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1930, Mihail Bulgákov

AL GOBIERNO DE LA URSS

De Mijail Afanásievich Bulgákov
(Moscú, Bolshaia Pirogovskaia, 35-a, apto. 6).

Dirijo al gobierno de la URSS la siguiente carta:

1

Desde el momento en que se prohibieron todos mis trabajos literarios, comenzaron a alzarse voces, entre muchas de las personas que me conocen por mi oficio de escritor, para darme un solo consejo: Escribir «una obra comunista» (pongo la cita entre comillas), y además dirigir al Gobierno de la URSS una carta de arrepentimiento por la que renunciara a mis anteriores ideas, expuestas en mis trabajos literarios; y en la que asegurara que en el futuro trabajaría como un leal compañero de viaje por la idea del comunismo, el objetivo de esa actuación sería escapar a las persecuciones, a la miseria y a un desenlace final inevitable.

No he seguido ese consejo. Es poco probable que consiguiera aparecer ante el gobierno de la URSS bajo un aspecto favorable escribiendo una carta carente de sinceridad, que se presentaría como una sucia e indecorosa extravagancia política, por lo demás ingenua. En cuanto a escribir una obra comunista, ni siquiera lo intento; ya que sé a ciencia cierta que no seré capaz de componer un escrito semejante.

Madurado en mí el deseo de poner fin a mis tribulaciones literarias, me siento obligado a dirigir al Gobierno de la URSS una carta veraz.

2

Repasando mis álbumes de recortes de periódicos, he contabilizado 301 reseñas aparecidas sobre mí en la prensa de la URSS durante mis diez años dedicados a la literatura. De ellas, 3 eran laudatorias, 298 hostiles e injuriosas.

Esas últimas 298 muestran, como el reflejo de un espejo, mi vida de escritor.

A Aleksei Turbín, el héroe de mi obra de teatro, Los días de los Turbín, se le llamó HIJO DE PUTA en unos versos publicados en la prensa; y al autor de la obra se le calificaba como «afligido por una CHOCHEZ DE PERRO VIEJO»: Se me ha descrito como un BARRENDERO de la literatura, ocupado en recoger las sobras de una mesa después de HABER VOMITADO en ella una docena de invitados.

También han escrito lo siguiente: «el MISHKA ese, Bulgákov, TAMBIÉN ES, PERDÓN POR LA EXPRESIÓN, UN ESCRITOR que rebusca en LA NAUSEABUNDA BASURA... Me pregunto cómo tienes tanto MORRO... Soy una persona delicada, pero si le agarro le ARRANCO EL PESCUEZO... Para las personas como nosotros, los Turbín son tan necesarios COMO UNOS SOSTENES A UN PERRO. Topamos con un HIJO DE PUTA, TOPAMOS CON TURBÍN, AL CUAL NO LE DESEO NI INGRESOS DE TAQUILLA NI ÉXITO ALGUNO... (La vida del arte, Nº 44, año 1927).

También se ha dicho que Bulgákov estaba condenado a ser lo que siempre había sido, un DESCENDIENTE NEOBURGUÉS, que lanza escupitajos emponzoñados pero impotentes sobre la clase trabajadora y sus ideales comunistas. (Komsomolskaia Pravda, 14 del X. Año 1926).

También señalaban que me gustaba «la atmósfera perruna que emanaba de cierta pelirroja, esposa de un amigo». (A. Lunacharski, Izvestia, 8 del X de 1926). Y que mi obra Los días de los Turbín hedía (Estenograma de una reunión de la Agitprop en Mayo de 1927), y etc, etc...

Me apresuro a aclarar que de ningún modo he citado esos ejemplos para quejarme de la crítica o entrar en cualquier tipo de polémica. Mi objetivo es mucho más serio.

Puedo probar con documentos en la mano que, en el curso de todos esos años de trabajo literario, la prensa soviética, y junto con ella todas las instituciones que están encargadas del control del repertorio, se han dedicado, unánimemente y CON EXTRAORDINARIA CÓLERA, a demostrar que las obras de Mijail Bulgákov no pueden existir en la Unión Soviética.

Y tengo que declarar que la prensa soviética tiene absolutamente toda la razón.

3

El punto de partida de esta carta lo constituye mi panfleto La isla púrpura.

Toda la crítica soviética, sin excepción, consideró esa obra «mediocre, mezquina, sin gancho», y declaró que constituía «un libelo contra la revolución».

La unanimidad fue total, pero se vio súbitamente rota de forma asombrosa, inmediata e inesperada.

En el número 12 del Boletín del repertorio (año 1928) apareció una reseña de P. Novitski, donde se decía que La isla púrpura era «una parodia interesante e ingeniosa», en la que «se alza la sombra siniestra de un Gran Inquisidor, que destruye la creación artística, cultiva TÓPICOS DRAMÁTICOS, SERVILES, ABSURDOS y aniquila la personalidad del actor y del escritor»; que «el tema de La isla púrpura es la fuerza siniestra, sombría que hace nacer ILOTAS, ADULADORES Y PANEGIRISTAS...».

Se decía que «si existía semejante fuerza siniestra, LA INDIGNACIÓN Y EL CORROSIVO INGENIO DE ESTE DRAMATURGO, ENCUMBRADO POR LA BURGUESÍA, ESTABAN PLENAMENTE JUSTIFICADOS».

Cabe preguntarse: ¿Dónde está la verdad? ¿qué es finalmente La isla púrpura? ¿«Una obra mezquina, mediocre» o «un panfleto ingenioso»?

La verdad se halla en la reseña de Novitski. No me propongo juzgar hasta qué punto mi obra es ingeniosa, pero reconozco que en ella se alza realmente una sombra siniestra y esa sombra es el Comité Central del Repertorio. Es el que hace surgir ilotas, panegiristas y personas atemorizadas y serviles. Es el que asesina al espíritu creativo. Es el que se empeña en destruir la dramaturgia soviética; y la destruirá.

No manifesté tales pensamientos cuchicheando en una esquina. Los plasmé en mi panfleto dramático y puse en escena ese panfleto. La prensa soviética, interviniendo en favor del Comité Central del Repertorio, escribió que La isla púrpura era un libelo contra la revolucion. Se trata de un comentario carente de seriedad. No hay libelos contra la revolución en la obra por muchos motivos, de los cuales por falta de espacio tan sólo expondré uno: escribir un libelo contra la revolución es IMPOSIBLE debido a su extraordinaria grandeza. El panfleto no es un libelo y el Comité Central del Repertorio no es la revolución.

Pero cuando la prensa germana escribió que La ísla púrpura es «la primera llamada a la libertad de expresión que tiene lugar en la Unión Soviética» (Molodaia guardia Nº 1- Año 1929), decía la verdad. Lo reconozco. La lucha contra la censura, cualquiera que sea, y cualquiera que sea el poder que la detente, representa mi deber de escritor, así como la exigencia de una prensa libre. Soy un ferviente admirador de esa libertad y creo que, si algún escritor intentara demostrar que la libertad no le es necesaria, se asemejaría a un pez que asegurara públicamente que el agua no le es imprescindible.

4

Ese es uno de los rasgos esenciales de mi obra, lo suficientemente importante como para que mis libros no sobrevivan en la URSS. Con ese primer rasgo están relacionados todos los demás que aparecen en mis obras satíricas: los negros y místicos tintes (SOY UN ESCRITOR MÍSTICO) con los que suelo destacar las innumerables monstruosidades de nuestra vida cotidiana, el veneno que impregna mi lengua, mi profundo escepticismo respecto al proceso revolucionario que tiene lugar en mi atrasado país y al que opongo mi preferencia por el concepto de Gran Evolución; y lo más importante: la representación de los terribles rasgos de mi pueblo, esos rasgos que mucho antes de la revolución provocaron tan profundos sufrimientos en mi maestro, M. E. Saltikov-Schedrin.

No hay ni que decir que la prensa soviética no pensó seriamente en resaltar todo eso, sino que se ocupó en demostrar de forma poco convincente que la sátira de M. Bulgákov era «UNA DIFAMACIÓN».

Sólo una vez, cuando mi nombre empezaba a ser conocido, mi producción literaria fue descrita con un matiz como de altivo asombro: «M. Bulgákov quiere llegar a convertirse en el autor satírico de nuestra época (Kingonosha, Nº 6, año 1925).

El verbo «querer» es utilizado erróneamente en presente. Habría que trasladar el tiempo al pasado: M. Bulgákov se HA CONVERTIDO EN UN AUTOR SATÍRICO, y precisamente en un momento en que cualquier sátira auténtica (me refiero a aquella que penetra en zonas prohibidas) resultaba absolutamente inconcebible en la URSS.

No tuve el honor de expresar en la prensa esa idea criminal. Idea que se expuso con absoluta claridad en un artículo de B. Blium, cuyo significado se pone de manifiesto de forma brillante y precisa en la siguiente fórmula: EN LA URSS, TODO AUTOR SATÍRICO ATENTA CONTRA EL RÉGIMEN SOVIÉTICO.

¿Es posible imaginar en la URSS a una persona como yo?