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Iona se vuelve para referir cómo murió su hijo, pero en aquel momento el jorobado exhala un suspiro de alivio y anuncia que por fin, a Dios gracias, han llegado a su destino.

Tras recibir las veinte kopeks, Iona sigue con la vista las espaldas de los juerguistas, que desaparecen en un oscuro portalón. Solitario otra vez, el silencio se hace de nuevo para él. Durante un corto espacio de tiempo queda adormecido, pero la tristeza no tarda en hacer su aparición, inflando su pecho con más fuerza. Sus ojos, torturados e inquietos, recorren la muchedumbre que circula por ambos lados de la calle. ¿Entre aquel millar de personas se encontraría siquiera una sola capaz de escucharle?... ¡Pero el gentío pasa corriendo a su lado, sin reparar en él ni en su tristeza!... ¡Tristeza enorme!..., ¡sin límites!... ¡Si un gran peso la hiciera estallar dentro de él, y derramarse..., quizá inundara el mundo entero!... y, sin embargo. ¡no se la ve!... ¡Supo guarecerse en tan insignificante cáscara, que ni de día, con luz, podría vérsela!...

Cuando Iona divisa a un dvornik cargado con un envoltorio, resuelve entablar conversación con él.

- ¡Oye, amigo!..., ¿qué hora será? -pregunta.

- Las nueve dadas... ¿Por qué te has parado ahí?... ¡Circula!

Iona avanza unos cuantos pasos, se encorva y se entrega a la tristeza. Considera ya inútil dirigirse a la gente. No han pasado cinco minutos cuando se endereza otra vez y, sacudiendo la cabeza, como si sintiera en ella un agudo dolor, tira de las riendas... ¡No puede más!

«¡A la cochera! -piensa- ¡A la cochera!»

Lo mismo que si comprendiera su pensamiento, el caballejo arranca a correr al trote. Hora y media después, Iona está sentado al lado de una estufa grande y sucia, mientras en el suelo y sobre los bancos ronca gente. El aire comprimido es sofocante. Iona mira a los durmientes, se rasca y lamenta haber regresado tan temprano...

«¡No he sacado ni para avena! -piensa-. ¡Por eso seguramente es por lo que tengo esta tristeza!... ¡Cuando un hombre sabe cuál es su obligación... y se le queda satisfecho..., y el caballo se le queda también satisfecho..., está tranquilo!...»

En uno de los rincones, un joven isvoschik se incorpora y alarga su cuerno hacia el cubo de agua.

- ¿Tienes sed? -pregunta Iona.

- ¡Claro que tengo sed!

- Así será... ¡Que aproveche!... ¡Yo, hermano..., tenía un hijo y se me ha muerto!... ¿Me oyes?... ¡Fue la semana pasada... en el hospital! ... ¡Qué historia!...

Iona observa el efecto que producen sus palabras, pero nada ve. El joven, después de taparse hasta la cabeza, se ha vuelto a quedar dormido. El viejo suspira y se rasca... ¡Las mismas ansias de beber que sentía aquel joven las sentía él de hablar!... ¡Pronto hará ya una semana que se le ha muerto el hijo y aún no ha podido hablar a su gusto con nadie! ¡Y es preciso hablar!... ¡hablar despacio!... ¡Con sentimiento!... ¡Es preciso poder referir cómo enfermó el hijo..., cuánto sufrió..., lo que decía antes de morir y cómo se murió!

¡Es necesario describir el entierro.... la ida al hospital para recoger las ropas del difunto!... En la aldea está Anisia..., la hija... ¡También de ella es preciso hablar!... ¡De cuántas cosas más podría hablar ahora!... ¡Además, el oyente tiene que suspirar que exclamar, que compadecerse!... ¡Sería mejor todavía poder hablar con las babas!... Aunque son tontas..., a las dos palabras que oyen ya están llorando.

«¿Y si me fuera con el caballo? -piensa Iona-. ¡Para dormir siempre tiene uno tiempo!... ¡Ya dormirás!...»

Después de vestirse se dirige a la cuadra en que está su caballo. Se pone a pensar en la avena, en el heno, en el tiempo... ¡En el hijo, cuando está solo, no puede pensar!... ¡Hablar..., puede uno hablar de él con alguien!..., pero uno solo, ¿pensar en él y representarse su imagen?..., ¡sería algo terriblemente insoportable!

- ¿Qué haces?..., ¿masticas?... -pregunta Iona a su caballo, mirándole a los ojos brillantes-. ¡Bien! ... ¡Mastica, mastica!... ¡Si no hemos sacado para avena.... nos contentaremos con heno! ¡Eso es!... ¡Ya me he vuelto viejo para trabajar!... ¡El hijo es el que tendría que hacer esto... y no yo!... ¡El si que era un verdadero isvochik!... ¡No le faltaba más que haber vivido!

Iona guarda silencio por algún tiempo y después prosigue:

- ¡Así es, caballo!..., ¡hermanito!... ¡Ya no hay ningún Kuzma Ionich!... ¡Pasó a mejor vida! ¡Se murió así!... ¡Por nada!... ¡Figúrate que tú, por ejemplo, tuvieras un potrito..., y que fueras la madre de ese potrito..., y que de repente, digamos..., ese mismo potrito pasara a mejor vida!... Sería una lástima, ¿verdad?...

El caballejo mastica, escucha, resopla a su amo en las manos...

Iona se anima y se lo cuenta todo...

 

[Cuentos completos, traducción de E. Podgursky y A. Aguilar para Aguilar]

[Ilustraciones de Jean-Louis Gerôme, Kees van Dongen, André Derain, Gustave Caillebotte, Raoul Dufy, entre otros]

Antón Chéjov en Tijeretazos [Postriziny]: VAÑKA [Cuaderno azul]