Los personajes de Accattone eran todos ladrones, o chulos, o carteristas o gente que vivía al día; se trataba, en definitiva, de una película sobre la mala vida. Naturalmente, a su alrededor estaba también el mundo de la gente del arrabal, implicada tal vez por complicidad en la mala vida, pero que, en definitiva, trabajaba normalmente (por un salario miserable, como Sabino, el hermano de Accattone). Pero como autor y como ciudadano italiano, en la película yo no expresaba ningún juicio negativo sobre los personajes de la mala vida: todos sus defectos me parecían defectos humanos, perdonables, además de estar del todo justificados socialmente. Eran, como dije, los defectos de unos hombres que obedecen a una escala de valores absolutamente "propia" y "diferente" de la burguesa.

En substancia, son personajes enormemente simpáticos; es difícil imaginar gente tan simpática (más allá de los sentimentalismos burgueses) como la del mundo de Accatone, es decir de la cultura subproletaria y proletaria de Roma hasta hace unos diez años. El genocidio ha borrado para siempre a estos personajes de la faz de la tierra. En su lugar están esos "sustitutos" suyos que, como ya tuve ocasión de señalar, son, por el contrario, los personajes más odiosos del mundo.

(Fragmento de Mi Accattone en televisión después del genocidio, publicado el 8 de octubre de 1975 en Il Corriere della Sera. Está incluido en Lettere luterane. Hay edición en castellano: Cartas luteranas, Madrid, Trotta, 1997. La traducción es de Josep Torrell, Antonio Giménez Merino y Juan Ramón Capella)


Y...
mis amores de pura sensualidad
como un eco repetidos en los valles sagrados de la libido,
sádica, masoquista, los calzones
con la alforja tibia
donde está marcado el destino de un hombre
-son actos que llevo a cabo solo
inmerso en el mar maravillosamente agitado.

Poco a poco los miles de sagrados gestos,
la mano encima de la tibia hinchazón,
los besos, cada día en una boca diferente,
cada vez más virgen,
cada vez más cercana al encanto de la especie,
a la norma que hace tiernos padres de los hijos,
poco a poco
se han convertido en monumentos de piedra
que a millares inundan de gente mi soledad.

(Fragmento de Las bonitas banderas, poema incluido en Poesía in forma de rosa (1961-1964), Milán, Garzanti, 1964. Hay traducción al castellano de Juan Antonio Méndez en Poesía en forma de rosa, Madrid, Visor, 1982)


Hay que inventar nuevas técnicas que sean irreconocibles, que no se parezcan a ninguna operación precedente. Para evitar así la puerilidad y el ridículo. Hay que construirse un mundo propio con el que no haya comparaciones posibles. Para el cual no existan medidas de juicio anteriores. Las medidas deben ser nuevas, como la técnica. Ninguno debe entender que el autor no vale nada, que es un ser anormal, inferior, que es como un gusano que se retuerce para sobrevivir. Ninguno debe pescarlo en falta de ingenuidad. Todo debe presentarse como perfecto, basado sobre reglas desconocidas y, por lo tanto, imposibles de juzgar. Como un loco: sí, como un loco. Vidrio sobre vidrio, porque Pedro no es capaz de corregir, pero ninguno debe advertirlo. Un trazo sobre un vidrio corrige, sin ensuciarlo, otro trazo antes pintado sobre otro vidrio. Pero todos deberán creer que no es el ardid de un incapaz, de un impotente, sino una decisión resuelta, impertérrita, altiva y casi feroz: una técnica apenas inventada y ya insustituible. O bien celofán o gasa pegados sobre vidrio, y el todo transparente sobre unos cuantos trazos que, por casualidad, han salido bien sobre el cartón, después de mil ensayos penosos y mil otros cartones desgarrados.

Nadie debe saber que un trazo sale bien por casualidad. Por casualidad, con temor: y que cuando un trazo, por milagro, sale bien, hay que protegerlo y cuidarlo como una reliquia. Pero nadie, nadie debe advertirlo. El autor es un pobre idiota tembloroso. Un desecho. Vive en el azar y el riesgo, avergonzado como un niño. Ha reducido su vida a la absurda melancolía de quien vive degradado por la impresión de algo perdido para siempre.

(Fragmento de Vocación y técnicas, noveno capítulo de la segunda parte de Teorema el libro que Pasolini escribió poco antes de rodar la película homónima en 1968. Hay traducción castellana de Enrique Pezzoni en Teorema, Buenos Aires, Sudamericana, 1970)