En cuanto a mis obras futuras,
verás a un joven llegar un día
a una hermosa casa
donde un padre, una madre, un hijo y una hija
viven ricamente, en un estado que no conoce la crítica,
como si fuera un todo, la vida pura y simple;
hay también una sirvienta (originaria de regiones subproletarias);
viene, ese joven, bello, como un americano,
y, súbitamente, la sirvienta, la primera, cae enamorada de él,
y se levanta las faldas. Él le da la dulce,
pesada cólera de su miembro. Luego el hijo
se enamora de él: duermen juntos, en la misma habitación
del chico, con los restos de la infancia; y también al hijo
él le da su miembro de seda, más adulto y potente;
y el mismo don, condescendiente y generoso,
porque él es el que da, le hará a la madre,
que adoró sus ropas, los pantalones, la remera,
el slip, dejados en un bungalow
un día caluroso de verano, sobre el mar Tirreno;
y aún el mismo don le hará al padre, transformándose
en padre del padre –porque él, con ambigua dulzura materna,
es, por nombre, padre-
al padre que se despertó al alba
con un dolor de estómago que lo parte en dos,
y que descubre, alzándose para ir al baño,
la belleza muda de las cuatro de la mañana
con el fulgor del sol...y que descubrirá su amor
con la misma maravilla con que descubrió aquel sol:
un amor como el de Ivan Ilich por su sirviente
campesino y joven;
pero consciente y dramático
porque él, el viejo industrial con la cara
de Orson Welles, es un pequeño burgués,
que dramatiza todo.
El mismo don de su miembro, durante las horas
de la enfermedad del padre –y antes que al padre-
é l le hará a la hija de catorce años, enamorada
de su padre, y que descubre, al joven todo amor,
a través de los ojos enamorados, justamente, del padre.
Después el joven se va:
la ruta al fondo de la que desaparece
permanecerá desierta para siempre.
Y cada uno, en la espera, en el recuerdo,
como apóstol de un Cristo no crucificado pero perdido,
tiene su destino. Es un teorema:
y cada destino es un corolario.(Fragmento del largo poema Poeta de las cenizas, hallado por su biógrafo Enzo Siciliano entre los papeles íntimos de Pasolini, tiempo después de su asesinato. Dice Siciliano que las 32 páginas del texto fueron escritas, casi con seguridad, en agosto de 1966 en Nueva York. En ese momento Pasolini pensaba en Orson Welles para el papel del padre. Lo terminó interpretando Massimo Girotti. La traducción es del poeta Arturo Carrera y fue publicada en la revista argentina "Diario de Poesía)
¡Todo es santo! ¡Todo es santo! ¡Todo es santo! No hay nada de natural en la naturaleza, niño, recuérdalo bien. Cuando la naturaleza te parezca natural todo habrá acabado. Y otra cosa comenzará. Adiós, cielo... Adiós, mar... ¡Qué hermoso cielo! Cercano...Feliz ¿No te parece antinatural un solo pedacito y que un Dios no sea dueño? Así es el mar...hoy que tienes trece años y pescas en el agua tibia. Mira detrás de ti...¿qué ves? ¿Tal vez algo natural?. No, es una aparición lo que ves detrás de ti. Son las nubes reflejándose en el agua quieta y pesada de las tres de la tarde. Mira allá, aquella raya negra en el mar, brillante como el aceite. Esas sombras de árboles en aquellos cañaverales. En cada lugar que tus ojos miran se esconde un Dios. Y si no está, dejó marcas de su sagrada presencia. O silencio u olor a hierba o frescura de agua dulce. Todo es santo, pero la santidad es una maldición. Los dioses que aman al mismo tiempo odian.
(Fragmento del diálogo de la secuencia que abre Medea (1969): la 'lección' del Centauro a Jasón)
Pues bien: en este sentido yo soy como un negro en una sociedad racista que ha querido adornarse con un espíritu tolerante. Soy un 'tolerado'.
La tolerancia, entérate bien, es sólo y siempre puramente nominal. No conozco un solo ejemplo o un solo caso de tolerancia real. Y esto porque una 'tolerancia real' sería una contradicción en sus propios términos. El hecho de 'tolerar' a alguien es lo mismo que 'condenarle'. La tolerancia es incluso una forma más refinada de condena. En realidad al 'tolerado' –digamos que al negro que habíamos tomado como ejemplo- se le dice que haga lo que quiera, que tiene todo el derecho del mundo a seguir su propia naturaleza, que su pertenencia a una minoría no significa para nada inferioridad, etcétera. Pero su 'diversidad' –o mejor, su 'culpa de ser diferente'- sigue siendo la misma tanto ante quien ha decidido tolerarla como ante quien ha decidido condenarla. Ninguna mayoría podrá eliminar jamás de su conciencia el sentimiento de la 'diversidad' de las minorías. La tendrá siempre presente eterna y fatalmente. Por consiguiente –es cierto-, el negro podrá ser negro, es decir, podrá vivir libremente su propia diferencia, incluso fuera –es cierto- del 'gueto' físico, material, que en tiempos de represión le había sido asignado.
No obstante la figura mental del gueto sobrevive inevitablemente. El negro, será libre, podrá vivir nominalmente sin trabas su diferencia, etcétera; pero siempre estará dentro de un 'gueto mental', y ojo con salir de ahí.
Sólo puede salir de ahí si adopta la perspectiva y la mentalidad de quien vive fuera del gueto, o sea de la mayoría.
Ningún sentimiento suyo, ningún gesto, ninguna palabra suya puede estar 'teñida' de la experiencia particular que vive quien está encerrado idealmente dentro de los límites asignados a una minoría (el gueto mental). Debe renegar enteramente de sí, y fingir que la experiencia que lleva a sus espaldas es una experiencia normal, o sea la mayoritaria.
(Fragmento del texto Parágrafo tercero: más sobre tu pedagogo, publicado en el semanario Il Mondo, el 20 de marzo de 1975. Junto a otros forma parte de un proyecto que Pasolini no completó. Se trata de un tratado pedagógico dirigido a un joven napolitano, 15 años, nacido de su imaginación. Está incluido en Lettere luterane. Hay edición en castellano: Cartas luteranas, Madrid, Trotta, 1997. La traducción es de Josep Torrell, Antonio Giménez Merino y Juan Ramón Capella)
Cuentan que Totò era príncipe. Una tarde que comiamos juntos, Totò dejó a un camarero una propina de veinte mil liras. Los príncipes no tienen costumbre dar propinas de esta importancia, son más bien tacaños. Luego si Totò era un príncipe, era un príncipe de una clase muy particular. De hecho, de su compañía, uno sacaba la impresión que se trataba de un pequeño burgués. Eso en cuanto al hombre. Y el artista, ¿cuál era su cultura? Su cultura es la cultura napolitana subproletaria; desciende en linea recta. Imposible concebir a Totò fuera del subproletariado napolitano. De tal modo, Totò estaba perfectamente ligado a este mundo que yo mismo he descrito, bien que en un registro diferente, pues mi descripción recurre a la vez a lo cómico y a lo trágico, mientras que Totò ha integrado un elemento clownesco, salido del Pulcinella, aunque siempre típico del proletariado napolitano.
(Fragmento de On raconte que Totò était prince..., texto escrito en 1971, incluido en el libro de Goffredo Fofi et Franca Faldini: Totò, l'uomo e la maschera: Roma, Feltrinelli, 1977)
Yo abjuro de la Trilogía de la vida, aunque no me arrepienta de haberla hecho. En realidad no puedo negar la sinceridad y la necesidad que me impulsaron a la representación de los cuerpos y de su símbolo culminante, el sexo.
Esa sinceridad y esa necesidad tienen varias justificaciones históricas e ideológicas.
Ante todo se insertan en la lucha por la democratización de la 'libertad de expresión' y por la liberación sexual que fueron dos momentos fundamentales de la tensión progresista de los años cincuenta y sesenta.
En segundo lugar, en la primera fase de la crisis cultural y antropológica iniciada a finales de los sesenta –cuando empezaba a triunfar la irrealidad de la subcultura de los mass media y, por tanto, de la comunicación de masas-, el último baluarte de la realidad parecían ser los cuerpos 'inocentes', con la arcaica, oscura y vital violencia de sus órganos sexuales.
Por último, la representación del erotismo, visto en un ámbito humano recién superado por la historia, pero todavía presente físicamente (en Nápoles, en Oriente Medio), era algo que me fascinaba personalmente como autor y como ser humano individual.
(Fragmento del texto Abjuración de la Trilogía de la Vida, fechado el 15 de junio de 1975 y publicado, póstumamente, en Il Corriere della Sera, el 9 de noviembre de 1975. Está incluido en Lettere luterane. Hay edición en castellano: Cartas luteranas, Madrid, Trotta, 1997. La traducción es de Joseph Torrell, Antonio Giménez Merino y Juan Ramón Capella)