Este libro tiene una génesis totalmente diferente. Son ensayos y artículos escritos a lo largo de muchos años (pero no todo lo que escribí a lo largo de esos años). Luis Chitarroni, amigo mío, asesor de Editorial Sudamericana, me pidió que hiciera una colección con los que más me interesaran, y por eso es el responsable de que esto exista. Había algunos que eran de crítica literaria en un sentido más estricto, más universitarios, y son los que dejé a un lado porque no se ensamblaban bien con el tono más suelto, más ensayístico que quería para el libro. Entre los que tenían ese tono, elegí los que todavía hoy podían ser leídos, que no estaban demasiado ligados a una circunstancia ocasional, pasajera, y además les agregué algunas cosas nuevas que no estaban en la versión original.

(De un reportaje realizado por Gustavo Pablos, publicado en el diario La voz del interior (Córdoba, Argentina), el 12 de mayo de 2001.)

Lo primero que escribí fue la primera frase: "Los cuentos no se inventan, se heredan." Luego empecé a tejer la historia a partir de dos temas. Por un lado el mundo del tango, que hoy me apasiona tanto como me era indiferente de chico. Por otro, el teatro en yidisch, un fenómeno desconocido para mí hasta hace muy poco. Eran las dos puntas del iceberg en un mar oscuro de la investigación.

(De un reportaje –"De rufianes, tangos y exorcismos"- firmado por Flavia Costa y publicado en Ñ, revista de cultura del diario argentino Clarín, el 3 de julio de 2004)

Te pido que apagues un momento la televisión, que nos regala imágenes de intercambiables refugiados, vietnamitas en Indonesia, camboyanos en Tailandia, cubanos en Miami. Hace días que rehúso mirar el diario, donde cotidianamente vocifera la solidaridad chino-chilena y soviético-argentina. Me dices que vivimos el post-Freud y el post-Marx y reconozco el tono con que en mi infancia se hablaba de postguerra, es decir, de un espacio que se define por una ausencia, no por un contenido o un deseo.

Pero a diferencia de las guerras que en el estrépito de la incertidumbre terminan casi en una fecha precisa, sea por acuerdo o por agotamiento, nos empezado a dar cuenta de este 'después' una vez bien internados en él. Y esa demora en la percepción, al advertirla, nos paraliza más que el casi simultáneo reconocimiento del nuevo espacio en que sobrevivimos. No hubo meteoro en llamas. El agua no se volvió negra ni los árboles ceniza. No hubo séptimo sello que desencadenara prodigios y terrores.

Si miramos hacia atrás reconocemos signos anunciadores, escenas elocuentes, gestos en que parece encarnada una agonía borrosa. Sin embargo, ninguno de ellos es definitorio. Más que corte hubo dilución, más que derrota desvanecimiento.; siempre, el humillante sentimiento de haber sido ciegos a la revelación aunque la mirábamos de frente.

(¿Ciegos a ella precisamente por mirarla de frente? ¿Enceguecidos como por la luz de estrellas muertas, huellas de una vida pretérita que impensables distancias astrales preservan, como la imagen impresa y proyectada del cinematógrafo?)

Quienes invirtieron un modesto capital intelectual en la especulación ideológica fingen que nada ha pasado. Tal vez esperen algún (inadmitido, inadmisible) retorno cíclico que les garantice la dignidad del profeta y no la gracia farsesca del embaucador embaucado. Otros, menos ilusos, se apresuran a desprenderse de toda evidencia comprometedora; reinvindican una ocasional oscuridad sintáctica como prueba de heterodoxia, un error de imprenta como rasgo de humor irreverente; sin rebajarse a la autocrítica, improvisan la continuación de un discurso revisionista que nunca iniciaron.

Aunque nos divierte el espectáculo del oportunismo, nos intriga que no respiremos un aire tan despejado como podíamos haberlo esperado. Tal vez la ausencia de (una forma de) mentira no garantice el imperio de (alguna forma de) la verdad. Quienes en la Edad de Freud y de Marx preferíamos tomar su palabra por instrumento antes que como sistema, aperturas particulares pero no leyes, frente a la rebeldía de la realidad a dejarse explicar por aquella palabra nos sentimos menos divertidos de lo que podíamos haber esperado.

(Fragmento de Welcome to the 80s, fechado en 1980, uno de los trece textos, agrupados bajo el nombre de El álbum de tarjetas postales del viaje, que junto al relato El viaje sentimental forman parte de Vudú urbano, dedicado a sus padres Sara y Miron, libro prologado por Susan Sontag y Guillermo Cabrera Infante que, por vez primera, apareció en edición española en 1985 y recién en el 2002 conoció un lanzamiento argentino a cargo de la Editorial Emecé, Buenos Aires. Cada una de las tarjetas postales está precedida y seguida por una cita. La que antecede a Welcome to the 80s está tomada de Mr. Norris Changes Trains, de Christopher Isherwood, y dice así: "- Hasta la vista -dijo el Barón, con el tono de quien hace una cita particularmente apropiada." La que lo continúa es de Dichos y contradichos, de Karl Krauss: "Considerar que muchas cosas son insignificantes y que todo significa...")



Veo una vez más que una vida se compone de un cruce de otras vidas.

(Dicho por el narrador -la voz y la figura de Edgardo Cozarinsky- de BoulevardS de crépuscules, a los 53 minutos y 38 segundos del filme.)

Detrás de todas estas ficciones ociosas, reconozco una vez más mi afecto por los personajes oscuros. "Como en el cine, también en la vida hay estrellas y actores secundarios." "Toda vida está hecha del entrecruzamiento de otras vidas."

(El narrador innominado de Hotel de emigrantes, nouvelle recogida en La novia de Odessa, Buenos Aires, Emecé, 2001.)

Es difícil que pueda hablar de referentes actuales, porque prácticamente no me interesa ver el cine que se está haciendo, el que habla del presente. En la medida en que puedo, me gusta más ver viejas películas de Griffith o Lubitsch, en DVD, que cualquiera actual... Toda mi vida ha sido un zigzag. Hasta los 25 años creí que iba a tener una carrera como profesor. Me harté, me fui a Europa y estuve un año trabajando de cualquier cosa, de vivir una vida cuyo único interés era hacer lo contrario de la estabilidad que había conocido antes. Cuando escribía de cine escribía lo que se me daba la gana. Nunca fui crítico porque nunca tuve una teoría ni un método, sino reflexiones muy generales. Tampoco soy un cinéfilo, porque no me gusta ver todo el cine. Cuando uno tiene más años se le da otro valor al tiempo. Creo que a estas alturas de mi vida no estoy como para perderlo viendo cualquier cosa. A medida que fui aprendiendo a hacer cine, equivocándome incluso, dejé de ser cinéfilo.

(Extraído de una nota de Claudio D. Minghetti –"Edgardo Cozarinsky: un cineasta de dos mundos"- publicada en el diario argentino La Nación, el 29 de junio de 2004.)

Por otro lado, diría que el exilio es una condición general, que todo el mundo vive fuera de su contexto natural, de lo que podría ser considerado su lugar en el mundo. Estamos afuera por distintas razones, y entre otras cosas porque la sociedad crea gente desalojada.

(Extraído de un reportaje realizado en París, el 7 de diciembre de 2001, por Teresa Orecchia. Fue publico en su totalidad en el número 621, correspondiente a marzo de 2002, de la revista española Cuadernos hispanoamericanos.)