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1931, Evgeni Zamiatin

Estimado losif Visarionovich:

Condenado a un castigo supremo, el autor de la presente carta se dirige a Usted con la intención de que le sea conmutada esa pena.

Seguramente mi nombre le es conocido. Para mí, como para cualquier otro escritor, la privación de la posibilidad de escribir constituye un castigo mortal; las condiciones que se han creado son tales que no puedo continuar con mi trabajo, porque resulta impensable realizar cualquier tarea creativa cuando se trabaja en una atmósfera de acoso sistemático, que se va reforzando año tras año.

De ningún modo pretendo representar la inocencia ultrajada. Sé que, durante los 3 ó 4 primeros años que siguieron a la revolución, escribí algunas cosas que han podido dar pie a ciertas acusaciones. Sé que tengo la mala costumbre de decir en un momento determinado, no lo que podría resultar provechoso, sino lo que creo que es verdad. Particularmente, nunca he ocultado mi actitud ante el servilismo literario, el vasallaje y la hipocresía: consideraba, y sigo considerando, que eso rebaja tanto al escritor como a la revolución. En su momento, esa cuestión, planteada de forma brusca y ofensiva para muchos en uno de mis artículos (en la revista La casa de las Artes, Nº 1, 1920), fue la señal para el comienzo de una campaña de la prensa dirigida contra mí.

Desde entonces, esa campaña, por diferentes motivos, continúa hasta el día de hoy; y finalmente ha llegado a tales extremos que la calificaría de fetichismo: como cuando en otros tiempos los cristianos, para mayor comodidad, crearon el diablo como personificación de todas las formas del mal; así, la crítica ha hecho de mí el diablo de la literatura soviética. Escupir al diablo se considera una buena acción y nadie se priva de hacerlo, de una forma o de otra. En todas mis obras se ha detectado infaliblemente una intención diabólica. Para encontrarla, no han vacilado en atribuirme incluso dones de profeta. Por ejemplo, en uno de mis cuentos (Dios), publicado en la revista Anales, en el año 1916, algún crítico se las ha ingeniado para encontrar ya... «una burla contra la revolución en relación con la transición a la NEP». En un relato (El monje Erasmo) de 1920, otro crítico (Mashbits-Verov) percibía «una parábola sobre lo juiciosos que se hicieron los jefes durante la NEP». Independientemente del contenido de cualquiera de mis escritos, basta la simple aparición de mi firma para calificarlo de criminal. Recientemente, en el mes de marzo de este año, la Oblit de Leningrado adoptó medidas para que no quedara ninguna duda sobre el particular: yo había revisado, a petición de la editorial Akademia, la traducción de la comedia de Sheridan La escuela de la maledicencia, y había escrito un artículo sobre su vida y su obra. Naturalmente, no había en ese artículo, y no podía haber, ninguna maledicencia por mi parte; y no obstante, la Oblit no sólo prohibió el artículo, sino que incluso prohibió a la editorial mencionar mi nombre como revisor de la traducción; y sólo después de mi apelación en Moscú, una vez que el Glavit, evidentemente, le hiciera comprender que no se podía actuar con tal franqueza, se autorizó tanto la publicación de mi artículo como la inclusión de mi nombre criminal.

Saco a colación ese hecho porque muestra claramente, podría decirse de forma químicamente pura, la actitud que se ha tenido conmigo. De la extensa colección de ejemplos que atesoro, aún citaré un hecho más. Ya no se trata de un artículo fortuito, sino de una pieza de gran envergadura, en la que he trabajado durante casi tres años. Había creído que esa obra, una tragedia titulada Atila, conseguiría acallar finalmente a todos los que habían hecho de mí una especie de oscurantista. Parecía que tenía todos los fundamentos para albergar esa certeza. La obra fue leída en una sesión del consejo artístico del Gran Teatro Dramático de Leningrado; en esa sesión estaban presentes representantes de 18 fábricas de Leningrado; resumo algunos extractos de sus opiniones (cito el protocolo de la sesión del 15 de mayo de 1928).

El representante de la fábrica Volodarski dijo: «Esta obra, escrita por un autor contemporáneo, trata el tema de la lucha de clases en la antigüedad, tema que está en consonancia con la modernidad... Su ideología es completamente admisible... La obra produce una fuerte impresión y aniquila el reproche lanzado sobre la dramaturgia moderna acusándola de no producir buenas obras»... El representante de la fábrica Lenin, resaltando el carácter revolucionario de la obra, encuentra que «esta pieza por su valor artístico recuerda las obras de Shakespeare.... Una obra trágica, extraordinariamente repleta de acción, que cautivará a los espectadores».

El representante de la fábrica de hidromecánica considera que «toda la obra tiene mucha fuerza y resulta sorprendente», y recomienda que se represente en el aniversario del teatro.

Con lo de Shakespeare los camaradas obreros se pasaron de la raya; pero, en cualquier caso, M. Gorki escribía a propósito de la obra, que la consideraba «de un alto valor, tanto desde el punto de vista literario, como desde el punto de vista social» y que «el tono heroico de la obra y el heroísmo del argumento no pueden ser más provechosos en nuestros días». La obra fue aceptada para su representación en el teatro, fue autorizada por el Comité del Repertorio Central y luego... ¿se llegó a montar la obra para ese público obrero que le había dado tal calificación? No: la obra, que ya estaba a mitad de los ensayos en el teatro y anunciada en cartel, fue prohibida por requerimiento del Oblit de Leningrado.

La muerte de mi tragedia Atila fue, en verdad, una tragedia para mí: a partir de entonces, me di cuenta de que cualquier tentativa para cambiar mi situación resultaría inútil; además, poco después estalló la famosa historia de mi novela Nosotros y Caoba de Pilniak. Naturalmente, para aniquilar al diablo se permite la utilización de cualquier estratagema; y mi novela, escrita nueve años antes, en 1920, fue presentada junto a Caoba, como si fuese mi último trabajo, mi nueva obra. Se organizó una persecución sin precedentes en la literatura soviética, mencionada incluso en la prensa extranjera: se hizo todo lo imaginable para cerrarme cualquier posibilidad de continuar con mi trabajo. Comencé a dar miedo a mis antiguos camaradas, a las editoriales, a los teatros. Quedó prohibida la distribución de mis libros en las bibliotecas. Mi obra de teatro La pulga, representada con constante éxito en el Teatro de Arte durante 4 temporadas, fue retirada del repertorio. Se suspendió la edición de mis obras completas en la editorial Federatsia. Cualquier editorial interesada en editar mis trabajos se expone al fuego inmediato, que ya han experimentado tanto Federaisia como Tierra y fábrica, y especialmente «la editorial de los escritores de Leningrado». Esa última editorial incluso se arriesgó a tenerme durante todo el año como miembro del consejo de dirección y se atrevió a utilizar mi experiencia literaria, encargándome la corrección estilística de obras de escritores jóvenes, algunos de los cuales eran comunistas. Esta primavera, la sección del RAPP de Leningrado logró mi salida del consejo de dirección y la suspensión de mi trabajo. La Gaceta literaria lo anunció triunfalmente, añadiendo de forma inequívoca: «La editorial debe ser conservada, pero no para los Zamiatin». Se cerró la última puerta que permitía a Zamiatin llegar al lector: lo que constituía la publicación de mi sentencia de muerte.

El código penal soviético prevé una pena aún peor que la pena capital: la expulsión del país. Si realmente soy un criminal y merecedor de una pena, con todo, pienso que no debe ser tan grave como la muerte literaria; y por eso pido su sustitución por la expulsión de la URSS, con derecho a que mi mujer me acompañe. Si no soy un criminal, pido permiso para viajar temporalmente al extranjero junto con mi esposa, aunque sólo fuera por un año, con la posibilidad de regresar en el momento en que sea posible en nuestro país servir a las grandes ideas de la literatura sin tener que actuar de lacayo de gente insignificante; en el momento en que cambie la opinión, aunque sólo sea en parte, sobre el papel del escritor en nuestro país. Y creo que ese momento no tardará mucho en llegar, porque, inmediatamente después de haber creado con éxito una base material, se plantea de forma ineludible la creación de una superestructura, un arte y una literatura que realmente sean dignos de la revolución.

Sé que la vida en el extranjero no me resultará fácil, porque no puedo permanecer allí, en un medio reacionario; de eso ofrece suficientes testimonios mi pasado (me afilié al partido bolchevique durante los tiempos zaristas, fui encarcelado en esa misma época y fui exiliado dos veces; tuve que responder ante un tribunal durante la guerra por un escrito antimilitarista). Sé que aquí, debido a mi costumbre de escribir según mi conciencia y no por mandato alguno, se me considera un escritor de derechas; mientras que allí, por esa misma causa, tarde o temprano me tildarán probablemente de bolchevique. Pero incluso bajo esas difíciles condiciones, allí no me condenarán a guardar silencio, allí tendré la posibilidad de escribir y de publicar, aunque no sea en ruso. Si por las circunstancias me veo ante la imposibilidad (temporalmente, espero) de escribir en ruso, quizá consiga, como lo consiguió el polaco Joseph Conrad, convertirme temporalmente en un escritor en inglés, cuando además ya he escrito en ruso alguna cosa sobre Inglaterra (el relato satírico Los isleños, y otras cosas) y escribir en inglés no me resulta mucho más difícil que en ruso. Iliá Ehrenburg, sin dejar de ser un escritor soviético, trabaja desde hace tiempo principalmente para la literatura europea, escribiendo para ser traducido a lenguas extranjeras: ¿Por qué lo que se le permite a Ehrenburg no se me permite a mí? Citaré aún otro nombre: B. Pilniak. Como yo (ha compartido conmigo plenamente el papel de diablo), ha sido el blanco principal de la crítica; y para descansar de esa persecución se le ha permitido viajar al extranjero. ¿Por qué lo que se le permite a Pilniak no se me permite a mí?

Podría basar mi solicitud para viajar al extranjero en motivos más corrientes, aunque no menos serios: para librarme de una antigua enfermedad crónica (colitis) necesito seguir un tratamiento en el extranjero; necesito también estar personalmente en el extranjero para llevar a la escena dos de mis obras, traducidas al inglés y al italiano (La pulga y La sociedad de los campañeros honoríficos, que ya han sido representadas en los teatros soviéticos). Además, la probable representación de esas obras me da la posibilidad de no agobiar al Narkomfln con una petición de dinero. Todos estos motivos son evidentes; pero no quiero ocultar que la razón principal de mi petición para que se me permita viajar al extranjero en compañía de mi mujer es mi desesperada situación como escritor dentro de la URSS, debido a la sentencia de muerte que ha sido pronunciada contra mí como escritor.

La extraordinaria atención con que han sido acogidos por su parte los otros escritores que se han dirigido a usted, me permite tener la esperanza de que también mi petición será atendida.

Junio de 1931

 

[Traducción de Víctor Gallego para Grijalbo Mondadori]

[Ilustraciones: Oskar Kokoschka]