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Por esta razón digo llanamente: En la historia de toda la humanidad ha habido solamente un individuo tan multifacéticamente perfecto, y ese soy yo. Tome, por ejemplo, alguno de mis cuentos extraordinariamente mejor logrados ¿Qué es lo que usted ve al dar vuelta a una y otra y otra página? Cada frase tiene un profundo sentido, cada palabra está en el lugar justo que le corresponde, todo está de acuerdo con la realidad. Si empiezo a describir un paisaje usted lo tiene ante sí como si estuviera fotografiado, y ve enfrente, como si estuvieran vivas las personas que le voy mostrando en el curso de una trama tejida de manera graciosísima. Al mismo tiempo, el checo en mis trabajos literarios es el más castizo, que sobrepuja en pureza al checo de la Biblia de Kralice. Es una delicia verdadera leer por lo menos una línea de mis trabajos, y cuando usted lo haga verá que encanto inunda su alma, como va a entrar en calor, como una sonrisa de felicidad ya jamás se apartará de ese libro y lo llevará siempre consigo. Cuantas veces he sido testigo de que la gente pone a un lado una revista porque en ella no halla nada mío. Yo he hecho otro tanto, porque yo también me cuento entre mis admiradores y no hago de ello ningún secreto. Hago que mi esposa Jarmila, la mujer más graciosa y más inteligente del mundo, me lea cada trabajo impreso salido de mi pluma y a cada frase que oigo no puedo reprimir una exclamación de admiración bien merecida: "¡Qué brillante, qué hermoso! ¡Qué cabeza la de ese señor Hasek!". Sin embargo esto lo mencioné nada más de paso porque es precisamente un documento excelente que demuestra el entusiasmo que despiertan mis trabajos literarios a los lectores, y estoy seguro de que miles y miles de ellos lo manifiestan con igual arrebato. Esa admiración me es cara porque brota de los corazones de una muchedumbre sumamente inteligente, para la cual seré por siempre el escritor más famoso del mundo. Yo mismo soy una muestra viva de la mendacidad de las noticias que divulgan críticos poco escrupulosos cuando afirman que en nuestro país no contamos con ningún escritor de talla mundial.
Ahora pasaré brevemente a valorar mi carácter.
Un hombre que escribe cosas tan hermosas como yo tiene por fuerza que tener también un alma hermosa, ¡y en las próximas lecciones para el Consejo del Imperio habrá seguramente posibilidades de que, una vez que se me elija por unanimidad de votos como representante por uno o más distritos, lave al parlamento austríaco la vergüenza de que hasta ahora no haya sesionado en él el hombre más noble del imperio austro-húngaro! Tal vez no necesite explicar que al referirme a ese hombre nobilísimo estoy pensando en mí mismo. Para finalizar, proclamaré explícitamente que también esto que acabo de pergeñar es una de los más grandes y nobles hechos puesto que: ¿Qué puede haber más hermoso que el que un hombre eleve a la cumbre de la gloria a alguien con absoluto desinterés? Con este capítulo se les abrirán los ojos a muchos que tal vez buscaron en este libro, en esta gran historia, una serie de libelos y de crítica despectiva de numerosas personalidades de la vida pública. ¡Si estas líneas son un libelo, entonces no sé que es de veras un libelo!
[Relatos recogidos en Pequeños cuentos de un gran maestro, Agencia de Prensa Orbis, Praga, 1984, traducción de Enrique Roldán]