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Materialmente, Kavafis ha hecho el amor cuando y como ha querido: el amor homosexual era aceptado en su mundo, es más, de alguna manera era homenajeado (por otra parte aún lo es: por lo menos hasta que la tolerancia de la edad del consumo no obligue a aquel mundo a abjurar de él, como costumbre de los tiempos del llamado subdesarrollo). Kavafis, por lo tanto, no tenía problemas de tipo social -con sus vergüenzas- a los que enfrentarse a causa de su pederastia: él no era tolerado, era libre. Naturalmente, todo ello en la medida en que no era occidentalizante. Su cultura occidentalizante incluía también la idea puritana e hipócrita de la vergüenza. El eurocentrismo tiene como fundamento la falsa «dignidad» del hombre que tiene una falsa idea de sí mismo. Fuera de Europa no se conoce esa «dignidad». Se cede ante las debilidades humanas o hay un atenerse a los códigos; o bien se asumen apariencias ostentadas (los poderosos, los sacerdotes) con la misma ingenuidad con que los simples, en cambio, se abandonan, precisamente, a las ingenuas debilidades humanas. La hipotética condena religiosa (en este caso, casi siempre puramente nominal) nunca se vuelve moralista. En las poesías de Kavafis se transparenta perfectamente este mundo ingenuo, e ingenuamente degradado y corrompido. Jamás es un sentimiento de culpa de Kavafis, o del muchacho que le gusta, lo que interrumpe o vuelve dolorosa su relación: son los sencillos azares de la vida, como ocurre entre hombre y mujer. Naturalmente, con un muchacho las relaciones tienden a ser apriorísticamente más ligeras o apriorísticamente más trágicas que con una mujer. Por una parte, el amor a un muchacho no puede ser bendecido, legitimado; por otra, está condenado por la transformación física del muchacho que crece, que adquiere otras características sexuales. Por lo tanto, Kavafís no podía sino vivir la inquietud del libertinaje y la consiguiente soledad. Con inmenso dolor; con dolor igual a la alegría que en realidad se expandía por toda su vida.

Como ocurre con Perma, por otra parte, todas las poesías de Kavafís tienen un sentido secreto y constante: la idea de lo milagroso de la existencia, descubierta como a través de un «enthousiasmós» religioso, que tiene tanto las características de una neurosis de ansiedad como las de una neurosis eufórica. En este libro de Poesías escondidas (pero el título es del traductor, como son de éste los títulos de las distintas secciones en que el libro está dividido) todas las características de la poesía de Kavafis están presentes de la manera más seductora. En los «pliegues de la historia» Kavafis logra captar momentos de concreción existencial sorprendentes, con un exceso de evidencia que anula casi de golpe (con la bárbara vitalidad de la poesía) la imprecisión histórica creada ex profeso para el efecto de la aparición, precisamente existencia. La cháchara (¡omelia!) que resuena en el fondo de un acontecer histórico es inventada por Kavafis con el humour de un escritor moderno que imite la cháchara jergal de la última temporada (Angus Wilson o Arbasino) y después la aleje de sí, suspendiéndola sobre los abismos como un «ídolo verbal».

También hay un aire de «tablillas sacras» en las truncadas noticias que Kavafis da de sus amores, en los «pliegues de la vida». He subrayado solamente una: «Y sobre esos lechos me tendí y yací», donde Kavafis reitera (para un lector occidental, mejor dicho, inglés) que, para un poeta, la única alternativa al ascetismo (alternativa noble, por otra parte) es yacer sobre los lechos de una particular vergüenza -en una casa de tolerancia- antes que confraternizar (es decir, confraternizar simuladamente) con los demás clientes en el «salón común». La perfección formal de todas las poesías (entre las que ésta se destaca por razones simplemente ideológicas) parece deberse a la traducción de Pontani, que egregiamente las ha regularizado y homologado, sustrayéndolas a su caótico universo lingüístico: un neo-griego purista, al parecer mal realizado (algunas poesías se caracterizan, como dice el traductor, por «insoportables rimas verbales»). Yo creo sin embargo que la «situación», inventada para las poesías históricas y recortada para las poesías de amor, es más fuerte que la página: como ocurre con los grandes novelistas que escriben mal. Una lengua griega literaria (absurda todavía en la actualidad) para un poeta alejandrino de comienzos del siglo no podía ser sino un problema insoluble. Pero Kavafis no «habla la palabra» (Lacan): habla, una vez más, la cosa.


[Fragmento de un artículo incluido en Descripción de descripciones, traducción de Atilio Pentimalli para Península]

[Algunas de las ilustraciones provienen de la página ITHAKA A tribute to Constantine P. Cavafy, la mejor y más completa página sobre el poeta]