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Pero de entre todos los partidos políticos, teníamos la mejor opinión de nosotros mismos, porque afirmábamos que creceríamos, pues la mayor victoria política es aquella de la que se hablará en el futuro.
Así pues, nos pusimos en camino con una fe ciega en que si los social nacionales tienen un programa, nosotros lo podríamos tener también. Y si su programa estipula la libertad de palabra, nosotros queremos disfrutar de la misma libertad de palabra que ellos, lo cual significa que ellos escucharán y nosotros hablaremos. Y precisamente por esta razón agradecemos a esta noche memorable el haber podido incluir en nuestro programa un nuevo punto del que no nos dimos cuenta sino hasta que estuvimos allá, o sea: ¡Abajo la libertad de palabra!
Lo que pasó en realidad fue que llegamos allá y que yo tomé la palabra después de que hubo terminado su discurso el orador principal al que interrumpían con estruendosas ovaciones cada vez que pronunciaba una palabra, que parpadeaba o que hacía un ademán, ese al que ya empezaban a aplaudir desde que iba subiendo a la tribuna, hasta que descendía de ella. Y que sorpresa. Cuando subí yo a la palestra me aplaudieron solamente seis personas, o sea, los integrantes del comité de nuestro partido, mientras que los restantes 900, hombres maduros y jóvenes, se me quedaron mirando con gesto amenazador, como queriendo advertirme: ¡De ésta no sales sano! Eso a uno le duele. Esto seguro que le duele a cualquier apóstol. Inmediatamente, en la primera frase se lo dije a los reunidos porque uno debe ser consecuente en su sinceridad:
- ¡Honorable asamblea! Me sorprende que no me aplaudan. ¿Acaso seré algo menos que el que me precedió? A él le empezaron a aplaudir antes de que siquiera abriera la boca...
- ¡Tú, granuja! -resonó una voz al fondo, y simultáneamente, como si su animosidad hubiera contagiado al resto, comenzaron a apiñarse todos en torno a la tribuna vociferando denuestos que me auguraban la victoria moral.
Eh, mocoso! ¡Bájate! ¡Vuela mal bicho! ¡Václav, pégale! ¡Tú, rojo! ¡No mires como un tonto! -y un hombre alto, de figura poderosa me cogió por las solapas del abrigo con su brazo musculoso y llevándome en vilo hasta el centro de la muchedumbre enfurecida gritó:
- ¡Llegaste aquí para desbaratar nuestra asamblea, ya te enseñaremos nosotros!
Desde el estrado donde estaba la mesa de la presidencia sonó una voz:
- ¡No le peguéis, hermanos!
Sin embargo, la voz se apagó con la protesta contra la dirección del partido:
- ¡Péguenle, hermanos!
Sigo guardando estimación por esa gente: Me molieron a golpes, le sacudieron el polvo a todo el comité del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley, y una vez que nos hubieron puesto de patitas en la calle regresaron al local para seguir discutiendo cuestiones culturales. Fue una verdad dolorosa...