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La inseguridad del escritor triestino cautiva a Pessoa. Svevo busca la mirada del portugués que, tímido por naturaleza, ha bajado la cabeza como es su costumbre ante preguntas tan directas. Pero este hombre le gusta.
- El cigarrillo es nuestra pobre felicidad -termina por responder el poeta.
Después de largos segundos, Svevo replica:
- Se escribe porque no se es feliz.
Y da por sobreentendido que es sólo por esa razón por la que ellos fuman.
Pessoa sonríe levemente y dice:
- ¿Imagina un verso escrito por un ex fumador, en el supuesto caso de que ese verso pudiera ser escrito?
Y puntualiza:
- Se fuma porque no se es feliz.
Por toda respuesta, Svevo tose compulsivamente.
La luz del amanecer empieza a pintar de manchas verdes y azuladas la pequeña habitación de huéspedes. Las sirenas de los barcos anuncian su salida. La niebla es todavía densa y baja cuando el poeta despierta de su viaje por el humo. Podría cerrar nuevamente los ojos, concentrarse en el viaje a Trieste y dormir tal vez unos minutos más. Los poetas son capaces de fabricar estos subterfugios con tal de ennoblecer con ellos su lúcida supervivencia. Si volviera a cerrar los ojos tal vez recuperaría el sueño agradable de Trieste, donde un hombre llamado Svevo soñaba con la escritura de una novela que era la apología del tabaco. Podría hacer ese pequeño esfuerzo y ponerse a soñar de nuevo. A veces lo consigue. No siempre. Pero son recuentes las ocasiones en las que Pessoa puede recuperar a su antojo el hilo de los sueños perdidos. Tanta indecisión le sugiere que lo mejor es levantarse, buscar las gafas, ir al baño del fondo del estrecho pasillo, volver al cuarto de huéspedes y quedarse a esperar la tarde. Y en tanto que uno se ocupa de estas obligaciones íntimas y matutinas, fumar algún que otro cigarrillo, lo cual permite especular sobre la vacuidad de la existencia y, con suerte, dedicar a la soledad silenciosa del cuarto una frase como la que acaba de ocurrírsele:
"No soy nada. Nunca seré nada, no puedo querer ser nada. Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo."
Si la suerte lo acompaña tal vez pueda ponerse a escribir de buena mañana. Hay veces en que el primer cigarrillo del día viene acompañado de una inquietud febril, de una exigencia moribunda por sujetarse al papel y a la pluma y escribir como si allí estuviera la vida regalada. Como hoy, por ejemplo, cuando en la calle empiezan a reproducirse los ruidos de las persianas metálicas de los comercios que sus dueños levantan con desidia. El poeta se sienta en su silla y piensa. Piensa en el propietario de la tabaquería, en el sueño de Trieste, en su fracaso de escritor, en sus infinitas limitaciones como hombre y, entonces, escribe lo siguiente:
... Después me echo para atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras el destino me lo conceda, seguiré fumando.
(Si me casase con la hija de mi lavandera,
a lo mejor sería feliz.)
Visto lo cual, me levanto de la silla. Voy a la ventana...