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- Como en la manteca -afirmó-. Hice un esfuerzo terrible y gané dos puntos más. Eso me desquitó de ayer...

- Los chicos también son duros este año -dijo Lune-. Al que tenía ayer a la mañana no le pude romper más que una muñeca a la vez. Para los tobillos tuve que arreglármelas a zapatazos. Es una porquería.

- Es lo mismo -dijo Arrelent-. Ya no se consiguen más los de la Asistencia. Estos son chicos de depósito, entonces no se puede saber. Te toca uno bueno o uno malo. Es la suerte. Los que estaban bien alimentados son difíciles de estropear rápido. Tienen pieles duras.

- A mí -dijo Poland- se me descosieron los plomos de mi esclavina, así que no me quedaban más que siete sobre dieciséis, tuve que golpear dos veces más rápido [1], ¡qué reventado estaba, palabra de honor...! Pero el sargento estaba contento de verlo. Simplemente me dijo que los cosiera más sólido la próxima vez. Me castigaron.

Dejaron de hablar porque traían la sopa. Lune agarró el cucharón y lo hundió en la marmita. Era sopa de espigas con grasa que sobrenadaba. Se sirvieron porciones grandes.

II

Lune esperaba de facción ante el inmueble del Partido Conformista. Miraba los libros y los títulos le hacían doler la cabeza. Nunca leía nada más que su breviario kana, con los cuatro mil casos de contradanza que debía saber de memoria, desde el pipí en la calle hasta hablar demasiado a un kana. La lectura del breviario regularmente le daba rabia no bien llegaba a la página 50, donde una ilustración mostraba a un hombre atravesando una gran avenida fuera del pasaje peatonal. Cada vez escupía en el suelo, de asco, y daba vuelta la hoja con furor para tranquilizarse ante la vista del "buen kana" de botones brillantes, cuyo retrato venía a continuación. Por un curioso azar, el "buen kana" se parecía a su compañero Paton, que estaba de plantón del otro lado del inmueble.

De lejos bajaba por la calle un coche grande cargado de viguetas de acero al barbandiumg. Un pequeño aprendiz estaba encaramado en el extremo de la más larga, que bailaba detrás, en vilo. Agitaba un gran trapo rojo para meter miedo a la gente, pero algunas ranas, atraídas, se abalanzaban sobre él de todas partes, y el desdichado chico se debatía sin cesar contra sus pieles mojadas. El camión saltaba con sus cuatro gomas duras y negras, y el chico bailaba como sobre una raqueta. El camión pasó delante del inmueble: hubo un traqueteo más fuerte que los otros y, justo en el mismo momento, una gruesa rubeta verde espinaca se escurrió, por el cuello de su camisa, hasta debajo de la axila del chico. Lanzando un chillido, éste soltó prenda. Describió un arco de lemniscata velada y aterrizó de lleno en la vidriera de los libros. No escuchando más que su coraje, Lune se puso a silbar con todas sus fuerzas y se abalanzó sobre el chico. Lo sacó por los pies a través de la abertura y se puso a golpearle un poquito la cabeza en el pico de gas más cercano. Un grueso fragmento de vidrio, plantado en la espalda del niño, reflejaba la luz del sol, y la mancha luminosa bailaba sobre la vereda reseca.

- ¡Otro fascista! -dijo Paton, que llegaba.

Un empleado de la librería se acercó a ellos.

- Tal vez sea un accidente -dijo-, Parece joven para ser fascista.

- ¡Qué va! -dijo Lune-. ¡Yo lo vi...! ¡Lo hizo a propósito...!

- ¡Hum...! -dijo el empleado.

Lune soltó al niño, furioso.

- ¿Va a enseñarme mi oficio? ¡Lo meto adentro si insiste!

- Sí -dijo el empleado.

Recogió al chico y entró en la librería.

- ¡Qué cerdo! -dijo Paton-. ¡Vas a ver lo que le costará eso...!

- ¡Y qué te parece...! -dijo Lune con satisfacción-. Es un ascenso en perspectiva... iY quizá podamos recuperar al fascista para la Escuela...!

III

- Qué aburrimiento hoy -dijo Paton.

- Sí -dijo Lune-. ¿Te acuerdas, la semana pasada?

- Habría que hacer algo -dijo Lune-. Si nos sucediera algo una vez por semana ... ¡sería macanudo...!

- Sí... -dijo Paton-. ¡Oh...! ¡Fíjate...!

Había dos chicas muy lindas en el bar de al lado.

- ¿Qué hora es? -dijo Lune.

- Diez minutos más y terminamos -dijo Paton.

- ¡Estupendo...! -dijo Lune. Estaba mirando a las chicas-. ¿Vamos a tomar un trago?

- Sí -contestó Paton.

IV

- ¿La volviste a ver hoy? -preguntó Paton.

- No -respondió Lune-. No podía. ¡Qué día asqueroso...!

Estaban de guardia ante la puerta del Ministerio de Ganancias y Pérdidas.

- No pasa nadie por aquí -dijo Lune-. Es... Se interrumpió porque una anciana le dirigía la palabra.

- Perdón, señor, ¿la calle Dezecole?

- Dale -dijo Lune.

Y Paton asestó un gran porrazo sobre la cabeza de la señora. La pusieron contra la pared.

- ¡Vieja puerca! -dijo Lune-. ¿No puede hablar a mi izquierda, como todo el mundo? En fin, por lo menos es una distracción -concluyó.

Paton frotaba su porra con un pañuelo a cuadros.

 

[1] Antiguamente, la policía francesa usaba la esclavina a manera de porra. (N. del T.)