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- ¡Apártate, diablo! -exclama una voz en la oscuridad-. ¿Para qué quieres los ojos, viejo perro?...

- ¡Anda, anda! -dice el cliente-. ¡Que a ese paso no llegaremos hasta mañana! ¡Arrea el caballito!

El isvoschik vuelve a estirar el cuello, se despega ligeramente del asiento y, con pesada gracia, alza el látigo. Varias veces se vuelve hacia el cliente, pero este ha cerrado los ojos y no parece dispuesto a escuchar.

Después de haberle conducido a Viborgskia se detiene ante una taberna, se encorva en el pescante y queda otra vez inmóvil. De nuevo la nieve mojada pinta a él y al caballejo de blanco. Una hora transcurre..., otra... Por la acera, metiendo al andar mucho ruido con los chanclos y discutiendo entre sí, pasan tres jóvenes: dos de ellos altos y delgados; el tercero, pequeño y jorobado.

- ¡Isvoschik! ¡Al puente Politzeiskii! -grita voz cascada el jorobado- ¡Somos tres! ¡Damos veinte kopekas!

Iona tira de las riendas y hace restallar la lengua. Veinte kopekas no es un buen precio; él no está, en aquel momento, para pensar precios... ¡Le da lo mismo ahora un rublo que cinco kopekas! ¡Lo que importa es que haya clientes! Entre empujones y excesos de lenguaje, los jóvenes se acercan al trineo y saltan a la vez al asiento. En el acto se entabla una discusión sobre quiénes se sentarán y cuál habrá de permanecer en pie. Tras largo forcejeo de palabras, caprichos y recriminaciones, queda decidido que el que irá en pie será el jorobado, por ser más pequeño.

- ¡Vamos! ¡Arrea el caballo! -dice este, sujetándose para ir en pie y respirando en la nuca de Iona- ¡Anda ya! ¡Revienta de una vez!... ¡Vaya gorro el tuyo, hermanito!... ¡No se encontraría otro peor en todo Petersburgo!

- ¡Je, je, je!... -ríe Iona- ¡El que tiene uno...!

- Bueno..., ¡date prisa! ¿piensas ir así todo el tiempo?... Sí..., ¿eh? ¿Quieres, entonces, que te retuerza el pescuezo?...

- ¡Me duele la cabeza! -dice uno de los largos- ¡Entre Vaska y yo nos bebimos ayer en casa de Dukmasov cuatro botellas de coñac!

- ¡No comprendo la necesidad de mentir! -se enfada el otro largo-. ¡Está mintiendo como un animal!

- ¡Que Dios me castigue si no es verdad!...

- ¡Tan verdad como cuando se dice que un piojo tose!

- ¡Je, je!... -ríe de dientes para afuera Iona-. ¡Qué buen humor tienen los señores!...

- ¡Al diablo contigo! -se indigna el jorobado-. ¿Vas o no vas a ir más deprisa..., vieja peste? ¿Es que se puede llevar ese paso? ¡Arréale! ¡Pégale con la fusta!... ¡Diablos!... ¡Dale un poco más fuerte!...

Iona siente tras su espalda la agitación del cuerpo del jorobado y percibe el temblor de su voz; oye las injurias qué se le dirigen, ve a la gente, y el sentimiento de soledad empieza poco a poco a alejarse de su pecho. El jorobado prosigue sus insultos hasta que, atragantándose con uno descomunal, le da un golpe de tos. Los largos empiezan a hablar de una cierta Nadejda Petrovna. Iona, aprovechando una breve pausa, se vuelve otra vez hacia ellos y balbucea:

- La semana pasada... mi hijo murió...

- ¡Todos tenemos que morirnos! -suspira el jorobado, secándose los labios después del ataque de tos-. ¡Bueno, arrea!... ¡Señores, decididamente, yo no aguanto este paso! ¡Cuándo acabará de llevarnos dé una vez!...

- ¡Dale en el pescuezo para que se anime!

- ¿Lo estás oyendo, vieja peste?... ¡Mira que te doy un cogotazo!... ¡Si fuera uno a gastar ceremonias con vosotros tendría que ir a pie! ... ¿Es que te importa un bledo lo que se te dice?

Iona oye, más bien que siente, un golpe en el occipucio.

- ¡Je, je, je! -ríe-. ¡Qué buen humor tienen los señores!... ¡Que Dios les dé salud!

- ¡Isvoschik!... ¿eres casado?

- ¿Quién?, ¿yo?... ¡Je, je, je!... ¡Qué buen humor tienen los señores!... ¡Qué señores tan alegres!... ¡Ya no tengo más mujer que una!..., ¡la tierra húmeda!... ¡Je, je, je!... ¡La sepultura, quiero decir!... ¡Mi hijo se murió... y yo estoy vivo!... ¡Qué cosa más extraña!... ¡La muerte se confundió de puerta, y en lugar de venir a mi..., fue a mi hijo!...