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Querida Aprilina, cuando estoy sentado así en Florenc y miro a aquellas vietnamitas, inmediatamente pienso también en usted, cuando estaba en Praga, también usted entonces tenía algo de estás muchachas asustadas de Oriente, en efecto también a usted la gustaba tanto vestirse de manera sencilla, amaba los vaqueros y las camisetas y también aquella mochilita azul con el vocabulario checo-americano de cinco kilos, y en efecto también usted aquí en Praga tenía una sonrisa mística ligeramente inclinada, y también usted atraía a los perritos vagabundos, y también usted tenía la clavícula ligeramente abierta y el seno como el que tienen sólo las danzadoras, las bailarinas... y en realidad aun hoy, cada vez que pienso en usted, y debo hacerlo cada día, porque las vietnamitas aparecen continuamente caminando por Praga, como estatura usted podría ser su pívot... son pocas quizás, pero parece que Praga esté llena, así como Praga está llena de usted, porque donde quiera que esté, se me aparece también usted... como si alguien me hubiera clavado un cuchillo en el corazón... El hecho es que no voy más ni tan siquiera a Kersko... cuando hace diez semanas volví de Inglaterra, entonces en Kersko no me vinieron al encuentro ni Pepito ni Cassius Clay... tan sólo quedaban los otros gatos, y además tres tenían gatitos, de modo que en total tengo nueve gatitos, pero no estaban ni Cassius Clay ni Pepito y yo los busco, tengo nostalgia, a veces sollozo incluso durmiendo... ¿Y ahora adonde debería acudir?

Y ahora, querida Aprilina, he oído decir que también los días de mis vietnamitas están contados, que más pronto o más tarde deberán volver a casa, que los acuerdos han terminado, los días ya pasan lentos pero inexorables y las muchachas y los otros que vienen de Oriente tomarán el avión para volver a casa, y yo aquí quedaré huérfano... Y yo querría que estas jóvenes mujeres vivieran para siempre con nosotros, querría además que nuestro Estado, que nuestra revolución de terciopelo considerara a estas bellezas asustadas nuestras huéspedes, que debiéramos considerarlas, si quieren, conciudadanas... y compraremos frutas y flores y vendremos de visita... ah, esos pequeños dedos, esos ojos, esos peinados inimitables, esa manera de andar inimitable, la limpieza y el comportamiento agradable, la manera en que caminan por Praga sin que se las oiga, como si ellas mismas también hubieran sido ungidas con oleos raros... Quizás no pasará mucho y el último avión se alzará en el cielo con ellas y de ellas quedará sólo el recuerdo, de cada una de estas bellezas asustadas quedará el aura que las envolvía y sus cuerpos de bailarina, quedará aquello que han dejado aquí, el astral, el fluido, aquello sobre lo que ha escrito Paul Eluard... amo de tu rostro la llegada de una lampara que arde en pleno día... de ellas quedará aquello que ha sabido pintar Paul Delvaux... Aquellas estaciones aireadas y abandonadas, llenas de signos y de lamparas y de señales, por dónde sin embargo pasean desnudas rubias estupendas, peinadas y maquilladas y preparadas sólo y únicamente para el amor, bellas mujeres que pasean por los bancos y los andenes abandonados, estaciones llenas de rebosante deseo y espera... Dónde hay también hombres, que sin embargo se encuentran discutiendo y tras espesos anteojos se dan explicaciones científicas sobre la belleza de las mariposas asiáticas...

Entonces, señor Hrabal, viene con nosotros o no, ¡narices!, me ha gritado amigablemente mi conductor de autobús que estaba ya cerrando... he saltado arriba en el último momento, el conductor me ha dado un billete, he puesto la mochila verde con el pollo y los tarros de leche no azucarada, el conductor ha metido la primera y me he alejado sin meta de la estación de autobuses de Florenc, mi autobús pasa bajo el puente Negrelli... y luego en dirección a Pocernice, allí hay otra parada ya tras los campos y allí caminan grupos de vietnamitas, caminan como hormigas a lo largo de la carretera polvorienta en dirección a sus enormes dormitorios en los campos sobre Lehovec... y también en esta carretera veo resplandecer sus mochilas coloradas, sus equipajes colorados, las camisetas coloradas... y criaturas de cabellos negros que están asustadas, porque de un momento al otro deberán tomar el avión para volver a casa... Y compraremos fruta y flores e iremos de visita...

 

P. S.

Y así me he animado de nuevo y había comenzado a escribir, cuando he oído una voz de mujer que me llamaba desde mi avenida de latifolias... ¡Señor Hrabal, señor Hrabal! ¡Frente a su verja está sentado aquel gato negro que se le había perdido!

Corrí fuera... y estaba allí sentado un macilento, adelgazado, destrozado gato negro, no lo he reconocido... no se me acercaba, ha hecho como si no estuviera yo, que a veces por la noche lloraba porque hacía diez semanas que no lo veía... Lo he cogido en brazos... ¡Era él! Tenía un minúsculo sostén de pelitos blancos cuando lo he acariciado a contrapelo, sí, era como si estuviera cubierto de cacao en polvo... Pero Cassius se ha desembarazado de mis dedos, se ha ovillado un momento bajo el gigantesco abedul donde le gustaba estar tumbado... después le puesto delante la leche, se la ha bebido, pero estaba asustado, extraño y asustado... He acercado a la estufa el sillón de mimbre, donde habitualmente me sentaba con Cassius, y cuando ha terminado de beber la leche, lo cogido entre las manos, me he sentado en el sillón y tenía también aquel collarcito indio con los colgantes con los que Cassius jugaba hasta el infinito tumbado sobre mi pecho... Pero ahora Cassius se ha quedado sentado sólo un momento, he agitado frente a sus ojos los colgantes, pero Cassius miraba con aire extraño, después, con la cara de uno que no entiende y le disgusta, ha saltado lejos de mis piernas y así destrozado y asustado se ha marchado por dónde había venido, a cualquier sitio de la otra parte del bosque... ni tan siquiera ha estado atento a un coche que ha estado a punto de atropellarlo, he oído los frenos desde la verja... Y las cosas para mi se ha puesto mal, Aprilina, estoy peor que aquellas asustadas bellezas vietnamitas, ahora estoy asustado también yo, se me ha metido dentro el frío acorde de la depresión... Quizás por esos nueve gatitos, lo sé, uno es negro y crespo como una moqueta negra, como un peluche negro, quizás este gatito con el tiempo me querrá, quizás lo llamaré también Cassius... y quizás, en el fondo, pero qué quizás... debo ir a Kersko, porque alguien debe dar de comer a estos animales y consolarlos, y yo en el fondo debo tener un motivo no sólo para ir a alguna parte, sino realmente para vivir...

 

[Traducción del italiano de Ferdinand Jacquemort]

 

Bohumil Hrabal en Tijeretazos [Postriziny]