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Regresé a casa, me hice una taza de té y leí hasta la hora de la cena. Después de la cena volví a leer, hice un par de solitarios, escuché las noticias en la radio, cogí una novela policíaca y me fuí a la cama. La terminé y me dormí. Salvo algunas palabras a mis sirvientas de color no había hablado con un alma en todo el día.

Así pasé mi septuagésimo cumpleaños y así hubiera deseado pasarlo. Reflexioné.

Hace dos o tres años iba yo andando con Liza y hablaba, no sé por qué, del horror que le inspiraba la idea de la vejez.

- No olvides -le dije yo- que cuando uno es viejo no siente el deseo de muchas cosas que hacen la vida agradable ahora. La vejez tiene sus compensaciones.

- ¿Cuáles? -preguntó.

- Pues... difícilmente hay que hacer nada que uno no quiera. Se puede gozar de la música y de la literatura de una manera diferente de cuando uno es joven, pero, dentro de esta manera diferente, con la misma intensidad. Se puede disfrutar bastante contemplando el curso de los acontecimientos con los cuales no está ya uno íntimamente relacionado. Si los placeres no son tan vivos las penas han perdido también mucha parte de su intensidad.

Me pareció que todo aquello era de poco consuelo para ella y también mientras hablaba me iba dando cuenta de que le ofrecía una perspectiva bastante gris. Cuando más tarde volví a pensar en ello se me ocurrió que la mayor compensación de la edad avanzada es la libertad de espíritu. Supongo que se acompaña de una cierta indiferencia acerca de muchas cosas que el hombre en sus primicias considera importantes. Otra compensación es que lo libra a uno de la envidia, el odio, y la malicia. No creo envidiar a nadie. He sacado todo el partido posible de las dotes de que la Naturaleza me ha dotado, no envidio las facultades superiores de los demás; he tenido muchos éxitos; no envidio los éxitos de los demás. Estoy dispuesto a dejar vacante el pequeño lugar que he ocupado en este mundo y dar paso a los demás. No me importa ya lo que piense de mí la gente. Pueden tomarme o dejarme. Siento una leve satisfacción cuando veo que parece que les gusto y me quedo indiferente si no soy de su agrado. Hace ya tiempo que sé que hay en mi un algo antagónico para ciertas personas; lo considero muy natural, no puede uno gustar a todo el mundo; y su desagrado me interesa más que me indispone. Siento sólo curiosidad por saber qué es lo que les es antipático en mi. Tampoco me interesa lo que piensen de mi como escritor. En conjunto he hecho lo que me había propuesto hacer y todo lo demás no me interesa. Jamás he sentido gran interés por la notoriedad que rodea al escritor triunfante y que muchos de nosotros cometemos el error de confundir con la fama, y a menudo he deseado haber escrito bajo un seudónimo, a fin de poder rondar ignorado por el mundo. Escribí en realidad mi primer libro bajo un seudónimo y sólo puse en él mi verdadero nombre porque el editor me advirtió que podía ser violentamente atacado y no quería ocultarme bajo un falso nombre. Supongo que son muy pocos los autores que no acarician la esperanza de no ser totalmente olvidados después de su muerte y me he entretenido alguna vez pensando las probabilidades quetengo de sobevivir por un corto período.

Servidumbre humana está considerado, por lo general, como mi mejor libro. Su venta demuestra que es leído todavía y fue publicado hace treinta años. Es una vida demasiado larga para una novela. Pero la posteridad está un poco inclinada a ocuparse de obras de gran extensión, y supongo que al extinguirse la actual generación, que con gran sorpresa por mi parte le ha dado importancia, será olvidada como muchas otras obras mejores. Creo que una o dos de mis comedias pueden retener durante un cierto tiempo una pálida vida, porque están escritas dentro de la tradición de la comedia inglesa, y bajo este concepto pueden hallar su sitio en la larga lista que comienza con los dramaturgos de la Restauración y entre las comedias de Noël Coward que siguen gustando. Es posible que me concedan el derecho de un par de líneas en la historia del teatro inglés. Creo que algunas de mis mejores obras pueden hallar sitio en alguna antología de los lejanos años venideros, aun cuando no fuese más que porque algunas de ellas tratan de circunstancias y lugares a los cuales el curso del tiempo y el crecimiento de la civilización dará un resplandor romántico. Dos o tres comedias y una docena de novelas cortas, es un ligero bagaje pare emprender el viaje hacia el futuro, pero es mejor que nada. Y si me equivoco y soy olvidado un mes después de mi muerte, tampoco lo sabré.