Considero a Bergman un gran director y aunque me es muy lejano lo comprendo y lo aprecio sin dificultad alguna. Sus personajes femeninos, de glúteos, senos, y curvas monumentales y al mismo tiempo débiles -como elefantes heridos que buscan desorientados su cementerio- me son, en teoría extraños y en la práctica me tienen fascinado. Nattvardsgästerna es uno de los filmes más hermosos de la historia del cine. Viskingar och rop señala en cambio, una impredecible involución en la historia estilística de Bergman. Es más, es una verdadera y auténtica degradación de sus temas y de sus instrumentos expresivos. La cultura de Bergman sería estrechamente cinematográfica si no fuese también teatral, la cultura que la sustenta es de carácter supongo, teosófico y esotérico, según la tradición escandinava (pienso sobre todo en Strindberg).

Pero la cultura, la cultura verdadera y propia, sin calificaciones, aparece en Bergman más bien limitada. Ya en Persona y en Riten, Bergman había asumido de forma acrítica en el propio mundo estilístico, formas no propias, sino difundidas por una circulación cultural 'especialista' y pronto reducida a esquemas, a aproximaciones, a reglas terrorísticas. En Persona hay rasgos de montaje de Godard y también algunos de sus manierismos 'profílmicos' (la cámara en campo, por ejemplo). A pesar de esto, Persona es un filme espléndido, prácticamente desmaterializado, una ceremonia visual y 'misteriosa', extremadamente ligera.

En Riten la moda del capítulo cinematográfico godardiano es ya menos relevante: resta la exasperación del tiempo de los encuadres, la desnudez de los fondos. Pero se trata ahora de un intercambio normal de experiencias entre autores que operan en el mismo mundo. Riten es efectivamente bergmaniano de modo inconfundible.

(Fragmento de Viskingar och rop -Gritos y susurros, 1973- crítica del filme de Bergman aparecida en la edición de enero de 1974 de Playboy. Nattvardsgästerna es el título original de Los comulgantes, 1963 y Riten, el de El rito, 1969. El artículo está incluido en I film degli altri, Roma, Ugo Guanda, 1996,. Hay traducción al castellano de Carmen Gallego Cruz en Las películas de los otros, Barcelona, Prensa Ibérica, 1999)

Otra cosa que quería decir en calidad de prólogo a esta serie de colaboraciones es lo que sigue: a menudo hablaré con violencia contra la burguesía: más aún, será éste el tema axial de mi palabra semanal. Y sé muy bien que el lector quedará 'desconcertado' (¿se dice así?) ante esta virulencia; pues bien: todo quedará claro cuando especifique que por burguesía no entiendo tanto una clase social cuanto una verdadera y precisa enfermedad. Una enfermedad altamente contagiosa: tanto es así que ha contagiado a casi todos los que la combaten: desde los obreros del norte hasta los trabajadores que han emigrado del sur, los burgueses de la 'oposición' y los 'solitarios' (como es mi caso). El burgués -digámoslo en son de broma- es un vampiro que no descansa mientras no muerde el cuello de su víctima por el puro, natural y simple placer de ver cómo palidece, se pone triste, se deforma, pierde vitalidad, se retuerce, se corrompe, se asusta, se anega en sentimientos de culpa, se vuelve calculadora, agresiva, terrorista, igual que él.

¡Cuántos obreros, cuántos intelectuales, cuántos estudiantes han sido mordidos de noche por el vampiro y sin darse cuenta se están convirtiendo en vampiros a su vez!

Ha llegado pues el momento en que no basta con reconocer a la burguesía como clase social, sino como enfermedad: reconocerla ahora como clase social es además ideológica y políticamente falso (aunque se haga con los instrumentos del más puro e inteligente marxismo-leninismo). De hecho la historia de la burguesía -en virtud de una civilización tecnológica que ni Marx ni Lenin pudieron prever- está lista ya, si lo miramos bien, para coincidir con la universal historia del mundo. Esto ¿es bueno o malo? Ni lo uno ni lo otro, creo yo; no quiero emitir oráculos. Es sencillamente un hecho. Pero pienso que es necesario tomar conciencia del mal burgués para intervenir con eficacia contra él y contribuir a que sea un poco más positivo que negativo.

Desde mi soledad de ciudadano, pues, procuraré analizar a esta burguesía como enfermedad dondequiera que se encuentre: es decir, hoy más o menos en todas partes (una forma 'astuta' de decir que el 'sistema' burgués está en condiciones de asimilar todas las contradicciones, aunque es él mismo quien crea esas contradicciones, como dice Lukács, para sobrevivir superándose). Síntoma seguro de la presencia del mal burgués es precisamente el terrorismo, moral e ideológico: también en sus formas ingenuas (por ejemplo, entre los estudiantes).

(Fragmento de Preámbulo, texto que inaugura las colaboraciones de Pasolini con el semanario Tempo, publicado el 6 de agosto de 1968. Está recopilado en Il caos, Roma, Riuniti, 1980. Hay traducción al castellano de Antonio-Prometeo Moya: El caos. Contra el terror, Barcelona, Crítica, 1981)