Ninguna investigación es inocente, el detective siempre acaba por descubrir algo sobre sí mismo. De regreso a la Argentina después de varios años en Francia, recorro los sitios de mi adolescencia cinéfila: cines de barrio que fueron demolidos o transformados en salas de juego, en discotecas. Descubro también que Falconetti (la Juana de Arco de Dreyer) y Le Vigan (el más genial actor secundario de los años 30) terminaron su vida en la Argentina. Buscando sus huellas, me hallé confrontado a mi propio camino: al hacer el trayecto inverso ¿no estaría yo viviendo el espejismo de volver a empezar?

(Texto escrito para el programa del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires en ocasión de una retrospectiva parcial de su obra cinematográfica en 2002)

(...) Falconetti era alguien que desde mis primeras visitas a cine-club yo había admirado en La Pasión de Juana de Arco de Dreyer, esas imágenes fabulosas, únicas en la historia del cine. Esa mujer había muerto en Buenos Aires en el año 46. Cuando me enteré de que había muerto en la Argentina, aparecieron cantidad de preguntas sin respuestas: qué estaba haciendo ahí, por qué, cómo murió. Por otra parte, sabía que Le Vigan había estado en la Argentina, pero pensaba que se había ido después de no lograr hacer una carrera cinematográfica. No sabía que se había quedado en Tandil y que había vivido escondido prácticamente hasta el fin, hasta el año 72; había muerto cuando yo ya era adulto. Sus películas francesas de los años 30 las pasaban los cine-clubes en Argentina, cantidad de películas de la época, que marcaron la imaginación de cualquier cinéfilo. Entonces, se me ocurrió ir en busca de las huellas.

Propuse la película como un proyecto al Instituto Nacional del Audiovisual y Claude Guisard, que en esa época era director de programas de creación en el Instituto, me dijo algo que me impresionó mucho, porque muestra hasta qué punto uno es ciego sobre sí mismo. Me dijo: 'Pero usted tiene que hablar de usted, porque es el lazo entre esos dos personajes'. Sin entender, le expliqué que lo que quería era hacer una investigación, y él me contestó '¿Por qué quiere hacer una investigación? Porque usted es argentino, porque es un judío de la Argentina. Usted ahora vive en Francia, y entonces le interesa el destino de dos franceses que fueron a Argentina, así como usted vino a Francia '. Y de pronto empecé a ver lo que yo mismo había propuesto como proyecto, pero mirado desde afuera por alguien que lo veía con más profundidad. Digamos que yo me había quedado en la superficie, y todo lo que estaba en el inconsciente del proyecto, él lo había puesto afuera. Entonces empecé a trabajar y pensé: acá hay algo que tiene que ver con la experiencia del cinéfilo, alguien a quien le gusta el cine y para quien el cine es una realidad; aunque no es la vida real, es como la autentificación de la realidad. Porque esa gente para mí existió, con el aura que podían tener por mis primeras experiencias de cinéfilo, habiendo visto en cine-clubes películas que estaban fuera de circulación, en funciones tardías a la noche, con el prestigio de lo que es un poco marginal, de las catacumbas, no? Esta gente había estado a mi lado, por así decirlo, y yo no me había enterado porque no tenía ojos para la baja realidad que no estaba impresa. Además, este proyecto se me ocurre cuando yo empiezo a volver a la Argentina, y era como recuperar algo de una época muy anterior a la de mi adolescencia.

Te cuento todo esto para que veas cómo esos dos personajes a quienes no conocí, pero que crucé seguramente en mi camino, de alguna manera definieron dos épocas, no sólo de mi vida y mi experiencia, sino con respecto a la Argentina. Falconetti, que llega en el 43, en el ocaso del poder conservador, confiada en hacer una carrera, seguramente gracias al público francophile que iba a ver espectáculos de teatro francés, porque en ese momento había seis o siete compañías en la Argentina. Pocos años más tarde, Le Vigan llega a su vez entre esas personas que en la posguerra europea tenían cuentas pendientes, y que durante el primer gobierno de Perón tenían libre desembarco, lo que les permitía refugiarse en el país sin que se les hicieran demasiadas preguntas. A pocos años de distancia, cada uno llegaba en una situación que me sugería algo sobre la sociedad argentina. Y esta película, que está hecha con medios mínimos y acá no ha tenido más que una difusión en Arte, sin embargo ha sido vista, ya sea en los Estados Unidos, en la Argentina, etc., como un ensayo de una gran originalidad. Yo creo -y no lo digo para alabar la película- que tiene la originalidad de la inconsciencia con la que fui trabajando, porque no tenía un proyecto estructurado cuando empecé. Es decir, siempre me gusta pensar que hay cierto tipo de cine que uno hace experimentalmente, pero no en el sentido de intentar crear experiencias como las de las artes plásticas con los medios del lenguaje cinematográfico. Digo experimental en el sentido de laboratorio, de ir poniendo una cosa al lado de otra, mezclar los líquidos y ver qué pasa, qué reacción se produce. A través del interés que suscitó esta pequeña película yo sentí que había algo que viene de ese lado experimental, de que he mezclado allí historia, geografía, autobiografía, y otras percepciones que no eran las más obvias.

(Extraido de un reportaje realizado en París, el 7 de diciembre de 2001, por Teresa Orecchia. Fue publico en su totalidad en el número 621, correspondiente a marzo de 2002, de la revista española Cuadernos hispanoamericanos.)

Nacimos en una ciudad llamada Buenos Aires y allí vivimos muchos años. La ciudad es, según la ley, un distrito federal y la capital de la Argentina, una república en el extremo sur de América del Sur, cuya tendencia endémica parece ser la de vivir por debajo de sus medios, así como la de su capital es vivir por encima de los suyos. El crecimiento desmedido de ese puerto mercantil; su irritación ante los dispares territorios reunidos en un país, al que de todos modos no presta demasiada atención; su sensibilidad para las modas importadas y el prestigio de la simple distancia: todos estos rasgos de su carácter han sido reconocidos tanto por hombres de letras como por políticos tránsfugas. Ahora que ya no tenemos que soportar sus ataques de desvalimiento y arrogancia, cuando pensamos en la ciudad advertimos que, si ese divorcio realmente existe, entonces somos hijos de Buenos Aires y no de la Argentina. Porque es el gusto a cloro del agua de la canilla, el urbanismo salvaje y la locuacidad confianzuda de su gente lo que nos formó; no la vacía inmensidad de la pampa, ni los cristalinos lagos de montaña, ni las selvas lujuriosas.

(Fragmento de Early Nothing, fechado en 1977, uno de los trece textos, agrupados bajo el nombre de El álbum de tarjetas postales del viaje, que junto al relato El viaje sentimental forman parte de Vudú urbano, dedicado a sus padres Sara y Miron, libro prologado por Susan Sontag y Guillermo Cabrera Infante que, por vez primera, apareció en edición española en 1985 y recién en el 2002 conoció un lanzamiento argentino a cargo de la Editorial Emecé, Buenos Aires. Cada una de las tarjetas postales está precedida y seguida por una cita. La que antecede a Early Nothing está extraída de The chill, una novela de Ross MacDonald, y dice así: "La ciudad donde nací y me crié, La ciudad donde todo ocurrió. Me escapé, pero no se puede huir del paisaje de nuestros sueños. Mis pesadillas todavía ocurren en las calles de...". La que lo continúa está tomada de los Aforismos de Karl Krauss: "La civilización se acerca a su fin cuando los bárbaros escapan de ella.")

Gaspar Zimerman: ¿Ves a la ciudad muy cambiada?

Edgardo Cozarinsky: Sí, para bien. Hay ruinas, pero la gente está mejor: hay libertad, ganas de cuestionar el poder. Cuando yo tenía 20 años, la gente estaba muerta de miedo, no tanto político sino al qué dirán. La otra noche había un pibe fumando un porro y un policía ahí, sin decir nada. En la época de Onganía tenías el pelo largo y te llevaban preso. Estos jóvenes nunca bajarían el lomo ante una dictadura.

(Juan Carlos Onganía (1914-1996) fue presidente de Argentina durante cuatro años (1996-1970) tras tomar el poder mediante un golpe militar. Extraído de una entrevista de Gaspar Zimerman –"Siempre he sido un francotirador"- publicada en el diario argentino Clarín, el 14 de junio de 2004.)