Cioran |
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Cioran está atormentado por la ilusión de poder pasarse de todas las ilusiones, por el vicio heroico de negarse a cualquier complicidad con el revestimento afirmativo del mundo, con la acumulación de fanatismos minúsculos gracias a los cuales podemos arrastrarnos mal que bien de un día hasta otro... Pero no se le escapa que también él es a fin de cuentas un obseso, un convulsionario, un alucinado de un género particular: quizá la droga negativa a la que se entrega es incluso más embriagadora que ninguna otra. Lo más honrado de Cioran es que no se hace ilusiones sobre su propia desilusión, cuya función psíquica no puede ser en el fondo distinta a la de cualquier otro vértigo más sedante. Buen lector de Pascal, no olvida nunca que "la locura es algo tan inexcusable a la condición humana, que incluso no estar loco es una forma de estarlo también". De aquí la ferocidad tétrica y jubilosa de su humorismo, como también su equilibrio difícilmente conseguido y conservado, que desemboca en una especie de serenidad trepidante.
Hay en Cioran -sobre todo en el Cioran maduro, desapegado ya de ciertas unciones juveniles que aún lastran su obra en rumano- momentos que le hubiesen ganado junto a Swift o Jacques Vaché un puesto destacado en la antología del humor negro. Aunque su clasicismo tiene todos los caprichos estilísticos sabiamente subyugados, no carece de vislumbres que propiamente le emparientan con lo menos huero del surrealismo. Aún más: tengo a Cioran por un dandy, quizá el último de su especie, un dandy metafísico que con elgancia irónica exhibe el desconsuelo pero no lo convierte como tantos otros han hecho ni en denuncia ni en sermòn. Quizá sea insano alimentarse sólo de él, pero no hay remedio mejor para purgarnos de tantos otros.
[Diccionario filosófico]
Dos obsesiones contrapuestas delimitan la meditación política de Cioran: la tiranía y la tolerancia. La figura del tirano es el símbolo de la irremediable soledad del hombre y de lo ilimitado de sus deseos: ¡poder entregarse libremente al capricho, a la pasión de lo arbitrario, no verse obligado a reprimir ninguna fantasía por consideraciones sociales o humanitarias...! A fin de cuentas, nadie se conforma con menos de todo; ¿cómo saber que somos libres sin no podemos matar a nuestros conciudadanos, imponerles lo abyecto o lo atroz? Feroz y altanero, el tirano ha logrado purificarse de la manía de ser útil, de la necesidad social de servir: su gestión pública no es más que un conjunto de variaciones sobre el tema único de su obsesión egocéntrica, sin ceder en ningún momento a la innoble excusa del bien común. Pero incluso esta figura de hiena espléndidamente aislada, cuyo modelo inmortal es el Macbeth del último acto de la tragedia, tiene cierta utilidad para los súbditos que le padecen: la de proporcionarles una coartada para la abyección. "Porque precisamente puede tomársele el gusto a la tiranía, pues llega a sucederle al hombre el preferir acurrucarse en el miedo que afrontar la angustia de ser él mismo" (Historia y Utopía). Para la inmensa mayoría de los hombres, todo lo que les dispensa de elegir es bienvenido, aunque sea a costa del último jirón de su libertad. En último término, la tentación de la tiranía, su lección de orgullo y despotismo, han marcado la creación intelectual de Cioran: "No pudiendo hacerme digno de ellos [los tiranos] por el gesto, esperé lograrlo por la palabra, por la práctica del sofisma y de la enormidad: ¡ser tan odioso con los medios del espíritu como lo eran ellos con los del poder, devastar por la palabra, hacer saltar el verbo y el mundo con él, estallar con uno y otro, y hundirme finalmente bajo sus ruinas!" (Historia y Utopía). Vértigo de lo máximo, de lo extremo, la tiranía es una tendencia inevitable de todo espíritu que practica los recursos contra la anemia.
[Ensayo sobre Cioran]
Savater : ¿Piensa usted volver a Rumanía ?
Cioran: No, nunca. Ahora han intentado llevarme, pero me niego. ¿Qué sentido tiene volver a mi país después de cincuenta años de ausencia? Toda la gente que conocía ha muerto, sería como ir a un cementerio. Me gustaría, eso sí, volver a ver mi pueblecito natal, Rasinari. Pero fui demasiado feliz en él durante mi infancia y no soportaría verlo otra vez. Me gustaría hablar con los campesinos, con la gente del campo... El pueblo rumano es el más escéptico que hay: es alegre y desesperado a la vez. Por razones históricas cultiva la religión del fracaso. Recuerdo de mi infancia aun tipo, un campesino al que le correspondió una gran herencia. Se pasaba el día de taberna en taberna, siempre borracho, acompañado de un violinista que tocaba para él. Mientras los demás iban al campo a trabajr él paseaba de taberna en taberna, el único hombre feliz del mundo. En cuanto oía el sonido del violín yo corría a verle pasar, porque me fascinaba. Se lo gastó todo en dos años y luego se murió. No, no volveré a Rumanía.
Savater: ¿Es cierto que no va a escribir nunca más? Mire que ya me lo ha dicho antes muchas veces...
Cioran: Ahora va en serio. Desde luego la expresión alivia pero yo ya he escrito mucho. Cinco libros en rumano y diez en francés, ¡es demasiado! Todo el mundo escribe demasiado y yo no quiero caer en el mismo vicio. ¿Para qué multiplicar los libros? Abdico porque nadie quiere abdicar. Lo he dicho más de una vez públicamente: ya he calumniado bastante al universo.
Se empeña en acompañarme hasta la plaza del Odeón, como siempre, porque "París de noche es peligroso". Inauguramos juntos el reciente ascensor de su casa. Cuando nos abrazamos para despedirnos le digo que estamos de aniversario, que ya hace veinte años que nos conocemos. "No está mal, ¿eh?", comenta sonriendo. Y se aleja, y como siempre me quedo sin decirle lo más importante, el orgullo y la enseñanza que me ha supuesto su amistad, la alegría sin fallo ni énfasis de su compañía. Pero son cosas que quizá no deben decirse. Al menos, no a Cioran.
[Ensayo sobre Cioran. Cioran: el último dandy. [Entrevista realizada en París, octubre de 1990]