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MARIANNE (voz superpuesta): Fuimos hasta el auto, él delante y yo detrás. Yo había empezado a llorar. No sé por qué. Pero las lágrimas no se veían con la lluvia. Nos sentamos dentro del automóvil, completamente empapados y helados, pero el odio palpitaba en nosotros tan dolorosamente que no sentíamos frío. Puse en marcha el auto y lo dirigí hacia el camino. Evald jugaba nerviosamente con la radio. Su rostro tenía una expresión de absoluta e imperturbable tranquilidad.

MARIANNE: Sé que lo que piensas está mal.

EVALD: No hay nada que pueda llamar bien o mal. Uno funciona de acuerdo con sus necesidades; eso lo puedes leer en un libro de texto de colegio primario.

MARIANNE: ¿Y qué necesitamos?

EVALD: Tú tienes una maldita necesidad de vivir, de existir y de crear vida.

MARIANNE: ¿Y tú qué tal?

EVALD: Mi necesidad es estar muerto. Absoluta, totalmente muerto.

He tratado de relatar la historia de Marianne con el mayor cuidado posible. Mi reacción ante sus palabras fue muy compleja. Pero el sentimiento que predominó en mí fue cierta simpatía hacia ella por esta súbita confidencia, y cuando calló parecía tan vacilante que me sentí en la obligación de decir algo aunque no estaba seguro de la firmeza de mi voz.

ISAK: Si quiere fumar un cigarrillo puede hacerlo.

MARIANNE: Gracias.

ISAK: ¿Por qué me ha contado todo esto?

Marianne no contestó en seguida. Se tardó en encender el cigarillo y echó varias bocanadas. La miré pero ella volvió la cabeza para el otro lado y simuló que miraba a los tres jóvenes que habían obtenido alguna especie de bebida sin alcohol que compartían en completa armonía.

MARIANNE: Cuando lo vi junto a su madre me entró un miedo muy extraño.

ISAK: No comprendo.

MARIANNE: Pensé: aquí esta su mujer completamente fría, en cierto modo más aterradora que la misma muerte. Y aquí está su hijo, y entre ellos hay años luz de distancia. Y él mismo dice que es un muerto en vida. Y Evald está en
el borde de volverse solitario y frío... y muerto. Y entonces pensé que sólo hay frío y muerte, y muerte y soledad, todo el camino. En alguna debe terminar.

ISAK: Pero regresa usted junto a Evald.

MARIANNE: Sí, para decirle que no puedo estar de acuerdo con su condición. Quiero tener mi hijo; nadie puede quitármelo. Ni siquiera la persona a quien quiero más que a nadie.

Volvió hacia mí su rostro pálido, sin lágrimas, y su mirada era sombría, acusadora desesperada. Súbitamente me sentí conmovido en una forma que nunca había experimentado hasta ese momento.

ISAK: ¿Puedo ayudarla?

MARIANNE: Nadie puede, ayudarme. Somos demasiado viejos, Isak. Las cosas han ido demasiado lejos.

ISAK: ¿Qué ocurrió después de la conversación en el auto?

MARIANNE: Nada... Lo dejé al día siguiente.

ISAK: ¿No ha tenido noticias de él

MARIANNE: No. No, Evald es bastante parecido a usted.

Movió negativamente la cabeza y se inclinó hacia adelante como para protegerse el rostro. Sentí frío; se había puesto muy frío después de la lluvia.

 

[Cuatro obras, traducción de Marta Acosta Van Praet para Sur]