Como dije muchas veces, no soy un nostálgico. El pasado me interesa como algo de lo que yo me alimento, no sé si por una cuestión de edad, de educación o de temperamento, para trabajar me interesa más el pasado que el presente. El pasado es para mí una gran reserva ecológica, una reserva inagotable. Pero no me gustaría vivir en otra época, no extraño otras épocas que conocí y menos las épocas que no conocí. Es típico de la nostalgia que esas épocas no vividas sean idealizadas a través de lo que uno conoció por el cine o la literatura. En todo caso, la nostalgia es de los personajes, aunque no una nostalgia mórbida. Es la de quienes vivieron la aventura de los Cahiers durante diez años y después salieron para hacer otra actividad. Fue una época que los marcó en la relación con el mundo y con otras personas. Pero eso tiene que ver con la juventud. La juventud es algo que, cuando se pierde, adiós. Hay poetas que lo han cantado mucho mejor que yo con estas palabras, pero uno no se da cuenta de que el tiempo que se vive es valioso hasta que se pierde. Es un sentimiento al alcance de toda persona viva en este mundo. En el fondo, la nostalgia no es de las cosas, sino del tiempo que pasa.

(Fragmento de una entrevista realizada por la redacción de la revista argentina El Amante, en agosto de 2001. Al hablar de "la aventura de los Cahiers", Cozarinsky se refiere a Le Cinéma des Cahiers, filme que vino a presentar a Argentina por el tiempo del reportaje.)

Edgardo Cozarinsky: Entre las películas de los nuevos directores, vi cuatro que me interesaron mucho. No digo que sean las mejores, porque no vi todas. Pero las cuatro corresponden a ideas del cine diferentes. La ciénaga es una película independiente pero con un canon industrial en el buen sentido, con una terminación acabada. Vagón fumador es lo contrario, una película pirata, hecha con toda la furia, terminada a los ponchazos. La libertad hace rendir como nunca el precepto de menos es más. Mundo grúa es una sorpresa, a priori es lo contrario de lo que me gusta, pero funciona por un principio extraordinario, más allá de que está hecha con mucha sensibilidad. Utiliza el star quality, la presencia de una estrella como el Rulo que llena la pantalla y todo lo que hace es interesante: la simpatía, la comunicación, los gestos. Son tipos diferentes de producción y pertenecen a mundos diferentes. Si eso pasa en un solo país, proyectado a escala mundial, la variedad es muy grande. Creo que una tarea de la crítica sería tratar de encontrar lazos entre cosas que ocurren en Irán con La libertad, o lo que ocurre en Hong Kong con Vagón fumador, no porque hayan estado influidas, sino porque hay una comunicación global donde la gente tiene encuentros, coincidencias con lo que pasa en otro lado, aunque manteniendo su acento nacional. Eso me gustaría encontrarlo en la crítica.

El Amante: Muy poca gente fue a ver La libertad.

Edgardo Cozarinsky: Sí, me di cuenta cuando la vi en el Festival de Cine Independiente. Aunque venga a Buenos Aires cada vez más seguido y me sienta cada vez más ligado a la Argentina, puedo ver el cine argentino con una experiencia europea. Por eso pude entender inmediatamente cuando vi La libertad que la película era extraordinaria y que iba a producir un gran impacto. Y que yo estaba más ligado a ella que muchos argentinos que viven en la Argentina, que me decían que se trataba de un hachero, que no pasaba nada. Pero la fuerza de las imágenes, sobre todo la falta de comentarios, se les escapaba a muchos, pero yo lo podía apreciar, sobre todo porque como cine es algo muy diferente de lo que yo hago y por eso mismo me fascina.

(Fragmento de una entrevista realizada por la redacción de la revista argentina El Amante, en agosto de 2001. En él Cozarinsky se refiere a cuatro películas que han sido rotuladas como pertenecientes al "nuevo cine argentino": La ciénaga (Lucrecia Martel, 2000), Vagón fumador (Verónica Chen, 2000), Mundo grúa (Pablo Trapero, 1999) y La libertad (Lisandro Alonso, 2001). )

No tienen éxito comercial masivo, pero generan una enorme curiosidad. Incluso ya se han estrenado películas que aquí no se han dado, como Extraño, de Santiago Loza: la vi en el cine de mi barrio. El público más exigente, que busca cine de autor y algo distinto, ha reemplazado al cine iraní por el argentino. Son películas que para ellos traen algo diferente, con el doble aspecto de que no son exóticas, como lo son las asiáticas, y la gente que muestra es muy familiar para los franceses. Pero el tono con que se habla no tiene nada que ver con el estilo de vida francés.

(El filme de Loza es de 2003. Extraído de una entrevista de Gaspar Zimerman –"Siempre he sido un francotirador"- publicada en el diario argentino Clarín, el 14 de junio de 2004.)

Hay algo particularmente opresivo en las tardes de invierno en Buenos Aires, en la luz menguante, en la humedad, tardes vacías de domingo que sólo invitan a refugiarse en una obsesión. Pienso que a algunos se les ofrece la posibilidad del amor, de las caricias y los susurros, de los cuerpos que se confunden entre cuatro paredes y sábanas tibias, y luego emergen a la noche; a otros, la vida paralela de las novelas o el cinematógrafo. Me reconozco demasiado tímido para el primero, que sólo pude abordar rara vez, y torpemente; demasiado exigente para el segundo, que sólo me apresa la imaginación en momentos aislados, dejándome una insatisfacción pertinaz.

Me pregunto a veces si no habrá sido para escapar de esos domingos vacíos que me arrojé sin prudencia en este desvío no buscado, que se me había ofrecido en el curso de una investigación al principio ligada a mis estudios y que muy pronto se independizó de ellos, que me presentaba personajes y ambientes para mí más novelescos que cualquier ficción impresa.

(El narrador de El rufián moldavo, primera novela de Cozarinsky: Buenos Aires, Emecé, 2004. En las págs. 45 y 46.)