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CARTAS DE MANUEL PUIG. Acerca de Estertores de una década: Nueva York '78: Bye-Bye Babilonia, 1969-70.
Podríamos decir que la vida y la obra del escritor argentino Manuel Puig se cifra, en gran medida, en las experiencias sensibles que mantuvo con cada uno de los lugares en que vivió. Sus ocho novelas -con mayor o menor evidencia- se desplazan en los meandros de este itinerario que parte en General Villegas (1932) y cesa en Cuernavaca, México (1990). En el medio están Buenos Aires, Roma, Londres, París, Río de Janeiro, Nueva York. En todo este entramado de ciudades, amistades, culturas, películas y cartas, podemos detenernos en dos momentos. El primero, el verano de 1969-70; el segundo, entre fines de 1978 y comienzos de 1979.
El semanario Siete Días Ilustrados propone trabajo a Puig como cronista de cine y teatro en Nueva York, Londres y París. Atraído menos por la chance creativa que por la posibilidad de viajar -es decir, alejarse de Argentina- sin apelar a su propio bolsillo, acepta la propuesta. Las crónicas, tituladas "Cartas de Manuel Puig", se adaptaban bastante al contexto en el que se sucedían. De extensión irregular y continuidad temática, se ajustaban a la idea que entiende al arte en tanto acontecimiento. Un film o una puesta teatral eran, antes que otra cosa, productos del espectáculo que exigían una cobertura de los medios por tratarse, en primera instancia, de noticias.
En la narración de las crónicas Puig no desestimó incluir su primera persona de novelista naciente (las "Cartas..." son inmediatamente posteriores a La traición de Rita Hayworth, 1968, y a Boquitas pintadas, 1969). La débil formación como lector que desarrolló Puig no lo exime de haber sido un sagaz conocedor de las revistas de actualidades y comprender a primeras lo que ellas esperan de un columnista. Previsiblemente, el clima intelectual de la época impugnó con silencio o con palabras el trabajo de Puig en el semanario ("kitsch adulterado" o "simple frivolidad" fueron algunos de los juicios). De igual modo como con su obra novelística, Puig supo reutilizar lo que de antemano sabía de mal gusto o género bajo. Esta operación, entre otros recursos, le permite divertirse con lo denostado y explotar el sentido de la ironía, el juego verbal y el humor cínico. Conserva en la mayoría de las crónicas un estilo de guía turística del que extrae un ritmo y una agilidad narrativa que sostiene, en varias ocasiones, cierta desatención en la rigurosidad de los datos. Estas desprolijidades le ofrecen, sin embargo, la chance de detener la mirada allí donde, a priori, no encontraríamos nada. Esto lo podemos precisar con el ejemplo de cuatro crónicas consecutivas: Retrato de F. T., Un genio de la imagen, Uno + uno = dos, Almorzando con las estrellas. En ellas Puig cruza su experiencia como visitante ocasional al set de Domicio conyugal (Francois Truffaut, 1970) con un homenaje al "fotógrafo de la Nouvelle Vague", su viejo amigo Néstor Almendros. Al cruce le imprime la potencia de la anécdota, del chisme y del detalle que nos revelan la intimidad creativa de artistas de la talla de Truffaut, Almendros, Jeanne Moreau, Jean-Pierre Léaud y Catherine Deneuve. Desarrolla una mirada que prefiere el gesto, el leve movimiento, la frase suelta al azar, la espontaneidad de una actitud. Esta microscopía desprejuiciada es la que humaniza el acercamiento de Puig a "las estrellas".
A fines de los 70 Manuel Puig se encuentra en Nueva York. Una nueva revista de moda que aparecía en la España posfranquista, Bazaar, ofrece a Puig escribir una serie de impresiones sobre las costumbres sexuales en Nueva York. Dos novelas más han sido publicadas: The Buenos Aires Affair (1973) y El beso de la mujer araña (1976). Ni la segunda de ellas, con su inmediato éxito de ventas, evitó que Puig vuelva a entregarse a la escritura de artículos para una revista de modas. Otra vez, Puig adopta actitudes que esclarecen su pretensión de excentricidad institucional en la Literatura (excentricidad que no marcha a contramano, ni mucho menos, con su apego carnal a la noción de éxito). La madurez del novelista puede vislumbrarse mejor en sus trabajos para Bazaar; no tanto en su actitud como observador sino, más bien, en sus elecciones narrativas. Para esta ocasión los artículos que escribe comportan un mayor oficio y osadía narrativa que aquellos de fines de los 60 para Siete Días Ilustrados. La dimensión ficcional penetra con mayor destreza y los relatos ya no se abocan a las figuras estelares del cine y del teatro sino que prefieren la mundanidad diaria de los hispanos en Nueva York. En estos escritos Puig desciende a las calles y hogares de una Nueva York que ha perdido el encanto de los 60 y que se dispone a asumir su papel de metrópolis multicultural. Este clima de melancólica pérdida e infeliz transformación de una ciudad en otra se filtra en los relatos sin que llegue a neutralizar las apelaciones -ya entonces puiguianas- a la ironía, el cinismo y la desfachatez. Bastante más cerca a sus novelas, estos artículos parecen funcionar como ejercicios -pagos- de escritor; ejercicios que trabajan la extranjería, el sentimiento de lo ajeno que colma al exilado.
Una selección de los escritos de Puig para Siete Días Ilustrados y Bazaar fueron agrupados y editados en español por la Editorial Seix Barral hacia 1993. Los primeros -paradójicamente ubicados en la segunda parte del volumen- llevan el título de Bye Bye Babilonia; los segundos, el de Estertores de una década, Nueva York '78.
Estas crónicas han sido publicadas póstumamente, en 1993 por la Editorial Seix Barral.
Mauricio Alonso