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No conocía nada del cine antes de mi inscripción en la Academia de cine de Pekín en 1.978. La Revolución Cultural había acabado y yo había trabajado en el campo y en una fábrica. Quise entrar en la universidad -me dirigí incluso al Instituto de Cultura Física Xian- para cambiar mi destino.
Un año más tarde vi mi primera película de Kurosawa. Fue Rashomon. Quedé inmediatamente atontado. Y algunos años después de esto, desde mi humilde lugar en el auditorio, pude ver en persona a Kurosawa recibir una recompensa por el conjunto de su obra en Cannes. Allí estaba él, un cineasta asiático amado y admirado por las personas del mundo entero. No me he encontrado con él jamás, si bien tuve una vez la oportunidad. Estaba de viaje de negocios en Tokio cuando un amigo japonés me sugirió que me encontrase con Kurosawa en el plató de Ran. No me atreví a ir. Él era, después de todo, un dashi (gran maestro) de renombre mundial. En el mundo del cine, yo era bien poca cosa.
Kurosawa nació en Tokio en 1.910, séptimo hijo de un soldado-padre estricto. Las primeras pasiones del joven muchacho fueron la pintura al óleo y la literatura, comprendida la literatura occidental que tan influyente era en el Japón de la época. Estos intereses serían extremadamente importantes en el curso de su carrera. El ojo del pintor particularmente evidente en sus films, notablemente en sus suntuosas últimas películas y Kurosawa a adaptado las intrigas de autores tan diferentes como Shakespeare (dos veces), Dostoievsky o el autor de novelas policiacas Ed McBain. Entró en el mundo del cine como joven asistente de director y guionista, dirigiendo su primera película, Sanshiro Sugata, a la edad de 33 años. Cinco años más tarde, realiza El ángel borracho, considerada por muchos críticos como el primer film verdaderamente de Kurosawa. Era también, seguramente no por casualidad, su primera colaboración con el actor Toshiro Mifune, quien trabajará conel maestro en quince ocasiones más. (Él era el bandido borracho de Rashomon -una de las interpretaciones más carismáticas del cine del siglo veinte o un hijo de granjero convertido en guerrero en Los siete samurais y un Macbeth japonés en Trono de sangre.)
Rashomon es la película que reveló a Kurosawa al mundo entero y con ello comenzó una relación incomoda con la gloria que se prolongaría durante toda su carrera. Como Stanley Kubrick, tenía la fuerza artística para resistir al compromiso, tanto político como comercial. Pero su propio productor de Rashomon no comprendió el film, que solamente atrajo la atención de Japón después de la formidable acogida en el extranjero. A partir de ahí, Kurosawa encontró dificultades comerciales esporádicas, a pesar de sucesos formidables en Japón como Yojimbo. Sus últimas películas han sido producidas con el apoyo -y el dinero- de Hollywood y de gentes como George Lucas y Francis Ford Coppola. Han sido mayores éxitos en occidente que en Japón, a pesar de los kimonos y las ambientaciones medievales. A su muerte en 1.998, cuatro décadas después de Rashomon, Kurosawa estaba prácticamente olvidado en Japón.
Irónicamente, era un cineasta muy japonés. Aparte de sus soberbios films de samurais, incluidos Yojimbo y Sanjuro, Kurosawa ha contado del mismo modo historias intensas de japoneses ordinarios, contemporáneos, algunos de entre ellos anónimos. El infierno del odio, con Mifune en el papel de un rico hombre de negocios atormentado por un pobre secuestrador, es uno. Estos films me han influido enormemente por su realismo y preocupación por las gentes corrientes. Mi impresión es que, por las películas de Kurosawa, todos podemos conocer el alma del Japón, la fuerza interior de los japoneses. Sin embargo, sus propios conciudadanos, en un gran número, le han acusado de hacer películas destinadas antes que nada a la exportación. En los años cincuenta, Rashomon fue criticada por mostrar la ignorancia y el retraso de Japón con respecto al extranjero -una acusación que hoy parece absurda. En China, he sufrido las mismas acusaciones y utilizo a Kurosawa como escudo. No es muy eficaz, al menos todavía. Quizás dentro de veinte o treinta años, los chinos dejarán de ver mi trabajo con esa estrechez de miras.