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Becker

- Su gusto por lo clásico, su obsesión por la perfección le hacen considerar todas sus películas como borradores. ¿Porqué?

- Porque no es hasta después de haber terminado una película, cuando está lista para salir en las salas, que uno percibe la inmensidad de cosas que podría haber hecho y que no ha hecho. Es en ese momento, cuando uno tiene necesidad de volver a empezar... ¡Cómo hizo Becker con La evasión [1]! No contento del «borrador» que es toda la película filmada, Jacques Becker volvió a rodar enteramente La evasión... en mis estudios de la calle Jenner. Hacía 20, 25, 28, 30, 33... tomas por cada plano, para utilizar cada vez la primera, la segunda, la tercera o, como mucho, la sexta. Era la perfección a la inversa... Recuerdo que al final de la vigésima toma, encontraba todavía la necesidad de volverse hacia Jean, su hijo, para decirle «Si» con la cabeza. Parecía escuchar lo que decía Jean. ¡Increíble!

- Cada vez que habla de La evasión, sentimos que esta película tiene un lugar aparte en su corazón.

No solamente por la película, que considero uno de las más bellas películas del mundo, sino también por Jacques.

Becker ha sido el único realizador francés que se ocupó de mi cuando estaba solo. Un día, en 1948, recibo una llamada de teléfono: «Buenos días, soy Becker. Esta mañana, he visto, en compañía de Jean Renoir, El silencio de la mar, y querría tomar una copa con usted.» Yo era un joven tímido y me costó preguntarle que pensaba de mi película. La había encontrado formidable y empezó a tutearme. Me conquistó. Cuando le pregunté, siempre tímidamente, cual había sido la reacción de Renoir después de la proyección, «Bueno», me respondió, «Jean me ha dicho una cosa que no era nada amable conmigo, que El silencio de la mar [2] era la película más bella que había visto en quince años». ¡Maravilloso Becker!

Para que veáis hasta que punto Becker ha jugado un papel importante en mi vida, voy a contaros una pequeña anécdota: un día estaba, con mi mujer, en el café Dupont-Ternes, frente al Cinéac-Ternes que acababa de reestrenar Los niños terribles [3]. Tenía 35 francos en el bolsillo: 30 francos para una Coca-cola y 5 francos para la propina. Era la primavera del 50. ¡Hace entonces 20 años de esto! Por varias razones, había tomado la decisión de abandonar definitivamente el cine. No podía más. La tarde anterior, había ya hablado de esto, en un banco de la avenida Montaigne, con un viejo amigo que adoraba, Pierre Colombier, el viejo realizador francés, hermano del decorador, que había acabado hecho un vagabundo. Este viejo, miserable, que no tenía un duro después de haber sido el rey de París, había tenido la fuerza de levantarme la moral. «¡No tienes derecho a hacer eso! Es un oficio muy difícil, cierto, pero ¡es el oficio más bello del mundo! Créeme». Y para convencerme mejor, me habló de la época en la que rodaba películas: El rey de los gorrones, Los reyes del deporte, etc. Sus palabras me habían devuelto el aplomo pero no lo bastante para que abandonará mi decisión de dejarlo todo al día siguiente. Estaba pues en el café junto al Cinéac-Ternes, cuando, en el momento de irnos, de la sala del fondo sale Jacques Becker acompañado de Daniel Gélin. «Es increíble, exclamó Becker al vernos, llevamos sentados dos horas aquí, hablando de Los niños terribles que acabamos de ver. Es una película formidable...» No podía ni tan siquiera pedirles que querían beber, pero después de habernos abandonado, mi mujer y yo, cuando hemos subido a nuestro viejo auto oxidado, estábamos serenos, felices... Era la señal, no es así... ¡y no abandoné el cine!

Jacques Becker murió de un hemocromatoma. Su organismo fabricaba hierro que no llegaba a eliminar. ¡Cuando murió, se transformó en una estatua de hierro! Era bello, muy bello, Jacques Becker, en su lecho de muerte. ¡Os aseguro que la gente que lo vio no lo olvidarán jamás!

Vi La evasión, una mañana en el Marignan. En el palco estaba Jean Becker y el director de la sala. En el anfiteatro, mi mujer y yo. Solos, los dos, en esa inmensa sala. Jean sabía que era un amigo de su padre. Cuando volví a mi casa, después de haber visto esa obra maestra, estaba tan turbado que me acosté.

El día del preestreno de La evasión, René Clément lloraba. Viendo esto, Jean Rossignol se acercó a mi para confiarme: «¿Sabes porqué llora? ¡Porque no es él quién ha rodado La evasión!»


[1] Le trou, de Jacques Becker
[2] Le silence de la mer, 1947
[3] Les enfants terribles, 1949


[Le cinéma selon Jean-Pierre Melville, de Rui Nogueira, Cahiers du cinéma]