegas, vacila y cae, entre los brazos de la mujer que vomita injurias contra el águila (injurias francesas, muy institucionalizadas: Merde, enfin!), y de Ninetto, que en cambio se dirige conmovedor al águila, en su dialecto, que establece rápidamente una complicidad «entre pobretones», buscando de convencerla a hablar («¡Venga! ¡Haz un esfuerzo!»).

Sobre M. Cournot medio muerto, se escucha ahora alzarse una voz estridente y potente: «¿Queréis de verdad saber qué hago?» Todos miran al águila, que se ha decido a hablar. «¡REZO!». M. Cournot queda profundamente turbado por aquella revelación.

Y es así como comienza una segunda fase de acercamiento «dialéctico» al águila. Empieza a leerle textos religiosos. Pascal: no, parece que Pascal no va bien... Quizás los poetas más modernos... a su modo religiosos... Rimbaud... La Pacem in terris, en fin...

Durante estas lecturas, que M. Cournot intenta realizar con calma, con amor pedagógico hacia la bestia, bien si de vez en cuando explota su furioso estado de indignación por la «escandalosa relación dialéctica» de la bestia con la razón, sucede sin embargo algo extraño, que no escapa al ojo atento de Ninetto.

Queremos decir que alguna que otra vez, M. Cournot mira fijamente a la bestia, y se queda allí inmóvil, como en una especie de trance: mudo también él.

Pero hay más: casi mecánicamente, a mitad de una frase de Pascal o de la Encíclica, M. Cournot no solo se encanta y se queda inmóvil, sino que toma inadvertidamente por algún instante la misma actitud, y osaremos decir, la misma expresión del águila.

Estos, que son momentos rápidos y fugaces, casi inadvertibles a un ojo que no sea aquel lumpenproletario de Ninetto, se hacen cada vez más frecuentes e insistentes. No es raro en fin que ocurra ver al águila y M. Cournot uno frente al otro, en silencio, con la misma expresión, con los mismos gestos... ¿Qué medita M. Cournot en aquellos largos silencios regresivos?

Un buen día de repente sale del Panteón, en vano retenido por la señora que ahora siente hacia el la indignación que se tiene hacia las bestias y los locos y los pobres: pero M. Cournot no la ve siquiera, se va, mudo. Sólo Ninetto, pobrecillo, impresionado y piadoso (pese a que de vez en cuando se le escape la risa) va tras él. M. Cournot toma un tren, y Ninetto detrás. El tren parte. M. Cournot no resiste el violento impulso, y sale al techo del tren, apoyándose, con la expresión remota del águila. El tren llega a la vista del Gran Sasso.M. Cournot desciende, con Ninetto desganado y apenado tras sus pasos, que no deja de decir bromas romanceras sobre la locura de su jefe. En medio de un valle, bajo las cimas nevadas, M. Cournot se recoge un momento, y después he aquí que emprende un gran vuelo remontando, hacia el azul del cielo.

Se mantiene suspendido, suspendido, hecho águila, ascendiendo hacia las altas cumbres, mientras inútilmente desde el valle, haciéndose siempre más pequeño, Ninetto grita: «¿Eh mesié Cournot dónde va? ¡Eh mesié Cournot, pero qué está haciendo! ¡qué está haciendo!».

P.S. Nos hemos olvidado de un detalle (a causa de la prisa con la que hemos sacado fuera esta historia, al modo de los arrendatarios y de los comerciantes, y por lo tanto redactada en un estilo fácil, convencional y un poco vulgar: que no se obtiene si se dedica más de media hora por cada tres cuartillas). El detalle es éste: M. Cournot está lleno de tics: sociales (aquellos típicos de los franceses, la burla expresiva que hacen a mitad de un discurso etc. etc.) y personales (una media docena entre los más cómicos e inquietantes): pues bien, tales tics desaparecen a medida que M. Cournot regresa al estado irracional del águila.