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Jaroslav Hasek, el más grande escritor checo

En virtud de que ya más de una vez aludí a mi persona relatando la historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley, me siento en la obligación de dejar la modestia inoportuna para criticarme a mi mismo digna e imparcialmente delante de todo el público.

Como líder que soy del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley, y su candidato, tengo que juzgar mis acciones y mi conducta lo más objetiva y sinópticamente que me sea posible para que nadie pierda ni un ápice de mi carácter. De verdad, hay momentos en mi vida, en los que me digo a mí mismo por lo bajo, henchido de entusiasmo por alguno de mis actos: "Dios mío, pero que alhajita soy". Aunque, por otro lado, de que me serviría todo eso si no se enterara de ello el mundo entero. El mundo debe llegar a tal conclusión, la humanidad tiene que apreciarme en todo lo que valgo; y no solamente por mis grandes dotes y enormes capacidades, sino también por mi talento fabuloso y mi carácter prístino, que no tiene igual. No obstante, alguien podría objetar el que no deje a otra persona más competente, escribir esta oda, el que fuerce tan violentamente mi modestia elogiándome a mí mismo.

Contesto: Ello es debido a que nadie me conoce mejor que yo mismo, y además, seguramente que no escribiré de mí nada que no se corresponda con la realidad porque sería ridículo que yo exagerara escribiendo acerca de mí mismo. Por esta razón recurro a las expresiones más modestas al elogiarme cuando ello es imprescindible, aunque parta resueltamente del punto de vista de que si bien es cierto que la modestia adorna al hombre, un hombre de verdad no se debe adornar, razón por la cual no debemos ser excesivamente modestos. Hagamos pues a un lado todo vestigio de sentimentalismo, por culpa del cual nos apodaron nación de palomas, y seamos hombres. ¡No nos avergoncemos de reconocer públicamente nuestras virtudes! Que hermoso es poder afirmar con osadía: "Sepa usted que yo soy un genio", cuando un hombre modesto diría imprudentemente: "Ya ve usted qué bestia soy".

Del mismo modo, un hombre razonable se coloca siempre en el primer plano de una manera inteligente y se grita a sí mismo: ¡Viva! Mientras que un hombre remilgado se queda sentado en el retrete, su compañero más feliz, después de haberse justipreciado debidamente sabe triunfar en la vida pública. La melindrosidad constituye la peor faceta del carácter humano. Es un engaño envuelto en el pañuelo de la modestia, y precisamente en mí, hombre tan emérito y celebrado por toda la literatura, la política y la vida pública checa, sería una vergüenza, sería un pecado de lesa patria cometido en contra de toda la nación checa, que osara dejarla en la incertidumbre de si soy o no un hombre genial.