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Hiroshima mon amour
Marguerite Duras


Van apareciendo, poco a poco, dos hombros desnudos.
Esos dos hombros se abrazan y están como empapados en cenizas, en lluvia, en rocio o en sudor.
Los dos hombros abrazados son de distinto color, uno es oscuro y el otro claro.
Una mano de mujer, permanece apoyada en el hombro amarillo, apoyada es una manera de hablar, aferrada sería más exacto.

El: Tú no has visto nada de Hiroshima. Nada.

Ella: Lo he visto todo. Todo.

Ella: Por ejemplo, el hospital lo he visto. De eso estoy segura. Hay un hospital en Hiroshima. ¿Cómo iba a poder dejar de verlo?

El: No has visto ningún hospital en Hiroshima. No has visto nada de Hiroshima.

Ella: Cuatro veces en el museo...

El: ¿Qué museo de Hiroshima?

Ella: Cuatro veces en el museo de Hiroshima. He visto a la gente paseando. Todo el mundo pasea, pensativo, por en medio de las fotografías, las reconstituciones, a falta de otra cosa, a través de las fotografías, las fotografías, las reconstituciones, a falta de otra cosa, las explicaciones, a falta de otra cosa.
Cuatro veces en el museo de Hiroshima.
He contemplado a la gente. He mirado a mi vez, pensativamente, el hierro. El hierro quemado. El hierro roto, el hierro que se ha hecho vulnerable como la carne. He visto ramilletes de cápsulas, ¿quién iba a pensarlo? Pieles humanas flotantes, supervivientes, con sus sufrimientos aún recientes. Piedras. Piedras quemadas. Piedras hechas añicos. Cabelleras anónimas que las mujeres de Hiroshima encontraban enteras, caídas, por la mañana al despertarse.
He tenido calor en la plaza de la Paz. Diez mil grados, en la plaza de la Paz. Ya lo sé. La temperatura del sol, en la plaza de la Paz. ¿Cómo no lo iba a saber...? La hierba, es muy sencillo...

El: Tú no has visto en Hiroshima, nada.

Ella: Las reconstituciones se han hecho lo más seriamente posible.
La ilusión, es muy sencillo, es tan perfecta que los turistas lloran.
Siempre puede uno burlarse, ¿pero que otra cosa puede hacer un turista sino precisamente esto, llorar?

Ella: La suerte de Hiroshima siempre me ha hecho llorar. Siempre.

El: No.

Ella: ¿Qué es lo que iba a hacerte llorar?

Ella: Yo vi los noticiarios.
Al segundo día, dice la historia, no me lo he inventado yo, desde el segundo día, determinadas especies animales resurgieron de las profundidades de la tierra y de las cenizas.
Se fotografiaron perros.
Para siempre.
Los he visto.
He visto los noticiaros.
Los he visto.
Del primer día.
Del segundo día.
Del tercer día.

El (interrumpiéndola): No has visto nada. Nada.

Ella: ... del quinceavo día también.
Hiroshima se llenó de flores. Por todas partes no había más que acianos y gladiolos, y campanillas y lirios que renacían de las cenizas con extraordinario vigor, desconocido hasta encontes en las flores.

Ella: Y no me he inventado nada.

El: Te lo has inventado todo.

Ella: Nada.
De la misma manera que existe una ilusión en el amor, esta ilusión de ser capaz de no olvidar nunca, también yo he tenido la ilusión ante Hiroshima de que jamás olvidaría.
Igual que en el amor.