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Le pregunté qué pensaba de Baudelaire. Emitió el sonido que era su risa y dijo:

- Baudelaire es un bourgeois malgré lui. -Francia sólo había tenido un poeta: Villon; y las dos terceras partes de Villon eran periodismo puro. Verlaine era un épicier malgré lui. En conjunto pensaba que la literatura francesa era inferior a la inglesa, juicio que me sorprendió. Sin embargo, algunos pasajes de Villiers de L'Isle-Adam...

- Pero yo nada le debo a Francia. -Predijo-: Usted verá.

Cuando llegó el momento, no lo vi. Pensé que el autor de Fungoides debía algo, desde luego inconscientemente, a los jóvenes simbolistas de París o a los jóvenes simbolistas de Londres, que debían algo a los franceses. Sigo pensándolo. Tengo a la vista el breve libro que compré en Oxford. La pálida tapa gris y las letras de plata no han resistido al tiempo. Tampoco el texto, que he vuelto a recorrer con un interés melancólico. Cuando se publicó tuve la vaga sospecha de que era bueno. Es muy posible que mi fe se haya debilitado; no la obra de Soames.

TO A YOUNG WOMAN

Thou art, who hast not been!
Pale tunes irresolute
And traceries of old sounds
Blown from a rotted flute
Mingle with noise of cymbals rouged with dust,
Nor not strange forms and epicene
Lie bleeding in the dust,
Being wounded with wounds.
For this it is
That in thy counterpart
Of age-long mockeries
Thou hast not been nor art! [1]


Me pareció descubrir cierta contradicción entre el primer verso y el último. Traté, no sin esfuerzo, de resolver la discordia. No deduje que mi fracaso demostrara que esos versos nada querían decir. ¿No demostraría, más bien, la profundidad de su sentido? En cuanto a la técnica, "adornados de moho" me pareció un acierto; en "y tampoco" había una curiosa felicidad. Me preguntaba quién sería la joven y qué habría sacado en limpio de todo aquello. Sospecho, tristemente, que Soames no hubiera podido ayudarla mucho. Pero, aún ahora, si no trato de entender el poema y lo leo sólo por el ritmo, le encuentro cierta gracia. Soames era un artista, si es que el pobre era algo.

Cuando por primera vez leí Fungoides me pareció que el lado satánico de Soames era el mejor. El satanismo parecía ejercer una alegre y hasta saludable influencia en su vida.

NOCTURNE

Round and round the shutter'd Square
I stroll'd with the Devil's arm in mine.
No sound but the scrape of his hoof was there
And the ring of his laughter and mine.
We had drunk black wine.

I scream'd, "I will race you, Master!"
"What matter", he shriek'd, "to-night
Which of us runs the faster?
There is nothing to fear to-night
In the foul moons' light!"

Then I look'd him in the eyes,
And I laugh'd full shrill at the lie he told
And the gnawing fear he would fain disguise.
It was true, what I'd time and again been told:
He was old - old. [2]

Sentí que en la primera estrofa había ímpetu, un acento de gozosa camaradería. Quizá la segunda era algo histérica. Me gustaba la tercera, era tan animosa su heterodoxia, aun ateniéndonos a los principios de la secta peculiar de Soames. ¡No mucha "confianza y estímulo"! Soames, mostrando al diablo como a un mentiroso y riéndose de él, resultaba una figura estimulante. Así me pareció, entonces. Ahora, a la luz de lo que sucedió, ninguno de sus poemas me deprime tanto como Nocturno.

Busqué las críticas de los diarios. Parecían dividirse en dos clases. Las que decían muy poco, las que no decían nada. La segunda era la más numerosa y las palabras de la primera eran frías hasta el punto de que:

"Logra dar una nota de modernidad...
Esos ágiles versos. Preston Telegraph."

era el único cebo ofrecido al público por el editor de Soames. Yo había esperado poder felicitar al poeta por el éxito del libro, sospechaba que Soames no estaba muy seguro de su grandeza intrínseca. Cuando lo vi, sólo fui capaz de decirle con cierta torpeza, que esperaba que Fungoides se vendiera muy bien. Me miró sobre su vaso de ajenjo y me preguntó si había comprado un ejemplar. Su editor le dijo que había vendido tres. Me reí, como de una broma.

- ¿Usted no se imagina que me importa, verdad? -dijo con una mueca. Rechacé la suposición. Agregó que él no era un comerciante. Contesté con suavidad que yo tampoco, y murmuré que los artistas que dan al mundo cosas verdaderamente nuevas y grandes están condenados a una larga espera, antes de que les reconozcan su mérito. Dijo que el reconocimiento no le importaba un sou. Compartí su opinión de que el acto mismo de crear es la recompensa del poeta.

Si yo me hubiera considerado una nulidad, me hubiera alejado su malhumor. Pero, ¿no habían sugerido John Lane y Aubrey Beardsley que yo escribiera un artículo para la gran revista que proyectaban, The Yellow Book? ¿No había Henry Harland, el director, aceptado mi artículo? En Oxford me encontraba aún in statu pupillari. En Londres ya me había recibido, y ningún Soames podía asustarme. Con una mezcla de jactancia y de buena voluntad, le dije a Soames que debía colaborar en el Yellow Book. Emitió, desde la garganta, un ruido despectivo.

Sin embargo, uno o dos días después, le pregunté a Harland si conocía algo de la obra de un tal Enoch Soames. Harland, que recorría el cuarto a largos pasos, se detuvo en seco, levantó las manos hacia el techo y protestó. Se había encontrado muchas veces con ese "personaje absurdo" y esa mañana había recibido, manuscritos, varios poemas suyos.

- ¿No tiene talento? -pregunté.

- Tiene una renta. Está en buena situación.

 

[1] A UNA JOVEN / -¡Tú, que no has sido, eres! / Pálidas melodías irresueltas / Y encajes de viejos sonidos / Tocados con una flauta podrida / Se mezclan con el ruido de los címbalos enrojecidos por la herrumbre / Y extrañas y ambiguas formas / Yacen sangrando en el polvo / Heridas con heridas. / Por eso es / Que en tu imitación / De antiguas burlas / ¡Tú no has sido ni eres!

[2] NOCTURNO / En torno a la plaza desierta / Anduve y anduve del brazo del Diablo. / Otro ruido no había que el son de sus cascos / Y el metal de su risa y la mía. / Habíamos bebido vino tinto. / "¡Correré, Maestro!" grité / "¿Qué importa esta noche" chilló / "Quién corre más rápido?" / ¡Nada podemos temer esta noche / A la sucia luz de la luna! / Entonces lo miré a los ojos, / Y me reí a gritos de su mentira / Y del miedo oculto que lo roía. / Era cierto lo que tantas veces me dijeran: / Estaba viejo - viejo.