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(Apuntes alrededor de los largometrajes de Víctor Erice)


A Estela Tarquini y Alfredo Reynaldi, camaradas de generación, in memoriam.


"Ay, ser distinto -en un mundo que, sin embargo,
es culpable-significa no ser inocente..."

"Velada Romana", Pier Paolo Pasolini


I


"El productor y los realizadores de esta película no han querido presentarla sin hacer antes una advertencia. Se trata de la historia del Dr. Frankenstein, un hombre de ciencia, que intentó crear un ser vivo sin pensar que eso sólo puede hacerlo Dios. Es una de las historias más extrañas que hemos oído, trata de los grandes misterios de la creación: la vida y la muerte. Pónganse en guardia, tal vez los escandalice, incluso puede horrorizarlos. Pocas películas han causado mayor impresión en el mundo entero, pero yo les aconsejo que no la tomen muy en serio." Las palabras transcriptas son las que dice, desde las imágenes proyectadas en una pared, un atildado caballero que presenta el Frankenstein, de James Whale a la expectante platea de un pequeño pueblo, "un lugar de la meseta castellana hacia 1940" advierte un didascálico, en cuya entrada un cartel indica que su nombre es Hoyuelos. Esto sucede en el primer segmento, al que podría caracterizarse como prólogo, de la opera prima de Víctor Erice, El espíritu de la colmena (1973). Tras los títulos de crédito iniciales, dibujados por las dos pequeñas protagonistas y dos hermanas de una de ellas, después de una leyenda que impregna de sentido a lo que sigue y reza "Érase una vez...", llega una camioneta errabunda, tan desvencijada como la ciudad de la que debe provenir, trayendo la máquina ambulante para proyectar cine y la película. Tras el alborozo inicial de los niños mientras se prepara la sesión, llegan los adultos, con sus propias sillas, y hasta con su hogareño brasero, alguno. Terminadas las palabras introductorias, un pudoroso fundido al negro nos aleja de la improvisada sala para mostrarnos a Fernando trabajando en su colmena. Y cuando volvemos a la proyección ya se nos permite ver, entre el público, a Ana e Isabel, sus hijas, que no apartan sus ojos de la pantalla. Esta introducción previa a la primera aparición del padre, suerte de reconstrucción de la irrupción del cinematógrafo, con carácter paternal, en un lugar perdido de la geografía española, tiene como todos los inicios, un valor semántico esencial.

Si tuviéramos que resumir, tarea vana y hasta innecesaria, cuál es el asunto que piensa, en imágenes y sonidos, El espíritu..., deberíamos decir que, en primer término, es la llegada de una película a Hoyuelos y lo que su visión provoca en Ana que, pese a la advertencia, se toma el Frankenstein muy en serio: quizá porque es su primera experiencia como espectadora cinematográfica, lo que el discurso nunca dice ni tan siquiera sugiere, y como los palurdos Ulises y Miguel Ángel de Les carabiniers no pueda distinguir entre la imagen y la realidad, sea lo que esta última sea. Pero aquello que el filme hace nacer en Ana es lo que ya se nos anticipó: la necesidad de crear un ser vivo. Pulsión que, siempre que no se lo entienda literalmente, puede homologarse con aquella que da lugar a la creación de una película, nacida en las entrañas de alguien que ama al cine.

Concluida la función, en la noche umbría las niñas están ya arropadas en sus camas, acariciadas por la luz lunar que entra por el balcón abierto. Aguardan el sueño, más esquivo que nunca después de las emociones vespertinas. Ana, que bulle en preguntas no puede dejar de inquirir: "¿Por qué el monstruo mata a la niña y luego le matan a él?", dice recordando una situación de la película visionada. E Isabel, mayor, responde, con un placer apenas disimulado producido por su fugaz lugar de autoridad, que todo es mentira en el cine. Pero como si no pudiera contenerse agrega, como para cerrar la cuestión: "Además yo lo he visto a él vivo...", sin siquiera sospechar que con esas palabras está marcando el futuro de Ana. De allí en más, ella no cejará en encontrarlo, aún al precio de darle vida.

Si hay un recurso estilístico predominante en la articulación de los planos en El espíritu... es el llamado fundido encadenado. Un ejemplo. En la escuela una alumna lee un fragmento de "El libro de las niñas": "Yo voy a caer en donde nunca el que cae se levanta...", alza la vista, mira al espectador. Entonces, rápidamente, la imagen se disuelve, para dar lugar a otra: la de Ana que se acerca, para mirar adentro, al pozo de agua cercano a la casa abandonada. (¿Será ésta, y no la que habita la familia, la casa a la que se refiere Teresa, la madre, en una carta a un destinatario cuyo nombre nunca conoceremos, diciéndole que sólo queda, de aquella que él conoció, las paredes?.)