Teresa Orecchia: También decís que te interesan en esas relaciones o lecturas una parte de sombra en tu interlocutor, algo que no se quiere expresar o que es secreto.

Edgardo Cozarinsky: Exacto, algo que no quieren o que no saben expresar. Eso yo lo siento a través de los demás, intuyo esa parte de sombra, a veces hay cosas íntimas como cohibidas. O sea, cuando leo a Sebald, me digo: este tipo ha perdido cosas que le importaban mucho, hay una herida. Y esto no es hacer psicologismo, no me interesa saber nada de su vida, pero hay algo allí que es como constitutivo de la literatura. Creo que una persona feliz no escribe, que el impulso de crear existe para suplir una falta, un manque, y que alguna gente lo asume por la droga o por el sexo, o por la dispersión, o por el amor, pero estamos los que creemos que sólo podemos hacerlo poniendo palabras en una página.

(Extraído de un reportaje realizado en París, el 7 de diciembre de 2001, por Teresa Orecchia. Fue publico en su totalidad en el número 621, correspondiente a marzo de 2002, de la revista española Cuadernos hispanoamericanos.)

Una superstición ingenua profesa que sólo el público de los espectáculos masivos es goloso de la desdicha o la muerte precoz de sus ídolos. Sin embargo, no sólo Billie Holliday o James Dean ocupan ese aciago panteón, recientemente devaluado por el overbooking de los ídolos del rock. La locura, los suicidios frustrados, la automutilación de Van Gogh adquirieron muy pronto un prestigio altísimo, inconmensurable, por ejemplo, con el asma de Proust o la tisis de Modigliani.

"El dinero -es bien sabido- busca redimirse pagando por el sufrimiento y la miseria ajenos, tanto mejor si es una obra de arte la que da forma y a la vez distancia el grito. El artista podrá divertirse con las intrigas suscitadas no sólo por el valor moral de la noción de autenticidad sino también por el valor mercantil, la cotización que el toque de su mano pudo conferir. Sabe que, en el fondo, esa moral, ese comercio son ajenos al arte que invocan.

(Fragmento final del texto Identificación de un artista, fechado en 1998 e incluido en El pase del testigo, Buenos Aires, Sudamericana, 2001.

El doctor Gachet, que cuidó a Van Gogh en sus últimas semanas de vida, pintor amateur y coleccionista sin dinero ¿habrá sido un falsificador? Su hijo, al donar al Louvre la colección del padre ¿se habrá burlado de los expertos incluyendo obras del Doctor como si fueran de Van Gogh? Una intriga policial en el mundo de los museos, donde los detectives no terminan de contradecirse y, si alguien ríe, lo hace más allá de la tumba.

(Texto escrito para el Museo Latinoamericano de Buenos Aires, en ocasión de una retrospectiva parcial de su filmografía en 2002.)

Sí, yo soy muy viajero. Creo que estos personajes nómades, que tienen un itinerario, que a veces son como detectives o investigadores, proyectan una manera mía de ver, de ir de un lado a otro y de mirar. Por más ficción que haya en las cosas, uno las va nutriendo con su sensibilidad. Yo no podría hacer una historia de familia, porque no soy un tipo de familia, no sabría cómo contar una historia así. En cambio, historias de gente sola, errante, que va de un lado para el otro, eso sí me sale, respondo muy inmediatamente a esto.

(De una nota firmada por Eugenia García –"Me gusta descubrir los fantasmas de Buenos Aires"- publicada en el diario argentino Página 12, el 27 de junio de 2004.)

A veinte años de su mudanza a otra vida, la Victoria Ocampo que hoy prefiero evocar no es la mecenas cultural, que hizo durante medio siglo, con sus propios medios, más que cualquier fundación actual. Es más bien la formidable e inquietante mujer que nunca le pidió permiso a nadie para hacer lo que se le daba la gana: con su fortuna, con su persona, con sus sentimientos. La colección de Sur es el monumento más válido a su memoria, aun más que sus Testimonios o esas memorias que quién sabe cuánto habrá que esperar para poder leer completas, no expurgadas.

Segura de que tenía una misión, insegura de su capacidad para cumplirla, desconfiada de toda autoridad que pretendiera corregirla, atenta a las pocas opiniones que respetaba pero prefiriendo siempre sus propios errores a los ajenos, Victoria Ocampo atravesó su tiempo con una fe sin fisuras en lo literario, en la capacidad del lenguaje y la imaginación para ir más lejos que ideas, sistemas y creencias, para tocar algo más cierto.

(Fragmento de Victoria Ocampo: veinte años después, texto fechado en 1999 e incluido en El pase del testigo, Buenos Aires, Sudamericana, 2001.)

Vivir es, para mí, en gran medida, escribir y hacer cine. Sobre todo desde que tuve un percance de salud en el 99. Hasta entonces yo había estado perdiendo el tiempo, acumulando tiempo perdido para algún día recobrarlo, diría Proust. Pero cuando escuché la campana que me recordaba que no soy eterno, tras quince años volví a escribir y ya no paré. Desde entonces, filmar en Buenos Aires, o lograr que un libro mío salga aquí y no antes en España, pasó a ser algo muy importante, un reencuentro amoroso con mi identidad. Siempre digo: soy argentino pero sobre todo soy porteño, con todo lo positivo y lo negativo que tiene esta ciudad. Hoy ya no es la ciudad conservadora de mi infancia, sino una ciudad medio náufraga, y me fascina precisamente por el sálvese quien pueda en que se vive; por esa urgencia que despierta los sentidos y te obliga a buscar soluciones rápidas.

(De un reportaje –"De rufianes, tangos y exorcismos"- firmado por Flavia Costa y publicado en Ñ, revista de cultura del diario argentino Clarín, el 3 de julio de 2004)

Gustavo Pablos: ¿Dónde y cómo surgieron los textos de "Vudú urbano"?

Edgardo Cozarinsky: Empezó por lo que en el libro se llaman las tarjetas postales, que son textos breves, escritos independientemente entre el 75 y el 78 en París, sin idea de que después iban a formar parte de un libro. Luego de haber escrito cuatro o cinco me di cuenta de que todos tenían que ver con el hecho de que la distancia me había permitido medir un montón de cosas sobre los años pasados en Buenos Aires, sobre mi vida aquí, sobre los momentos en que no volvía, y sobre la idea misma de estar portando algo que era la base positiva y negativa, al mismo tiempo, de toda mi vida. Me di cuenta que "El viaje sentimental", el relato con que empieza el libro, era realmente el tronco; un tronco que había estado oculto, y al que me había estado acercando por ramas y hojas. Y bueno, cuando seguí con este texto y con los relatos breves, vi que todo era parte de un libro, como un centro con una serie de satélites. La forma se me fue revelando poco a poco, no la tuve cuando empecé a escribir.

(Fragmento de un reportaje realizado por Gustavo Pablos, en ocasión del lanzamiento argentino de Vudú urbano, publicado en el diario La Voz del Interior, de la ciudad de Córdoba (Argentina), el 17 de enero de 2003)