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- Papá, ¿ese niño es un niño pobre? -preguntó Michelino.

Marcovaldo estaba ordenando la carga del triciclo y no respondió en seguida. Pero acto seguido se apresuró a protestar: - ¿Pobre? ¿Qué estás diciendo? ¿Sabes quién es su padre? ¡Es el presidente de la Unión de Ventas Navideñas! El comendador...

Se interrumpió, al no ver a Michelino. -¡Michelino, Michelino! ¿Dónde estás? -Había desaparecido.
«Igual ha visto pasar a otro Papá Noel, lo ha confundido conmigo y ha seguido en pos de él...» Marcovaldo continuó con el reparto, pero estaba un poco preocupado y no veía el momento de volver a casa.

En casa, encontró a Michelino en unión de sus hermanos, muy formalitos.

- Oye, tú, ¿dónde te has metido?

- Vine a casa, a buscar los regalos... Sí, los regalos para aquel niño pobre...

- ¡Eh! ¿Quién?

- Aquel que estaba tan triste... aquel de la villa con el árbol de Navidad.

- ¿A él? ¿Pero qué regalo le podrías hacer, tú a él?

- Oh, los habíamos preparado a modo... tres regalos, envueltos en papel de plata.

Intervinieron los hermanitos. - ¡Hemos ido juntos a llevárselos! ¡Si vieras lo contento que se ha puesto!

- ¡Calcula! -dijo Marcovaldo-. ¡Tenía necesidad precisamente de vuestros regalos, para estar contento!

- ¡Sí, sí de los nuestros... A toda prisa ha arrancado el papel para ver qué eran...

- ¿Y qué eran?

- El primero un martillo: aquel martillo grande, redondo, de madera...

- ¿Y él?

- ¡Saltaba entusiasmado! ¡Ha tirado de él y venga a usarlo!

- ¿Cómo?

- ¡Ha machacado todos los juguetes! ¡Y toda la cristalería! Luego ha tomado el segundo regalo...

- ¿Qué era?

- Un tiragomas. Si hubieras visto, qué alegría... Se ha cargado todas las bolas del árbol de Navidad. Luego ha pasado a las lámparas...

- ¡Basta, basta ya no quiero oír más! ¿Y... el tercer regalo?

- No teníamos otra cosa que regalar, así que envolvimos en papel de plata una caja de mistos de cocina.

Ha sido el regalo que más le gustó. Decía; «¡Los fósforos, que nunca me los dejan tocar!» Se ha puesto a encenderlos, y...

- ¿Y?

- ...¡ha pegado fuego a todo!

Marcovaldo se llevaba las manos a la cabeza.

- ¡Estoy perdido!