[4/4]

Puede que en este relato del sueño encontremos ciertas vías de acercamiento al filme. Vamos por partes. En principio está el título, El sol del membrillo y no "El sol en el membrillo" o "El sol sobre el membrillo". Hay allí una afirmación de que el membrillo tiene un sol. Puede pensarse que es el que aparece en "...los frutos dorados de los membrilleros..." ubicados, en el sueño, en la infancia. Y esa luz es la que López, obstinadamente, intenta atrapar en su óleo: un resplandor que le habla de un tiempo donde sus padres estaban vivos. Pero los frutos "...cuelgan cada vez más blandos..." y "...se están pudriendo bajo una luz que no sé como describir..." pero que, claro está, no es una luz natural. Es, puede conjeturarse, aquella que emana de la civilización tal como se manifiesta en una país central de Europa. Es la que expresan los boletines informativos de la Radio Nacional de España dando cuenta de la unificación de Alemania o de la Guerra del Golfo. Es la luz sombría y artificial, que anula las diferencias, derramada por los televisores encendidos.

Así el lugar donde trabaja el artista solitario se convierte en un espacio de resistencia que, sin embargo, no puede aislarse del transcurrir del tiempo, ese deslizamiento que Erice se obstina en querer representar, poniendo en juego distintas estrategias en cada filme. Aniquilando, en éste, la enmohecida dicotomía entre "ficción" y "documental", diferentes caras de la realidad dice él, términos cuya oposición fue construida por la industria estadounidense muchos años ha y que nunca pudo sostenerse. Documentando el trabajo perseverante de López y convirtiéndolo, casi, en una narración de suspenso: ¿terminará el óleo? y después ¿concluirá el dibujo?, elabora una magistral reflexión -y en esto la película se aproxima a un ensayo tan definitivo sobre el tema como lo fue, en los cincuenta, French cancan de Renoir- sobre las afinidades y las diferencias entre el cine y la pintura. La segunda fija el tiempo, el primero, recordando a Tarkovski, esculpe en el tiempo. Y es el despliegue del tiempo, lo propio del cine y el lugar donde se inscribe el trabajo humano, el que El sol... pone ante nuestros asombrados ojos. Por eso el final y su doble movimiento, aquel que nos constituye a todos: el que se dirige a la vida y el que va hacia la muerte. Por un lado, el membrillero renovado por la primavera, con sus primeros frutos ya despuntando en su fronda, junto a la voz de Antonio López, seguramente aprestándose para otro intento de capturar el sol que tiene el membrillo, tarareando (¿nuevamente Espérame en el cielo?). Y por el otro la dedicatoria: "A Paco Solórzano in memoriam".

IV


Si hay algo que une a Ana, Estrella y Antonio, los personajes protagónicos de los tres largometrajes de Víctor Erice, es el hecho de que los actos que van realizando a lo largo de cada uno de los filmes los hacen avanzar en un camino que desemboca en la diferencia, y que, por lo tanto, como dice el epígrafe pasoliniano, en la ausencia de inocencia. Ana invocando al espíritu, sin dudar en que terminará respondiendo a su llamado; Estrella decidiendo ir al Sur a ver qué encuentra allí para aclararse la figura de su padre y Antonio decidido a no cejar en su intento de capturar pictóricamente el sol que hay en el fruto, más allá de las múltiples diferencias que los separan, quedan solos, en el final, atendiendo a la realización de su deseo y escapando de las acechanzas del mundo que los rodea. Si para Ana y Estrella, la colmena es el lugar del que hay que escapar para poder decirse a sí mismas quiénes son, para Antonio, muchos años mayor que cualquiera de ellas, su colmena es el refugio desde donde poder seguir con su propósito, guareciéndose de cualquier distracción. No deja de ser indicial el hecho de que en las películas que transcurren en los '40 y en los '50 la casa familiar funcione como lugar donde hay que rasgar el velo que oculta, mientras que, en la que sucede en los '90, el lugar de trabajo familiar es donde puede encontrarse alguna certeza: la que otorga el trabajo que lleva realizar una expresión artística. (En él, curiosamente, no se nos muestra ningún aparato de televisión, como aquél que, en El Sur, Casilda anticipaba con su canto gozoso.)

Pero si estos tres personajes comparten el hecho de su diferencia, al menos con relación a los modos de la sociedad, franquista o tardo capitalista, que los rodea, también hay en el discurso audiovisual de Erice una afirmación de diferencia que no es otra que seguir reiterando aquellas preguntas, hoy parece que olvidadas, que ya están en los principios del cine: ¿cómo registrar la realidad? y ¿cómo articularla en el espacio? Mientras, progresivamente y desde los años de El espíritu..., las imágenes cinematográficas se fueron enmascarando con los recursos multinacionales de la tecnología, Erice se empecina, y en esto es tan consecuente como Antonio López, en obligarnos a ver, y reconocer. Sus planos son enteros -"más enteros" como recuerda Enrique en El sol... que les decía un profesor- y permanecen frente a nuestros ojos el tiempo necesario para poder recorrerlos: la prisa ha sido excluida de su cine, elección que, en los tiempos que corren, es un altivo gesto de independencia.

Pero también hay en estos tres largometrajes una suerte de voluntad educativa, en el más alto sentido del término: el que puede albergar el arte. Los recorridos de Ana, Estrella y Antonio, y tras ellos el del propio Erice, tienen la reconfortante virtud de iluminarnos, de ser ejemplares y, por lo tanto, ayudarnos a transitar el arduo oficio de vivir. Como lo son las filmografías, asimismo modelos, de Jean Renoir y Roberto Rossellini.

(Veintisiete años atrás las circunstancias por las que atravesaba mi país, Argentina, me llevaron a España. Además de mis temores y de mi timidez, llevaba conmigo, casi como un amuleto, una imagen que martilleaba mi memoria. Era la de Ana e Isabel acercándose a la casa abandonada, descubierta, en varias y afiebradas sesiones, el año anterior. Recuerdo que desde Barcelona le envié una carta a Víctor Erice, manifestándole mi admiración por su película, que él tuvo la gentileza de contestarme. Como tantas otras cosas, también he extraviado su generosa respuesta. Sin embargo desde ese momento siento, a veces, que estoy en aquel lugar donde nunca el que cae se levanta.)


Emilio Toibero en Tijeretazos [Postriziny]


Emilio Toibero (volcanoscuro6@hotmail.com) es Profesor en Letras de la U.C.S.F, donde ejerció la docencia universitaria. De 1968 a 1976 escribió crítica de cine en el diario "El Litoral", de la ciudad de Santa Fe. Desde 1996 hasta diciembre de 2002 elaboró y coordinó los ciclos de cine del Centro Cultural Parque de España, en Rosario y, en la misma ciudad, desde 1997 viene ejerciendo iguales tareas en el Centro Cultural Cine Lumiére. También realiza videos de creación entre ellos (Una) introducción (posible) a "Perseverancia" (1998), Cada uno sabe (1999) y, en co-dirección, con Mauricio Alonso, Días de 1999 (Una lectura de Konstantino Kavafis) (1999). Durante 2002 dictó un seminario de siete meses de duración: “Aproximación (es) a una(s) historia(s) del cine”, y también, junto con Alonso, desarrolló un ciclo de films no estrenados en Argentina llamado “Ojos bien abiertos”. Durante enero y febrero de 2003 dictó un seminario sobre la producción audiovisual de Edgardo Cozarinsky llamado “De exilios y soledades”, que ha vuelto a repetir desde el segundo martes de abril. Es miembro del staff de Otrocampo. Estudios sobre cine (www.otrocampo.com) y colaborador de Enfocarte (www.enfocarte.com), ambas publicaciones virtuales.