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RETRATO DE F. T.

Bohardilla parisiense y bohemia, como se debe, ubicada en un cuarto piso: François Truffaut la ha elegido para filmar una secuencia de su nuevo filme, Domicilio conyugal -tal el título de la película- es la tercera parte de la polilogía comenzada con Los 400 golpes y seguida con Las horas del amor [1]; y que vaya a saber cuándo terminará. Siempre con el niño, después adolescente y ahora hombrecillo Jean-Pierre Léaud. Es decir, el chico del reformatorio que después se hizo grande, trabajó como detective privado y sedujo sin querer a la mujer del zapatero en los filmes mencionados. Bien, aquí ya se ha casado con la jovencita que sí y no le llevaba el apunte: Fuente de inspiración: la vida privada de Monsieur Truffaut.

Primera infidelidad: es el episodio central del nuevo filme. Léaud sube las escaleras hasta el último piso y una japonesa bellísima abre la puerta de la bohardilla. Truffaut se la acaba de robar a Cardin, en cuyos salones Hiroko (así se llama la japonesa) se contoneó durante años como modelo.

Encabezamiento del filme: 3 frases célebres. "De todas las cosas serias, el matrimonio es la más cómica", Beaumarchais; "El amor gusta más que el matrimonio, porque las novelas son más divertidas que la historia", Chamfort; "Existen los buenos matrimonios, los deleitosos no", La Rochefoucauld.

Mañana fría: es el comienzo de la filmación diaria y todos llegan con cara de sueño, con frío, con tos, estornudos, ojeras. Al rato dan la impresión de estar contentos de empezar otra jornada de trabajo juntos. Cosa poco común en filmaciones. Pero en ésta parece ser que el director está siempre de buen humor. Esa es la razón.

El don de la simpatía: lo detenta Truffaut. Es minúsculo, tan insignificante como ese personaje inventado por él a su imagen y semejanza, que interpreta el minúsculo e insignificante Léaud. ¿Por qué es simpático? Porque se comunica con todos sin esfuerzos. Siempre dispuesto a festejar un chiste. ¿Cómo impone su autoridad siendo tan pequeño?: creo que su vitalidad lo agranda. A la vez tiene idea clara de lo que quiere; esto sus colaboradores lo perciben inmediatamente. El director menos neura que he visto en acción.

Al margen, mi lista de directores escorbúticos: Palme d'Or a René Clement, Nastro d'Argento a Luchino Visconti, Oscar a Lee Strasberg (teatro).

Émulos de Truffaut, en buen carácter: Vittorio De Sica, Stanley Donen. Pero F. T. es el único que trata a todo el mundo igual, sin distinciones.

Atmósfera del set: distensión total. Y en la pantalla F. T. cobra sus dividendos porque los actores alcanzan una naturalidad especial. Sus comedias de costumbres, tan convincentes, no podrían filmarse a latigazos.

Detalle: el día antes de empezar la filmación F. T. invitó a todos sus colaboradores a ver una proyección privada de La pícara puritana (36), de Leo McCarey, con Irene Dunne y Cary Grant. La considera un modelo de comedia y quiere que su nuevo filme tenga la misma fluidez interpretativa.

Un secreto de F. T.: solvencia artística. Y económica. En parte produce sus filmes, que siempre han dado dinero. No tiene que soportar la presión de un director impaciente.

Excepción: todos sus filmes evitaron los presupuestos gigantescos, menos Farehheit 451. Ahí F. T. tuvo roces con los productores y resultó su trabajo más débil.

La escena: Léaud golpea a la puerta e Hiroko abre; es la primera visita al lugar del crimen. La toma se corta por un inconveniente u otro: la puerta que se atranca, la actriz que tartamudea. Los cortes imprevistos generalmente encienden la ira de los directores. A F. T., en cambio, le causa gracia que un foco se haya apagado, o que suene un teléfono que el asistente se olvidó de desconectar. Hace chistes al respecto, se ríe.

La ropa de Léaud: es la misma que usa para la calle. El domingo anterior lo he visto en la cinemateca (matinée, La marcha nupcial, de von Stroheim) y llevaba el mismo sobretodo y la misma bufanda. F. T. ha modelado el personaje sobre sí mismo, y el propio Léaud prefiere que el vestuario salga del ropero del actor.

Detalle: F. T. no deja que Léaud lea el guión de la película. Prefiere explicarle separadamente la escena de cada día, y ver cómo Léaud la capta. Incluso la cambia según reacciona Léaud.

Avanza la secuencia: F. T. pide más y más rapidez en la acción. Me dice que él trabaja mucho con las pausas, que le gustan las escenas jugadas con silencios, pero cuando el drama (o la comedia) ya está en marcha. Ejemplo, la escena del té entre Léaud y su patrona zapatera Delphine Seyrig en Las horas del amor. Para que esas escenas resalten, el resto debe ser de una agilidad impecable.

Léaud: me dice que le gusta... Joan Crawford. Increíble: este símbolo viviente de la nouvelle vague aprecia los valores del pasado. Gracias, cinemateca del Palais Chaillot. Me dice que según el célebre comediógrafo Audiberti "en Johnny Guitar Joan Crawford actuaba como si de ello dependiera el porvenir del mundo".

Lugarteniente del ayudante del asistente: Jerome Richard, hijo adolescente de Jeanne Moreau, quien aprende el oficio desde lo más elemental. Gran cabellera enrulada y rubia, tipo ángel-demonio del filme de Pasolini. Poco parecido con la madre, a excepción de la famosa boca con las comisuras hacia abajo. Extremadamente tímido. Le pregunto si quiere llegar a dirigir; me contesta que no sabe si el cine le gusta o no, más bien lo aburre. Es lógico, se crió entre filmaciones. Ver dirigir a Buñuel, a Orson Welles, para él es rutinario, prosaico. ¿Qué no será prosaico para este chico? Tal vez tener una madre ama de casa.

[1] Baisers volés, 1.968