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Agosto de 1964: desde las carteleras de los cines competían Tom Jones, que venía de obtener un Oscar y Les parapluies..., que se había alzado con la Palma de Oro en Cannes. La crítica prefería la película de Tony Richardson, yo no. En ese entonces ya me indignaba, me indigna porque sigue ocurriendo hoy, la liviandad de pensamiento que implica decir que un filme, porque es cantado en su totalidad, puede ser atractivo, pero nunca importante. Será porque el día anterior de verla me había procurado una borrachera de órdago que a los diecisiete años siempre aumenta la lucidez -llegando a vomitar un primoroso mantel de hilo que cubría una de las largas mesas donde se desplegaban los manjares de una fiesta nupcial-, que nunca digerí, ni en mi primera visión, algunos de los lugares comunes que se decían, y se escribían, sobre él. Jamás pensé que, en el final que significativamente ocurre el día en que se espera la Navidad, era el azar el que aproximaba a Genevieve Emery, vestida de negro, a la resplandeciente, y blanca, estación de servicio de Guy Foucher , justo después de que en el último otoño hubiera muerto su madre.

Porque sí, Les parapluies... narra una historia de amor o, mejor dicho dos: la de un amor adolescente traicionado, el de Guy por Genevieve, y la de un amor adulto que es el que permanece: el de Madeleine por Guy. Como ocurre con Chang en relación a Lai Yiu-fai en Cheung gwong tsa sit, la importancia de Madeleine, el personaje que sutura la herida causada por Genevieve, generalmente no es advertida. Así como tampoco la similar clase social a la que pertenecen Guy, un mecánico, y Madelaine, una huérfana que cuida enfermos, que no es, claro está, la de Genevieve y su madre. No es casual que el momento en que Genevieve comience a pensar en aceptar su casamiento con Roland Cassard -personaje que misteriosamente desaparece de la trama: ¿es que también, como Madame Emery, ha muerto?- es aquel en que éste le coloca una corona de bisutería, síntesis de las afiebradas aspiraciones de muchas jóvenes educadas dentro de la burguesía.

¿Cómo funciona esta historia melodramática atrevidamente narrada con sus diálogos totalmente cantados? En el nivel más evidente, como un homenaje al "musical" estadounidense. Pero, y esto me parece más importante, considero que la estrategia elegida permite desrealizar el contexto, distanciar del espectador la cotidianeidad deliberada de sus acciones lo que, por supuesto, permite verlas mejor, como una crónica, en sordina, de seis años de la vida de Francia: el escenario del cierre, la gasolinera, tiene inscripto, por doquier, el nombre de una multinacional. ¿Recurso de financiación como las marcas de autos y de cerveza en Lost Highway? ¿O índice de un estado de cosas en la sociedad francesa -como la ciudad construida con cajas de productos para la vida doméstica en el final de Deux o trois choses que je sais d'elle-? Me inclino por esta última posibilidad.

Demy fue, es, un cineasta osado que se cita de obra en obra, como tanto le gusta hacer a Godard.. Cuando Roland confiesa un amor no feliz a Madame Emery, la cámara recorre el pasaje Pommeraye, en Nantes la ciudad natal de Demy, escenario de muchas situaciones de su 'opera prima' Lola, pensada en colores y con números musicales. Por contar con un presupuesto escaso no pudo filmarla así, pero sí se atrevió a mantener una idea tan arriesgada como poderosa: la de contar el pasado y el futuro de su personaje central -Lola, una alternadora de cabaret cuyo verdadero nombre es Cécile- sin utilizar ninguna dislocación temporal. Simplemente creó dos personajes: la adolescente Cécile y su madre, Madame Desnoyers, que los representan. El resultado es féerico, me sigue hechizando pese al paso del tiempo. Así como la Jeanne Moreau platinada, para mí en su mejor interpretación, de La baie des anges, clave de toda la obra de Demy, al menos de la que conozco, con su reinvindicación del azar y ese final donde Jackie corre con su estola colgando, quizás en vano, por un pasillo del casino de Niza y su imagen se repite en infinitos espejos como indicando que su indecisión entre el juego y el amor, es cosa de todos. Y también están aquellos autos cruzados en una calle que desciende, apuntando cada uno en una dirección diferente, a cuyos volantes estaban, en los Estados Unidos, aquella Lola que conocimos en Nantes y un joven estadounidense, George Matthews, que vivían una tristísima historia de amor, interrumpida por la guerra de Vietnam, en Model shop, el mejor registro fílmico de la ciudad de Los Angeles en los '60, junto a Zabriskie Point.

Como Truffaut, Demy hace de los sentimientos el centro de su filmografía. Pero a diferencia de aquél despliega sus reflexiones en ámbitos reconocibles y datados, aún cuando construya un universo de cuento de hadas, como en Peau d'ane: ¿ pero en qué otro espacio podía situar la irrefrenable pasión de un padre por su hija, tan ancestral como la especie?

IX

Muchos de entre los cineastas franceses que hicieron su primer largometraje entre 1958 y 1963 han quedado afuera, seguramente de manera injusta. Pienso, sobre todo, en Alain Resnais; en Chris Marker: para mí un insoslayable descubrimiento muy tardío; en Jacques Doniol Valcroze, del que no sabría qué escribir...Todos ellos, más algún otro que se me olvida o desconozco, protagonizaron, como parte integrante de los "nuevos cines", tomando prestado el término al gran Serge Daney, la última revolución dentro de las estructuras de la industria cinematográfica, el último momento en que parecía que Hollywood tambaleaba. Y ya van cuarenta años de ella y la dictadura cada vez oprime más.

Mucho menos que un balance, lo que este texto intenta, vaya a saber con qué fortuna, es esbozar y compartir algunas sensaciones provocadas por ciertos cineastas hace ya tantos años, cuando era un adolescente y no sabía, como afirma esa frase de Paul Nizan respecto a los veinte años de edad que cita Godard en Masculin-Féminin, que no estaba viviendo la mejor etapa de la vida.

En el trabajo de escribirlo volvieron a mi presente las primeras palabras que se oyen en The go-between, repitiendo las de la novela homónima de L.P.Hartley,: "El pasado es un país extranjero, allí la gente se comporta de otra manera." Y entonces, poco a poco, la escritura fue convirtiéndose en un proceso de exorcismo, al rasgar la bruma pegajosa que esparce el tiempo ido para reencontrarme con los fantasmas, entre ellos el de mi amigo muerto e intentar, aunque dudo que sea posible, saludarlos para siempre. Porque no necesito ya recordarlos, sé que están en mí: soy, entre muchas otras cosas, un hijo de la nouvelle vague.

Ya pasó la medianoche, es hora de descorchar un vino y brindar por todos ellos. Es también el momento de salir, juntos, a la noche estrellada donde ya se adivina el aroma de los jazmines de una incipiente primavera austral, esperando correr mejor suerte que Francesca Bertini. Es hora, asimismo, de desbrozar un espacio para que aparezca lo nuevo, si es que ha de aparecer. La vida es gorda, oleosa, subrepticia...creo recordar que escribió Drummond de Andrade.

18 de agosto-10 de septiembre de 2003


Filmes citados


La nouvelle vague en Tijeretazos [Postriziny]:
GODARD ÉCRIVAIN, PIERROT LE FOU, de Julien d'Abrigeon [Quadernos], MARX, FREUD, TOTÒ, correspondencia Jean-Luc Godard - Pier Paolo Pasolini [Quadernos], JEAN-PIERRE MELVILLE, AL FINAL DE LA ESCAPADA, extracto del guión de Jean-Luc Godard, precedido y seguido de fragmentos de una entrevista [Cinema], BANDE À PART, Emilio Toibero, Susan Sontag [Cinema], SEIS CRÓNICAS DE CINE, de Manuel Puig [Literaria]

Emilio Toibero en Tijeretazos [Postriziny]: EL GENOCIDIO JUDÍO Y EL CINE [Cinema], VÍCTOR ERICE, LOS MISTERIOS DE LAS COLMENAS [Quadernos], PUENTES SUSPENDIDOS SOBRE RÍOS ESPEJADOS [sobre Bande à part, de Jean-Luc Godard] [Cinema], EDGARDO COZARINSKY: ENTRECRUZAMIENTOS [Abecedario], PASOLINI: LA RABIA Y LA LAVA [Abecedario], LA FELICIDAD NUNCA ES ALEGRE [sobre Elogio del amor, de Jean-Luc Godard] [Cinema], LA RATA AFRICANA: OTRO CINE ARGENTINO [Cinema]