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[E s t u p i d e z]

La estupidez, ese amor inconfesable, ejerce sobre nosotros un poder hipnótico, una atracción invecible. La he sentido yo muchas veces en el tranvía, en los lugares públicos, en el café y, junto a mí, que voy vagando por los más inexplorados continentes de la inteligencia se sientan unos desconocidos. Cómo suele ocurrir, las palabras de éstos exhalan una estupidez inefable, inspirada, encantadora. Poco a poco se va difuminando mi aventura, pierdo la pista de mi viaje solitario, cedo a la llamada primigenia de la estupidez, mi oído se llena del canto de la sirena. ¡Inteligencia, yo te saludo! No pienso más, no busco más, no quiero más. Una suavísima languidez me va invadiendo de la misma manera que, en el desenlace de un prolongado insomnio, nuestros nervios, finalmente, se disuelven en la extenuación voluptuosa del sueño. Y ahora me dirijo a vosotros y os pregunto: «Para nosotros, hijos de la Inteligencia, para nosotros, hijos del Pecado, ¿no es quizá esta llamada la lejanísima, nostálgica llamada del Paraíso perdido?

[A d á n]

Nombre del primer hombre. O, mejor dicho, nombre de un hombre que nunca existió. Ulises le dijo a Polifemo que él se llamaba Nadie, pero si le hubiera dicho que se llamaba Adán habría sido lo mismo. Y tanto menos puede decirse que Adán haya existido en la forma que le dio Miguel Ángel: la nariz griega, los músculos tensos, la armoniosa disposición de miembros del perfecto atleta. Sobre la cima más alta del Principado de Mónaco se levanta un pequeño edificio dedicado a museo de antropología prehistórica, y allí, en una salita desde donde la mirada abarca un mar sin límites, sobre el cual, de un momento a otro, esperamos ver asomar la vela de Iseo, entre las vitrinas en que yacen, sobre su lecho de polvo, los esqueletos hallados en Cavillón y en la Gruta de los Niños, se encuentra una cabeza de yeso, más de gorila que de hombre, en la que el escultor anónimo ha compendiado todas las características de la raza de los Grimaldi. Esta cabeza se parece al Adán de la Capilla Sixtina como yo a Greta Garbo. ¿Usque tandem continuará el inexistente Adán ejerciendo el cargo de padre del género humano? El hombre es todavía sumamente pueril. Su mollera tiene necesidad de apoyos, de representaciones adecuadas a sus toscas posibilidades, de mitos expuestos de manera narrativa o figurados plásticamente. La antropología prehistórica no da al hombre el mito deseado, y el libro del Génesis, en cambio, sí. Esto no es indicio de que el arte sea superior a la ciencia, sino de lo rudimentarias que son todavía las facultades intelectivas del hombre. El día en que Goethe descubrió el hueso intermaxilar, eliminando así el último obstáculo que estorbaba el camino del evolucionismo, Adán habría debido dejar de existir instantáneamente, y el hombre de ser una emanación directa de Dios. Pero, a pesar de todo, el descubrimiento del hueso intermaxilar no hizo mella alguna en la reputación de Adán, en su situación. Las revoluciones de la ciencia transcurren sin turbar los mitos, ya que la revolución copernicana no impide a la mayor parte de los hombres vivir y pensar de manera exquisitamente tolemaica, y la revolución darwiniana no impide a la mayor parte de los hombres considerar al hombre como centro del universo. ¿Y cómo podría ser de otra manera? Los descubrimientos que el hombre hace, los conocimientos siempre nuevos que adquiere, no hacen que deje de ser hombre. Y, entonces, ¿qué? Pues que la mayor tragedia del hombre es, precisamente, que, por muy lejos que llegue en su pensamiento, seguirá siendo hombre y nada más que hombre.

La palabra Adán está relacionada con el vocablo 'adhâmâh, «tierra», y deriva de la raíz 'dm, «ser de color leonado», es decir, del color de la tierra arcillosa con que, según se dice, fue moldeado el primer hombre. [1]

En las pinturas de las tumbas subterráneas de Tarquinia, los cuerpos de los hombres son rojoparduzcos, y los de las mujeres blancos. ¿Confirmación, quizás, del origen fenicio de los etruscos, de la existencia, en su misteriosa lengua, de la raíz 'dm? Hay que añadir que, en la tumba «de los toros», entre hombres rojoparduzcos y mujeres blancas, he encontrado también hombres de color rosa...

Al hombre los turcos lo llaman adàm. Una noche de octubre de 1918 descubrí en la ciudad de Monastir a una mujer que estaba junto a una fuente. Había salido a escondidas a beber, como el chacal baja, al caer la noche, a apagar su sed al río. Era la última meretriz que quedaba en aquella ciudad devastada por la guerra y se escondía para escapar a los deseos de los soldados. Le di ánimos, la consolé, y ella, con la palabra adàm! adàm!, que repetía como un trágico estribillo, expresaba todo el horror que le inspiraba el linaje de los hombres. Pensé que incluso en la vieja más decrépita, incluso en la mujer obligada a ejercer la prostitución, persiste la virgen, y su terror por el macho horrible y rapaz. ¿Cómo no justificar la mayor simpatía, la mayor confianza, que inspira el hombre «rosa»?

Cuando la mujer turca ama libremente no llama a su hombre adàm, sino aslàn, que significa león. Le coge por el vello del pecho y repite, con voz de amor: aslanúm!, «¡león mío!».

Dice la canción:

Pigliamo il treno la ferrovia.
Tutti in Turchia ci tocca andar
. [2]

[A g o n í a]

Quando si parte l'anima feroce / Dal corpo ond'ella stessa s'è disvelta... [3] En estos dos versos que dice Dante Pier delle Vigne en el canto decimotercero del «Infierno» está todo el sentido de la palabra agonía, hecho más violento aún por la muerte voluntaria. Pero la palabra agonía sigue justificando su significado originario de combate [4] y define el combate supremo del hombre con la muerte. Es más explícita aún la palabra alemana Todeskampft. Pero, como me ha hecho ver un reciente y dolorosísimo ejemplo, la agonía no es tanto un combate cuanto un terrible esfuerzo «por pasar». ¿Tan angosta es, entonces, la puerte del más allá? Sí, hasta el punto de que nuestra cooperación con la persona amada que está por abandonarnos no es tanto ayudarla a seguir «acá» cuanto ayudarla -por terrible que sea decir esto- a pasar «allá».

 

[1] 'Adam, hombre, humanidad. Adán (el primer hombre). 'Adamah, tierra, terreno, territorio, tierra (planeta). 'Adem, 'adom, ser rojo, rojizo, enrojecer. 'Adom, rojo. La raíz es 'dm, leonado.
[2] Cojamos el tren, el ferrocarril. Todos a Turquía debemos ir.

[3] Cuando se aparta el ánima feroz / del cuerpo por sí misma desunida... (Traducción de Ángel Crespo, versos 94/95.)
[4] Agóon, significó originariamente asamblea, de donde asamblea de espectadores a los juegos, de donde el combate deportivo de los mismos y luego, por extensión, combate o lucha en general.