Una
nueva forma de sensualidad nos convoca en la escritura de D. H. Lawrence.
Lo íntimo y lo secreto, lo recóndito y lo salvaje se
nos muestran con una extraña familiaridad que parece invitarnos
a despertar a un tipo de experiencia que hubiera quedado dormida en
el recuerdo. Por eso, el viaje de Emilie en busca del Sol supone,
sin ella saberlo, algo más que un alejamiento de la civilización
materialista y el abandono de las ataduras morales impuestas por el
orden establecido; y el despojamiento de los vestidos y la exposición
al Sol, algo más que un redescubrimiento del propio cuerpo.
Se trata, ante todo, de desenterrar el vínculo indisoluble
que une al cuerpo con la naturaleza tomando conciencia de él.
Aquello que nos sonroja, nos revela nuestra verdad.
Las serpientes, las espinas de los cactus y los alacranes, los peligros
del mundo orgánico al que se entrega Emilie, nos recuerdan
la vecindad de la muerte. Nada como aprender de su sigilo, conocer
sus secretos, permitir que la piel se endurezca al contacto con el
Sol y la tierra, para olvidar el miedo.
[Agradecemos a Sonia García López el habernos acercado
este relato y esta introducción... NdE]