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II

Examinemos un poco más detalladamente el asunto del recambio generacional. En 1994, sobre catorce películas estrenadas en la Capital Federal, ineludible sitio de referencia dado que muchas de ellas no han accedido, ni nunca accederán, a las salas de la mayor parte de las ciudades del interior del país (donde, por otra parte, no hay el menor interés en programarlas ni en verlas), tres eran primeros largometrajes, y dos de ellos -los muy atendibles ¡Qué vivan los crotos! e Hijo de río- habían llegado a su final cut al principio de la década . Ya en 1995, sobre treinta y tres películas estrenadas, ocho eran 'opera primas' y una novena, verdadera piedra fundamental que agrupaba, bajo el nombre de Historias breves, nueve cortometrajes resultantes de un concurso que llevó a cabo el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales -I.N.C.A.A. a partir de ahora-. El promedio de edad de sus realizadores era de unos veinticinco años y siete de estos jóvenes cineastas que en ese entonces se presentaron en sociedad, entre los que estaba Lucrecia Martel, ya tienen, hoy, estrenado un largometraje, cuando no un segundo en pos-producción o asimismo ya estrenado, como el muy productivo Israel Caetano, que, desde entonces, ha presentado a crítica y público tres filmes más, uno de ellos co-dirigido. Lejos de decrecer, esta tendencia ha ido en aumento. En 2002 sobre cuarenta y siete filmes, la mayor parte de ellos resuelto económicamente bajo los laberínticos regímenes de la co-producción, dieciocho fueron primeras películas, que marcaron el ingreso al largometraje de veintitrés realizadores.

¿Todas estas películas son las que conformarían el llamado "Nuevo Cine Argentino"? No, porque no pueden ponerse en un mismo lugar las planificaciones televisivas de Herencia, con su edulcorada mirada sobre el Buenos Aires de finales del siglo XX y su convencional utilización del racconto, y de un policial vergonzante como Sin reserva. Son la prueba, únicamente, de la bienvenida existencia del recambio generacional.

Detrás de él está, sin duda, el trabajo, a veces satisfactorio, de algunas de las muchas escuelas de cine, atestadas de alumnos, que han florecido desde finales de los '80 -principalmente la de la Universidad del Cine, el C.I.E.V.Y.C. (Centro de Investigación en Video y Cine) y la del propio I.N.C.A.A.- que han lanzado al mundo gente joven, con un título habilitante sobre sus hombros y la necesidad de demostrar y probarse a sí mismos que sus años de estudio no han sido en vano. Con ellos se termina un vicio antiguo: el que obligaba a la gente que quería filmar a someterse a una larga y penosa carrera dentro de la industria, comenzando por los escalones más bajos, para llegar, domesticados, a su opera prima con cuarenta años y un oficio dudoso. Costumbre que ya amenazó romperse, dentro del cine argentino, en los primeros años de los '60, pero que no alcanzó a llegar a mayores por las oscilaciones económicas y políticas del país.

III

Pero, sin duda, el recambio generacional y la crisis institucional no alcanzar a dar cuenta de esta proliferación de cineasta jóvenes, algunos extremadamente inquietos. También han ayudado, hay que reconocerlo, la promulgación, el 28 de septiembre de 1994 de la Ley 24.377 de Fomento y Regulación de la Actividad Cinematográfica Nacional -que nunca se cumplió en su totalidad y cuyo Fondo de Fomento es recortado de acuerdo con la marcha de la economía del país y el humor del funcionario de turno- y la continuidad de dos festivales cinematográficos -el de Mar del Plata, desde 1996 en su segunda etapa y, sobre todo, el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, desde 1999- y la más reciente irrupción de otro igualmente importante -el DocBsAs, organizado desde 2001 por la productora y distribuidora alternativa Cine Ojo- con su consiguiente cuota de visitas de cineastas de otros países y exhibición de filmes de cinematografías poco conocidas, algunos de los cuales pudieron ingresar al rutinario circuito comercial. Y ¿por qué no? el otro recambio generacional: el de la crítica cinematográfica. Mientras los diarios de grandes tiradas se obstinan, a través de sus empleados, en ser fieles a una concepción del cine que responde a la industria cinematográfica estadounidense, por otra parte una muy importante fuente de ingresos a través de los avisos publicados en la llamada sección "espectáculos", han aparecido otras voces que provienen, saludablemente, de otros ámbitos. Revistas sobre cine en papel, como la ya legendaria El Amante y Kilómetro 111, y virtuales, como Film on line que comenzó siendo impresa, u Otrocampo. Estudios sobre cine, Cine Nacional y Mabuse, por sólo citar algunas, supieron promover la polémica, a veces de manera tácita y otras de manera explosiva, entre diferentes maneras de entender y practicar el ejercicio de la crítica.

Claro está que, en connivencia con ciertos sectores de poder, los diarios, que son, junto a la omnipresente televisión, los que en mayor medida contribuyen al éxito de un filme en la taquilla, se han abalanzado, muchas veces desde su condición de co-productores, y en más de un caso con verdadera saña, sobre algunas películas construidas por jóvenes. Pienso, como ejemplo, en Vagón fumador, que Clarín calificó como "mala", mientras El día que me amen -un intolerable engendro multimediático con las peores intenciones- mereció un "buena". Y esto nos conduce a uno de los temas más espinosos, y quizás menos analizados con respecto al fenómeno: el del divorcio entre el público argentino y el cine hecho por jóvenes argentinos. Si se piensa que en su estreno en París Tan de repente atrajo más del doble de público que en su posterior presentación en Buenos Aires, para la que se tiraron ocho copias con la inversión que esto implica, es claro que algo está ocurriendo con el deseo de nuestros espectadores. (2)

(2) Una nota aparecida en el diario "La Nación" el 17 de agosto de 2003 daba cuenta de la asistencia de público a las salas cinematográficas de Buenos Aires en los siete primeros meses del año. Decía que el 84, 8 % de espectadores habían optado por ver películas estadounidenses mientras que un 9,2% había elegido películas argentinas. De entre ellas tres realizadas dentro de la industria -Vivir intentando, El día que me amen y Un día en el paraíso- habían atraído a la mayoría de los espectadores. Quedaban sólo 215.000 para los otros quince lazamientos nacionales "muchos de los cuales se estrenaron en condiciones casi marginales", afirma el artículo.