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Propongo humildemente, por tanto, a la consideración del público en general, que de los ciento veinte mil niños ya computados se reserven veinte mil para conservación de la especie, de los cuales sólo la cuarta parte serán varones, lo que es más de lo que permitimos cuando se trata de ganado ovino, vacuno o porcino; mi razón para esto es que estos niños rara vez son fruto del matrimonio, circunstancia no muy tenida en cuenta por nuestros salvajes (5), por lo cual un varón basta para fecundar a cuatro hembras. Propongo también que los cien mil restantes, al cumplir el año, se ofrezcan en venta a gentes de calidad y fortuna por todo el reino, sin olvidarse de aconsejar a sus madres que les den de mamar en abundancia durante el último mes y los dejen rollizos y suculentos para una buena mesa. De un niño salen bien dos platos en una reunión de amigos, y si la familia come sin invitados, los cuartos traseros y delanteros dan para un plato muy aceptable. Y si se condimentan con un poco de sal, tendrán, hervidos, un buen sabor a los cuatro días, sobre todo en invierno.

He calculado que, por término medio, un niño recién nacido viene a pesar unas doce libras y que al cabo de un año alcanza las veintiocho.

Admito que este alimento ha de resultar algo caro, y por tanto, será sólo asequible a los hacendados, los cuales, por haber devorado ya a los padres, parecen tener derecho preferente sobre los hijos.

La carne de niño será alimento en sazón todo el año, pero abundará más alrededor de marzo, pues según nos cuenta un autor serio, eminente médico francés (6), debido a las virtudes genésicas del pescado, en los países católicos nacen más niños unos nueve meses después de la Cuaresma que en cualquier otra época del año; por tanto, calculando un año después de la Cuaresma, los mercados estarán mejor abastecidos que de costumbre, ya que en este país el número de niños católicos está en la proporción de tres a uno, por lo menos, con respecto a los demás; así tendremos, por añadidura, la ventaja de ver disminuir el número de los papistas que nos rodean (7).

Ya he calculado antes que el costo de amamantar a un hijo de mendigo (y aquí incluyo todos los que habitan chozas, los jornaleros y cuatro quintas partes de los labriegos) viene a ser de dos chelines por año, incluidos los harapos, y creo que ningún caballero lamentará tener que pagar diez chelines por un buen niño rollizo en canal, que, como queda dicho, dará para cuatro platos de excelente carne nutritiva cada vez que le acompañe a la mesa un amigo especial o su propia familia. De este modo el hacendado aprenderá a ser un buen señor y se ganará el afecto de sus renteros, mientras que la madre sacará ocho chelines de beneficio limpio y quedará libre para el trabajo hasta que se produzca otro niño.

Para los que sean más ahorrativos -y reconozco que los tiempos lo exigen- queda todavía el recurso de desollar los cadáveres, pues la piel, convenientemente curtida, servirá para hacer primorosos guantes para las damas y botines de verano para los caballeros elegantes.

En cuanto a nuestra ciudad de Dublín, se pueden instalar, mataderos dedicados a este fin en los lugares más apropiados. Estoy seguro de que no faltarán matarifes, si bien yo seria partidario de comprar los niños en vivo y de aderezarlos recién acuchillados, tal como hacemos para el cochinillo asado.

Hace poco, una persona respetable, amante verdadera de su patria y cuyas virtudes altamente estimo, tuvo a bien ofrecerme, cuando hablábamos del asunto, una mejora a mi proyecto. Dijo que a muchos caballeros del país, tras haber estudiado la caza mayor en los últimos tiempos, se les había ocurrido que la falta de carne de venado podría remediarse aprovechando la de mocitos y mocitas que no rebasaran los catorce años ni bajaran de doce y que están a punto de perecer de hambre en todos los condados, a falta de trabajos o servicios retribuidos; para ello, habrían de dar su consentimiento los padres, si viven, o sus parientes más allegados. Sin embargo, con todo el respeto debido a tan excelente amigo y meritorio patriota, no puedo compartir enteramente sus sentimientos, pues por lo que atañe a los varones, mi conocido el americano me ha asegurado que de acuerdo con su frecuente experiencia, tienen por lo general la carne dura y correosa, igual que la de nuestros colegiales, debido al constante ejercicio, y es de un sabor desagradable; de intentar cebarlos, no cubriríamos los gastos. En cuanto a las hembras, opino modestamente que sacrificarlas sería una pérdida para la sociedad, ya que a esa edad estarían casi maduras para la procreación, y por otra parte, es probable que a alguna persona escrupulosa se le ocurriese censurar semejante práctica -aunque ciertamente sin razón- como lindando con la crueldad, y ésta, debo confesar, ha sido la objeción más grave que he tenido siempre contra cualquier proyecto, por bien intencionado que parezca.

No obstante, debo añadir en defensa de mi amigo que, según me aclaró, la idea se la debía al famoso Psalmanazar, natural de Formosa, quien vino de allí a Londres hace más de veinte años y le habla contado que en aquel país, cuando ejecutaban a una persona joven, el verdugo vendía el cadáver a la gente importante como manjar exquisito. Le había dicho también que cuando vivía allí se vendió el cuerpo de una joven rolliza de quince años, crucificada por haber intentado envenenar al Emperador, y la compraron el Primer Ministro de Su Majestad Imperial y otros grandes mandarines de la corte, al pie del cadalso y ya descuartizada, por cuatrocientas coronas. Y tampoco debo ocultar que si se les diese el mismo trato a varias mozas lozanas de esta ciudad que, sin gastar un ochavo de su peculio, son incapaces de salir a la calle a menos de que las lleven en silla de manos, y se presentan en el teatro y en las fiestas ataviadas de galas extranjeras por las que no van a pagar, nada habría de perder este país.

Existen entes pusilánimes a quienes preocupa seriamente el gran número de ancianos, enfermos y tullidos pobres, y se me ha pedido que aplique el seso a pensar qué medidas habría que tomar para aliviar a la nación de una carga tan penosa. Pero este asunto no me aflige lo más mínimo, ya que es de sobra conocido que estas gentes se están muriendo y pudriendo a diario víctimas del frío el hambre, la mugre y los piojos, y en la proporción razonable que cabe esperar. En cuanto a los jornaleros jóvenes, su situación actual es, poco más o menos, igual de esperanzadora. Como no consiguen trabajo, andan macilentos por falta de nutrición hasta tal punto que si por casualidad los contratan como peones, no tienen fuerza suficiente para realizar su tarea, de suerte que tanto ellos como el país llevan buen camino de librarse pronto de los males que les amenazan.

 

(5) Alusión a los propios coterráneos, los irlandeses, a quienes Swift más de una vez fustiga por su ignorancia y barbarie. [Landa]

(6) Rabelais. Uno de sus personajes, Pantagruel, sostenía que la dieta cuaresmal se había ideado para asegurar la propagación de la especie humana. [Landa]

(7) Swift, sacerdote anglicano en fin de cuentas, no omite ocasión para satirizar la Iglesia de Roma. Si el calificativo de Papist puede ser neutral en inglés aplicado a los católicos, el usado aquí popish, referido a los niños, es claramente peyorativo. [N. del T.]