«Haragán, rebelde, vagabundo, anarquista, actor, bromista, bohemio (y nativo de Bohemia), alcohólico, traidor a la Legión Checa, bolchevique y bígamo, Jaroslav Hasek nación en Praga en 1883 y murió en Lipnice, en Bohemia, en 1923, pocos meses después de cumplir los cuarenta años.

Infortunado en el amor, en el trabajo y en el teatro, y siempre sin blanca, [...] la primera parte de su única novela, Las aventuras del valeroso soldado Schwejk [...] le reveló como uno de los grandes humoristas de la época y como un formidable satírico.» [Extraido de la introducción apócrifa a "El comisario rojo", Ediciones Destino]

Incluimos en este [Cuaderno azul] tres textos: "El partido crece pero también le zurran", "Los primeros fracasos del partido en la provincia checa" y "Jaroslav Hasek, el más grande escritor checo".

 

El partido crece pero también le zurran

Cada nuevo partido político necesita entusiasmo. Porque de ese mismo entusiasmo están plenos también otros partidos políticos, no solamente el nuevo partido, de manera que cuando el partido recién fundado se enfrenta al partido más antiguo en la liza política resulta de ello forzosamente, o mejor dicho, por regla general, que aquellos que forman la minoría proclaman a los cuatro vientos que la victoria moral estuvo de su parte. Cualquiera a quien su contrincante le quiebre una pata ganará la victoria moral. Ya antaño declaró Tolstoi que la victoria moral es algo extraordinariamente claro. Masaryk elogia la victoria moral, pero es que ni Tolstoi ni Masaryk jamás fueron apaleados. De modo que quien quiera propagar los principios de un partido que está todavía en pañales generalmente tiene que darse por satisfecho con la victoria moral únicamente y gritar a voz en cuello "Nosotros ganamos" al mismo tiempo que se frota la espalda con Opodeldok, porque el Opodeldok es un remedio excelente para sanar magulladuras, contusiones y verdugones. De manera pues que cada nuevo partido debe tener Opodeldok a mano. Sobre todo cada apóstol de una nueva idea política. Quien quiera inculcar a otro político su propia convicción política, que lleve encima siempre una botellita de ese potingue por si acaso no hay cerca un centro de primeros auxilios. Que cada orador político mantenga viva en su memoria la receta de que los chichones se curan con agua de colonia, y que cuando después de una bofetada se le hincha a alguno el rostro la tumefacción desaparece untándola con un linimento hecho de cloroformo y aceite de oliva, al que se agrega una pequeña dosis de alcohol alcanforado. Neutraliza perfectamente los efectos de los nuevos lemas políticos y de los giros oratorios.

Los golpes de vergajo no se deben frotar, sino que hay que poner sobre ellos compresas de agua fría. Por lo que respecta a las descalabraduras, éstas se remiendan en cualquier clínica quirúrgica, porque es sabido que con la proliferación de los partidos políticos se desarrolló también la traumatología. Cuando a usted, como orador, le escupa alguien en los ojos, no se limpie el gargajo con la manga ni con el pañuelo, pues ello podría acarrearle una conjuntivitis. Lo que más ayuda en esos casos es agua tibia. Si un adversario político le saca a usted un diente, no se desespere. Los rivales políticos le sacaron a Santa Catalina todos los dientes y ella se convirtió en santa. Sin embargo, en vista de que actualmente la iglesia no se interesa por mártires de su calibre, no le quedará otro remedio que ir a consultar a un sacamuelas para que en el hueco le coloque otro diente postizo. Si su auditorio en el transcurso de un mitin popular le arrancara una oreja, recójala y no pretenda terminar su perorata, corra rápidamente a donde esté el médico más cercano para que se la suture. Y cuando le arranquen la cabeza, déjela tranquilamente donde caiga, porque para la política de todos modos no la va a necesitar. Estos son en suma, los principios, a todas luces razonables con los que acudimos nosotros, el comité del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley; a la reunión de los social nacionales en el salón de baile Banzet en Nusle. Fuimos allá alegremente, como gente que sabe que quien no asome las narices a la calle quedará ignorado del mundo entero. Y nosotros queríamos crecer como cualquier otro partido. Como quisieron crecer los nacionales tradicionalistas, mientras que quienes se desarrollaron fueron los nacionales liberales. Del mismo modo se desarrollaron los socialistas nacionales precisamente cuando los nacionales liberales querían crecer, y mientras tanto seguían creciendo los social demócratas, justamente cuando los socialistas nacionales empezaban a imaginarse que eran los únicos capaces de proliferar.