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Ella: También he visto a los supervivientes y a los que estaban en el vientre de las mujeres de Hiroshima.

Ella: He visto la paciencia, la inocencia, la aparente dulzura con que los supervivientes provisionales de Hiroshima se acomodaban a una suerte tan injusta que la imaginación, generalmente tan fecunda, se cierra ante ellos.

Ella (en voz baja): Oye...
Sé...
Lo sé todo.
Todo sigue.

El: Nada. No sabes nada.

Ella: Las mujeres corren peligro de dar a luz niños deformes, monstruos, pero todo sigue.
Los hombres corren el peligro de verse atacados de esterilidad, pero todo sigue.
La lluvia da miedo.
Lluvias de cenizas sobre las aguas del Pacífico.
Las aguas del Pacífico matan.
Han muerto pescadores del Pacífico.
La comida da miedo.
Se tira la comida de toda una ciudad.
Se tira la comida de ciudades enteras.
Toda una ciudad monta en cólera.
Ciudades enteras montan en cólera.

Ella: ¿Contra quién, la cólera de las ciudades enteras?
La cólera de las ciudades enteras tanto si lo quieres como si no, contra la desigualdad establecida como principio por ciertos pueblos contra otros pueblos, contra la desigualdad establecida como principio por otras razas contra otras razas, contra la desigualdad establecida como principio por ciertas clases contra otras clases.

Ella (en voz baja): Oye...
Igual que tú, yo conozco el olvido.

El: No, tú no conoces el olvido.

Ella: Igual que tú, estoy dotada de memoria. Y conozco el olvido.

El: No, tú no estás dotada de memoria.

Ella: Como tú, yo también intenté luchar con todas mis fuerzas contra el olvido. Y he olvidado, como tú. Como tú, desée tener una memoria inconsolable, una memoria de sombras y de piedra.

Ella: Luché por mi cuenta, con todas mis fuerzas, cada día, contra el horror de comprender ya en absoluto el por qué de recordar. Y como tú, he olvidado...

Ella: ¿A qué negar la evidente necesidad de la memoria...?

Ella: ... Oye... Sé más. Esto se repetirá.
Doscientos mil muertos.
Ochenta mil heridos.
En nueve segundos. Estas cifras son oficiales. Aquello se repetirá.

Ella: Habrá diez mil grados en la tierra. Diez mil soles, dirán. El asfalto arderá.

Ella: Reinará un profundo desorden. Toda una ciudad será levantada del suelo y volverá a caer convertida en cenizas...

Ella: Nuevas vegetaciones brontan de las arenas...

Ella: ... Cuatro estudiantes esperan juntos una muerte fraternal y legendaria.
Los siete brazos del estuario en delta del río Ota, se vacían y se llenan a la hora de costumbre, exactamente a las horas de costumbre, de un agua fresca y venenosa, gris o azul según la hora y las estaciones. Por las fangosas orillas, ya no hay gente mirando la lenta subida de la marea en los siete brazos del estuario en delta del río Ota.

Ella: ... Y te encuentro a ti.




[Versión «teatral», limitada a los diálogos, del guión de la película]
[Seix Barral, traducción de Caridad Martínez]

[texto en français]