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Ingmar Bergman o las obsesiones plasmadas en celuloide, como si fuesen algo que ya no puede contener más dentro de su mente, algo que se convierte en una necesidad. Porque el verdadero creador nace de la necesidad, de la necesidad de filmar, de escribir, de esa necesidad que te empuja hacia un encuentro contigo mismo para intentar explicarte determinadas cosas que se escapan de la razón.

Ingmar Bergman nace en Upsala en 1918, en el seno de una familia luterana. Su padre era pastor. Recibió una educación muy rigurosa que, sin duda, sería la que marcaría su vida. Estudió arte y literatura en la Universidad de Estocolmo. Después de escribir cuentos, novelas y obras teatrales, en 1940 se dedicó de lleno al arte escénico, llegando a convertirse en el director del Real Teatro Dramático en 1958. A Bergman le conocemos por su cine, pero no es solo un cineasta. Bergman es un autor teatral, un fantástico escritor, autor de novelas ("Conversaciones íntimas", "Niños del domingo", "Las mejores intenciones", etc.) y de un libro de memorias.

Podríamos abordar la obra de Bergman de distintas formas. Dos caminos posibles: Uno es distinguiendo las películas en blanco y negro de las de color y otro distinguiendo tres etapas según la temática de sus películas, su evolución como artista y su modo de narrar historias en imágenes.

Del primer modo, es decir, distinguiendo la etapa en blanco y negro de la de color, cabe destacar que en la primera consigue obras maestras indiscutibles ("Persona", "El séptimo sello", "Fresas salvajes") y nos encontramos ya con una pésima visión de la vida, aunque ésta todavía no llegue a ser la que descubriremos posteriormente. En la segunda etapa, Bergman termina por desplegar ese ejercicio estético que esbozó en la primera, de dejar ese sello inconfundible en cada plano, por el que alguien sería capaz de reconocer cualquiera de sus películas a través de un solo fotograma. Aquí el color hay ocasiones en que termina por dar sentido a la película y llega a adquirir una dimensión que pocas veces ha tenido en el cine. Bergman expresa su punto de vista más angustioso, desesperado, desasosegaste, triste y amargo acerca de la vida, e incluso, en ocasiones, dominado como por una especie de desorden o caos.

La segunda forma de aproximarnos esquemáticamente a su obra, es diferenciando tres etapas según su temática, aunque esto tampoco termine de ser algo muy claro. De modo que tendríamos una primera etapa donde encontramos distintas comedias que empiezan a dibujar un mundo muy personal acerca de la pareja y el matrimonio. Esta etapa empezaría con "Crisis" y llegaría hasta 1956 con "El séptimo sello", primer gran punto de referencia. Desde "El séptimo sello" hasta "Persona" asistimos a la mejor etapa de Bergman. La tercera y última sería la que comprende desde "Persona" hasta "Fanny y Alexander", donde realiza verdaderas y auténticas obsesiones.

Suele ser tema de discusión el hecho de si el cine puede llegar a superar alguna vez a la literatura. No vamos a discutir este tema, pero Bergman sabía que el cine en muchas ocasiones era capaz de superar a la literatura. Y no solo lo afirmaba, sino que fue capaz de llegar a demostrarlo.

Es fundamental para enfrentarse a estas películas tener en cuenta que él no resuelve nada, no soluciona. Bergman plantea sus obsesiones y preocupaciones y con ello, entre otras cosas, nos ayuda, incita e invita a reflexionar. Ayuda, incluso, a conocernos a nosotros mismos. Los finales de sus películas quedan abiertos. Suelen ser un fundido en negro que, sin nada más, lo que hace es llevarnos directamente a la reflexión sobre todo lo visto.

Descubrir a Bergman es acercarse a la idea de la muerte expresada en su forma más sincera, despojada y descarnada. Es plantearse desde un punto de vista casi obsesivo la idea de la existencia de Dios. Es indagar y explorar las relaciones humanas, bien sean relaciones entre padres e hijos, o relaciones sentimentales de pareja, por supuesto, sin dejar nunca de lado el sexo. Ver un Bergman es como quedar atrapado por el pasado y a la vez recuperarlo. El pasado es el verdadero tormento. Eso lo sabe y se descubre. Se nota en la forma en que están planteados esos guiones, se ve en la forma en que están escritos los diálogos, se descubre en el modo en que están escritas sus películas. El pasado es el que encierra y resume a las personas. El que guarda nuestra forma de comportarnos. Allí donde se encuentra encerrada toda nuestra existencia. Siempre habrá una mirada nostálgica. Una mirada hacia atrás. Un recuerdo. El pasado siempre se encontrará en nuestro presente.

Ver un Bergman es ver La Piedad de Miguel Ángel esculpida en fotogramas. Es descubrir actores sobresalientes de la talla de Liv Ullmann, de Bibi Andersson, de Victor Söjstrom, de Max Von Sydow, de Erland Josephson, de Ingrid Thulin, de Gunnar Bjönrstrand. Es descubrir como se escriben las películas y aprender a expresar los sentimientos. Es degustar con perplejidad y asombro ese plano memorable que abre "El séptimo sello" donde la muerte y Max Von Sydow juegan una partida de ajedrez. Es ver la visión global que tiene del arte al saber como utilizar la música clásica con un sentido extraordinario dentro de sus películas. Mozart en "Persona", Bach en "Gritos y susurros" o "Fresas salvajes", Chopin en "Sonata de otoño". Bergman sabe fundir el arte con la vida, y eso que tanto le preocupaba, el sueño y la realidad, en esa constante búsqueda de nuevas formas de narrar. Es confundir la realidad con los sueños y los sueños con la realidad. Es descubrirse a uno mismo la precisión de esas frases tan afiladas, que casi sientes que te pueden cortar. Frases muy agudas, que se clavan donde uno menos lo espera. Ver un Bergman es descubrir la agonía, el sufrimiento y el dolor que puede llegar a ofrecernos la vida. Es el color rojo. Es descubrir a un fotógrafo o un iluminador como pocos ha dado el cine, Sven Nykvist. Es ver y comprender a la mujer como pocos la han comprendido y es acabar con muchos tópicos que rodean a éstas. Es ese modo en que dos mujeres se muestran afecto acariciándose con el reverso de la mano, o, incluso, ese modo en que las hace hablar de sus secretos y es que una amistad entre mujeres es distinta a una amistad entre hombres. Los hombres son más comedidos. Una amistad entre dos mujeres Bergman sabe que puede llegar a ser igual a una historia de amor. Ver un Bergman, o más bien, terminar de ver un Bergman, es volver a plantearse la vida de nuevo.