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Durante los últimos cinco años he aprendido quizá un poco más de lo que sabía. Un encuentro casual con un eminente biólogo tenía que llevarme a trabar conocimiento, aun cuando superficial, con la filosofía del organismo. Es un tema absorbente e instructivo. Libera el espíritu. Los hombres de ciencia parecen estar conformes en que en una época más o menos remota esta tierra que pisamos dejará de soportar la más elemental forma de vida; pero mucho antes de que esto ocurra la raza humana se habrá extinguido, como se han extinguido tantas otras especies de seres vivientes que no pudieron amoldarse al cambio de condiciones. La conclusión que dificilmente puede escapar a nadie es que todo este asunto de evolución habrá sido de una singular futilidad y que el proceso que llevó a la creación del hombre fue estupendamente absurdo por parte de la naturaleza, estupendo en el sentido en que es estupendo el volcán de Kilauea en erupción o el desbordamiento de las aguas del Missisipí, pero absurdo en todo caso. Nadie que tenga sensibilidad podrá negar que a través de la historia del mundo la cantidad de infortunio ha sido mayor, inmensamente mayor que la de felicidad. Sólo durante breves períodos ha vivido el hombre libre del constante temor del peligro y de la muerte violenta, y no sólo en estado salvaje, como afirma Hobbes, su vida ha sido solitaria, pobre, triste, embrutecida y corta. A través de los siglos han sido muchos los que han encontrado en la creencia en una vida futura la compensación de los sinsabores de su breve estancia en este valle de lágrimas. Son los que tienen suerte. La fe para los que la tienen, resuelve dificultades que la razón halla insolubles. Algunos han atribuido al arte un valor que es su propia justificación y se han persuadido a sí mismos de que la desgraciada masa de hombres vulgares es un precio no demasiado alto para pagar las radiantes producciones del pintor y del poeta.
Miro con recelo esta actitud. Me parece que los filósofos tenían razón cuando proclamaban que el valor del arte reside en sus efectos y de ello deducirán el corolario de que su valor reside no en la belleza, sino en su acción directa. Porque un efecto es inútil, si no es efectivo. Si el arte no es más que un placer, sea espiritual o no lo sea, no tiene gran trascendencia; es como las esculturas de los capiteles de las columnas que soportan un majestuoso arco; deleitan la vista por su gracia y su variedad, pero no tienen ningún cometido funcional. El arte, a menos que lleve a la acción directa, no es más que el opio de la inteligencia.
No es en el arte donde podemos esperar hallar un atenuante al pesimismo que desde tan remotos tiempos halló inmortal expresión en el Eclesiastés. Yo creo que en el heroico valor con el cual el hombre se enfrenta con la irracionalidad del mundo hay mayor belleza que en la belleza del arte. La encuentro en el ademán de reto de Paddy Finucane cuando, acercándose a la muerte, transmitió este mensaje a los aviadores de su escuadrilla: "Ya estamos listos, muchachos." La encuentro en la fría determinación del capitán Oates cuando en busca de la muerte se perdió en la noche polar, antes que ser una carga para sus compañeros. La encuentro en la lealtad de Helen Vagliano, una mujer no muy joven, no muy bonita, no muy inteligente, que había sufrido infernal tortura y aceptado la muerte por un país que no era el suyo, antes que traicionar a sus amigos. En un famoso fragmento, Pascal escribió: "L'homme n´est qu'un roseau, le plus faible de la nature, mais c´est un roseau pensant. Il en faut pas que l'Univers entier s'arme pour l'écraser. Un vapeur, une goutte d'eau suffit pour le tuer. Mais quand l'Univers l'écraseroit, l'homme seroit encore plus noble que ce qui le tue, parce qu'il meurt; et l'avantage que l'Univers a sur lui, l'Univers n'en sait rien. Toute notre dignité consiste donc en la pensée." ¿Es verdad? Seguramente, no. Me parece que hoy hay un poco de confusión sobre el significado de la dignidad y creo que la palabra francesa está mejor traducida al inglés por nobleza. Hay una nobleza más elemental que no procede del pensamiento. No depende de la cultura ni de laeducación. Tiene sus raíces entre los más primitivos instintos del ser humano. Es posible que en la conciencia de que el hombre, con todas sus debilidades y sus pecados, es capaz de ciertas ocasiones de un gran resplandor espiritual, puede hallarse el refugio contra la desesperación.
Pero estos son graves temas que , aun cuando yo tuviese capacidad para tratarlos, no hallarían su lugar aquí. Soy como un pasajero que espera el barco en un puerto en tiempo de guerra. No sé qué día zarparemos, pero estoy dispuesto a embarcar en cuanto me avisen. Dejo muchos rincones de la ciudad sin visitar. No quiero ver la nueva y bella autopista por la que nunca circularé, ni el gran teatro nuevo, con sus modernos decorados, al que nunca asistiré. Leo los periódicos y hojeo las revistas, pero si alguien me ofrece un libro lo rechazo porque podría no tener tiempo de acabarlo y, además, con este viaje delante de mí, no sabría interesarme por él. Acepto el trato de desconocidos en el bar y en la mesa de juego, pero siempre evito hacer nuevas amistades con gente de la que tendré que separarme muy pronto. Como el pájaro, vuelo libremente.