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Otra cuestión que las películas suelen eludir en sus representaciones del exterminio , al menos las que conozco, es que el pueblo judío no fue el único colectivo exterminado por el nacionalsocialismo, aunque sí el que mayor cantidad de víctimas tuvo. También los gitanos, los homosexuales, los disminuidos mentales y los epilépticos fueron perseguidos y asesinados aduciendo, igualmente, la necesidad de ir construyendo un futuro donde esté garantizada la pureza de la raza. Porque el proyecto particular de los nacionalsocialistas afectaba directa, aunque no exclusivamente a los judíos.

¿Cómo era ese proyecto. Se puede enunciar simplemente: limpieza del espacio habitable por los dueños de la casa. Todo lo que fuera considerado nocivo, dañino o simplemente impropio debía ser eliminado. Los nazis sólo cumplieron con una de las máximas que vertebran la apariencia de la vida familiar burguesa: "poner en orden la casa propia". Para ello partieron de una clasificación elemental: quiénes tienen derecho a vivir en ella y quiénes no. A estos últimos debía hacérselos desaparecer. Más que una ideología racista la de los nazis era una ideología profiláctica, higiénica, desinfectante: de un lado, lo limpio, lo puro, lo impoluto; del otro, la suciedad, las impurezas, la basura. De modo tal que las teorías racistas estaban subordinadas a la gran teoría profiláctica, complementándola. Ya hacía mucho que los alemanes (y los ingleses y los franceses) habían elaborado complicadas teorías racistas, pero lo que hicieron los nazis fue poner esas teorías racistas al servicio de una teoría más potente, de naturaleza clínica: como medida de profilaxis, en un espacio bien ordenado, los puros no deben mezclarse con los impuros. [4]

Esto está inquietantemente expresado en una anécdota que narró Jorge Semprún [5], prisionero en Buchenwald, en tanto español, es decir no ario, y comunista. Tuvo la suerte de sobrevivir y, tan pronto fueron liberados aquellos pocos que escaparon al exterminio, hizo al fin lo que desde el encierro del campo siempre había deseado hacer: se dirigió a una hermosa casa de campo alemana, situada sobre una espléndida colina, justo enfrente del campo de concentración, casa a la que no había dejado de ver desde su encierro. Una vez fuera, quiso invertir la posición: mirar el campo desde la casa.

En ella vive una respetable señora mayor, de cabellos grises, que, aunque, un poco asustada al principio, accede a enseñarle el interior de su acogedor hogar. Lo que busca el recién liberado está en el primer piso: el gran balcón donde suele reunirse la apacible familia. Una impresionante vista sobre el campo, incluida la chimenea gigantesca del crematorio: como quien dice entrada preferencial para la visión del espectáculo cotidiano. Al preguntar el ex-prisionero a la amable dama qué pensaban cuándo en la noche, todas las noches, veían elevarse hasta el cielo las llamas incesantes, ésta sólo acierta a decirle que también perdió a sus dos hijos en la guerra. Por lo demás todo había transcurrido tranquila y ordenadamente en aquella agradable casa cuyos habitantes disfrutaron todos los días, contemplando la atareada actividad de un campo de muerte, de la manera en que una ama de casa, serenamente, desde su sillón vienés, contempla como su empleada doméstica realiza con eficacia las tareas de limpieza. A esta ama de casa que se limita a mirar, en la que, en mayor o menor medida, todos nos podemos reconocer en algún momento de nuestras vidas, podemos asociarla con el espectador que aparece en el final de El proceso, esa inmensa novela de Franz Kafka que recorrida hoy, entre muchas posibilidades de lectura, se nos ofrece como un texto profético. En el penúltimo párrafo de la novela, en el anterior a aquel en que los dos ejecutores matan a Joseph K, está escrito lo siguiente, tal como lo tradujo Isabel Hernández para Ediciones Cátedra: " (...) Sus miradas recayeron en el último piso de la casa que lindaba con la cantera. Del mismo modo en que palpita una luz, así se abrieron de par en par los cristales de una ventana; una persona, débil y delgada por la distancia y la altura, se inclinó de golpe hacia delante y extendió los brazos aún más hacia delante. ¿Quién era? ¿Un amigo? ¿Una buena persona? ¿Uno que tomaba parte en ello? ¿Uno que quería ayudar? ¿Era uno solo? ¿Eran todos? ¿Era aún una ayuda? ¿Había objeciones que habían olvidado? Seguro que había alguna." Hasta aquí la escritura de Kafka. Los ecos que despierte en cada lector, le pertenecen.

Ahora bien ¿cómo representar con los medios que son los propios de la expresión cinematográfica, o con los de otras expresiones artísticas, aquello que ni tan siquiera puede decirse? Hablo de aquel horror que no encuentra lugar dentro del discurso y que, por lo tanto, no se puede comunicar. Como escribió el poeta argentino Juan Gelman: "¿Cómo dar cuenta artísticamente de esas catástrofes? ¿Hasta qué punto su representación está tironeada por la doble necesidad de recordar y olvidar? ¿Es posible decir lo indecible? ¿En qué lugar confluyen la libertad artística y la ética del dolor para que el dolor sea libre y ética su representación? ¿No hay otro acercamiento artístico al horror que el indirecto?" Y concluye Gelman: "Las respuestas sólo pueden encontrarse en la obra de cada creador". Que es lo que nosotros, sumariamente, vamos a intentar ahora.

Pienso que podríamos delimitar, provisoriamente, categorías de films, dentro de aquellos que conozco, abocados a pensar, pues como afirma Gilles Deleuze el cine piensa la realidad a través de las formas que le son propias, desde lugares muy diversos, y a veces enfrentados, la Shoah.

Habría un primer grupo de films que son los que dan cuenta cinematográficamente de la existencia de los campos de concentración y de los de exterminio, entre los que estaría, por ejemplo, el cortometraje documental francés Nuit et brouillard (Alain Resnais, Francia, 1955). Suele afirmarse que es la primera película sobre los campos de exterminio lo que podría ponerse en duda, pareciéndome más preciso afirmar que es la primera película sobre ellos que tuvo circulación en las salas de cine.


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[4] Esta idea está más generosamente desarrollada en Nuño, Juan. La escuela de la sospecha. Nuevos ensayos polémicos, Caracas, Monte Ávila, 1990, de donde fue tomada.

[5] En Le grand voyage, 1963. (Hay traducción castellana: El largo viaje, Barcelona, Seix-Barral, 1993).