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I
L'aigleQuizás como epígrafe podemos usar una frase de Mao que en una entrevista dice más o menos: «¿Francia? ¿Qué quiere de nosotros Francia? ¿Pertenece quizás al Tercer Mundo, a los pueblos hambrientos? Bueno, si es así aceptamos muy agradablemente su amistad...»
El fondo de la fábula es la crítica de la crisis del liberalismo occidental y, al frente, del racionalismo parisino.
M. Cournot es el domador de un famoso circo francés, llegado a Roma. Está dando una entrevista a los periodistas italianos, a los que naturalmente desprecia (tal vez no equivocadamente...): ¿qué anuncia? El inicio de una empresa sensacional: el domesticamiento de un águila.
Hela aquí, el águila, todavía muda y salvaje, en un rincón del circo que parece un Panteón: a su alrededor están las imágenes de los «grandes» franceses, puestos en orden, según su importancia: Sartre como Mauriac, Claudel como Camus. En una gran pared frente al águila, la imagen de De Gaulle.
M. Cournot tiene una mujer, una especie de Monica Vitti parisina, laica, intelectual, etc., y tiene un pequeño ayudante, Ninetto, de Giando y de la señora María, habitante de la barriada de Prenestrino.
Comienzan así días memorables en el Grand Cirque de France. M. Cournot tiene una táctica absolutamente especial para afrontar la educación de la bestia. Primero hace, pedagogicamente, como si nada. Se limita a dar ejemplo de buena educación en su presencia (el águila está allí): come, fuma, lee el periódico. La cobaya es Ninetto, la asistente su mujer. Después comienza poco a poco, como si nada, a dirigirse a la bestia, con mucha cortesía y mucho tacto, ignorando educadamente su estado de bestialidad. Finalmente le propone a la bestia como modelo el hombre parisino (no ha sospechado de la posibilidad de otros modelos, nota del autor).
Comienza así a impartir al águila, en el Panteón de la jerarquía isocéfala de los Grandes, lecciones diriais de comportamiento civil.
De tu a tu con el águila. Dos grandes concepciones antitéticas de la vida que se enfrentan.
El águila calla, M. Cournot habla una lengua perfecta.
El águila continua callada, y M. Cournot empieza a impacientarse. El águila parece consagrada a un definitivo silencio, y M. Cournot comienza a secarse el sudor y a sentir tambalearse la propia dignidad (de un lado la mujer, del otro el animalito italiano, Nino del Penestrino).
El águila no traga de hecho para nada (expresión de Ninetto), y M. Cournot está desesperado.
El águila parece perdida en sueños intangibles, y M. Cournot estalla: «¡Responde al menos! ¡Di una palabra! ¡Qué piensas, qué haces!» y parecidos improperios furiosos, reproches dignos de un academico de Francia, pronunciados con elegante rabia digna de un XXXXXXXX: él no está en posición de concebir aquel silencio, aquella ausencia de todo sentimiento y de toda idea, aquella distancia, aquella sordera moral, aquella indiferencia a lo real, aquella introversión de locos, aquella irracionalidad.
Pero el águila calla.
Calla envuelta en intereses internos intactos.
Calla.