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Me he excedido en esta larga digresión, así es que voy a volver a mi tema. Entiendo que las ventajas del plan que he trazado son muchas y evidentes, así como de suma importancia. En primer lugar, como he señalado ya, mi proyecto disminuirá notablemente el número de católicos, que cada año nos infestan con recién nacidos, por ser los más prolíficos de la nación, además de nuestros enemigos más peligrosos, y que se quedan en el país con el propósito firme de entregar éste al Pretendiente, confiando en aprovechar la ausencia de tantos y tan buenos protestantes que han preferido exiliarse antes que pagar diezmos contra su conciencia a un idólatra pastor episcopaliano (8). En segundo lugar, los renteros más pobres tendrán así algo de valor que puedan considerar propio y con lo que pagar las deudas o la renta al terrateniente, puesto que el grano, igual que el ganado, lo tienen embargado y el dinero es para ellos algo desconocido. En tercer lugar, si calculamos que el costo de la manutención de cien mil niños -de dos años para arriba- no baja de los diez chelines por cabeza al año, mi propuesta supondría un incremento del erario nacional equivalente a cincuenta mil libras anuales (9), sin contar los beneficios del nuevo manjar, que se serviría en las mesas de los caballeros pudientes del reino dotados de gustos refinados. De este modo, el dinero circularía sin salir de nuestro país, por tratarse de mercancía de origen y manufactura nacional. En cuarto lugar, los progenitores permanentes, aparte de la ganancia de ocho chelines por año producida por la venta de cada niño, quedarían libres de la obligación de mantenerlos después de cumplir su primer año. En quinto lugar, este alimento habría de llevar muchos clientes a las tabernas, puesto que los dueños de éstas han de tomar sin duda la precaución de procurarse las mejores recetas para lograr un guiso perfecto. En consecuencia, verían frecuentadas sus mesas por todos los caballeros de buen paladar que, con razón, se jactan de saber apreciar los buenos manjares. Un cocinero habilidoso, que sepa cómo agradar a su clientela, encontrará la manera de hacerlos tan espléndidos y costosos como a ésta le gusten. En sexto lugar, sería un gran acicate para el matrimonio, institución que todas las naciones prudentes fomentan mediante recompensas, o imponen mediante leyes y castigos. Así aumentarla el cuidado y la ternura de las madres hacia sus hijos al sentirse seguras de que así iban a tener una renta vitalicia para las pobres criaturas, quedando en cierto modo atendidas por la sociedad con un beneficio anual, en lugar de gastos. Seriamos entonces testigos de un esfuerzo honrado de emulación entre las mujeres casadas, para ver quién de ellas era capaz de llevar al mercado el niño mejor cebado. Y los hombres serían tan afectuosos con sus esposas durante el embarazo como lo son ahora con las yeguas y las -vacas preñadas o con las cerdas a punto de parir y, por tanto, no las amenazarían con golpes y patadas -como ocurre ahora a menudo- pues tendrían miedo de provocar un aborto.

Podríamos enumerar otras muchas ventajas. Por ejemplo, el incremento de nuestras exportaciones de carne en barril, pues a la carne de vaca se añadirían varios miles de canales. También aumentarla la producción de carne de cerdo y progresaría el arte de elaborar buen tocino, tan escaso hoy entre nosotros debido a las grandes pérdidas sufridas por el ganado porcino, cuya carne, demasiado frecuente en nuestras mesas, no es ni con mucho comparable en sabor y exquisitez a la de un niño añojo bien criado, que asado entero haría un excelente papel en un banquete del Lord Mayor (10) o en otra celebración pública. Pero en aras de la brevedad omitiré esta y otras ventajas.

Suponiendo que mil familias de esta ciudad fuesen clientes regulares de carne de niño, sin contar a las que les apeteciera en ocasiones festivas, sobre todo en bodas y bautizos, calculo que Dublín consumiría anualmente unos veinte mil canales y que el resto del reino -donde probablemente se venderían más baratos- los ochenta mil restantes.

No puedo imaginar una sola objeción al plan que propongo, a menos que se alegue la disminución resultante en el número de pobladores del país. Yo lo reconozco sin reservas, pero debo decir que ése era uno de los propósitos que me indujeron a presentar este proyecto al mundo. Quisiera que el lector se percatara de que este remedio está pensado únicamente para el reino de Irlanda y no para ningún otro de la tierra, antiguo, presente o futuro. Por tanto, que no me venga nadie con otras soluciones como: gravar el absentismo a cinco chelines por libra (11), prohibir el uso de telas y muebles que no sean de producción nacional; rechazar categóricamente todos los instrumentos y materiales que fomenten lujos extranjeros; curar el despilfarro desatado por el orgullo, la vanidad, el ocio y el juego en nuestras mujeres; fomentar las virtudes del ahorro, la prudencia y la templanza; aprender a amar a nuestra patria, punto en el que diferimos incluso de los lapones y de los habitantes de Tupinamba (12); dejarnos de disensiones y banderías y de obrar como los judíos, que se estaban matando entre sí mientras otros se apoderaban de su ciudad; ser un poco cautos para evitar vender tanto nuestra patria como nuestras conciencias a cambio de nada; enseñar a nuestros terratenientes a tratar a sus renteros con cierta clemencia; en fin, inculcar en nuestros comerciantes espíritu de honradez, trabajo y destreza, ya que ellos, si se aprobase ahora una ley que sólo permitiera comprar mercancías nacionales, se aconchabarían inmediatamente para estafarnos en el precio, la medida y la calidad, pues nunca se han dejado inducir, aunque se les haya encarecido con frecuencia, a ofrecer al cliente un trato justo.

Repito, pues: que nadie me hable de estos remedios, u otros parecidos, hasta que haya al menos un destello de esperanza de que se va a intentar animosa y sinceramente llevarlos a la práctica.

En cuanto a mi, agotado ya por llevar muchos años brindando ideas vanas, inútiles y quiméricas que a la larga me han hecho perder toda esperanza de éxito, vine a dar afortunadamente en la presente propuesta, la cual, por ser enteramente nueva, tiene algo de sólido y real, no implica gasto alguno y sólo pocas molestias, y está al alcance de nuestras posibilidades, por lo que no corremos el peligro de ofender a Inglaterra. En efecto, este tipo de mercancía no es apto para la exportación, ya que la carne es demasiado tierna para tolerar que la conserven en salazón mucho tiempo; de todos modos, estimo que podría citar un país capaz de engullir a todo nuestro pueblo, incluso sin sal.

Después de todo, yo no estoy tan empecinado en mis opiniones como para rechazar cualquier ofrecimiento de personas sensatas que se estime tan inocente, barato, viable y efectivo como el mío. Pero antes de que se presente algo semejante en contra de mi proyecto, ofrecido como mejor, rogarla a su autor o autores que se dignasen considerar prudentemente dos hechos: Primero, tal como están las cosas, ¿cómo se arreglarían para dar comida y ropa a cien mil bocas y cuerpos inútiles? En segundo lugar, dado que existe un millón de seres con figura humana por todo este reino, cuya subsistencia entera, mancomunada, supondría un saldo negativo de dos millones de libras esterlinas, si añadimos los mendigos profesionales a la masa de labriegos y jornaleros con mujeres y prole, que son pobres de hecho, yo pedirla a los políticos contrarios a mi propuesta, si acaso osaran darle réplica, que antes de nada preguntasen a los padres de los mortales mencionados si no considerarían un gran acierto el haber vendido a sus vástagos como alimento cuando tenían un año, tal como yo propongo, evitando así la incesante sucesión de calamidades que han tenido que soportar desde entonces, debida a la opresión de sus señores, a la imposibilidad de pagar las rentas por falta de dinero u ocupación, a la escasez de sustento, aparte de la carencia de hogar y vestido que los protejan de las inclemencias del tiempo y, para remate, a la inevitable fatalidad de perpetuar semejantes miserias, u otras mayores, en su descendencia.

Debo declarar, con el corazón en la mano, que no tengo el menor interés personal al propugnar este proyecto, que estimo necesario. No me impulsa otro motivo que el bienestar de mi pueblo, alcanzable si se fomenta el comercio, se toman providencias con los niños, se alivia a los menesterosos y se brinda algún placer a los ricos. No tengo hijos pequeños que pudieran proporcionarme un solo penique, pues el menor cumplió ya nueve años y mi mujer pasó ya la edad de procrear.

 

(8) Es decir, un sacerdote de la Iglesia establecida o Anglicana. LANDA cita el caso de no conformistas (o disidentes de las Iglesias Anglicana y Escocesa) que se resistían a pagar diezmos invocando libertad de conciencia. [N. del T.]

(9) Recuérdese que la libra esterlina tenía veinte chelines. [Nota del Traductor.]

(10) Titulo aplicado generalmente al Alcalde o Corregidor Mayor de Londres, pero también al de Dublín, York y otras ciudades. [N. del T.]

(11) Es decir, 25 por ciento. [N. del T.]

(12) El contexto permite suponer que el topónimo Topinamboo, usado por el autor, se refiere al pueblo, hoy extinguido, del Brasil, que practicaba la antropofagia. [N. del T.]

 

[Obras selectas, traducción de Emilio Lorenzo Criado para Editorial Swan]