Revisitando
Bande à part
"Los
imperios se desmoronan, mis amigos, las repúblicas se hunden,
los tontos sobreviven" (Línea de diálogo dicha
por Monsieur Segale, personaje de brevísima aparición,
a Franz, uno de los protagonistas)
I
La secuencia ocurre en un bistró parisino. Odile (Anna
Karina) se levanta de la mesa, que comparte con dos jóvenes,
para ir al baño. Desciende una escalera y atraviesa un espacio
donde brilla una mesa de billar, tan parecida a aquella alrededor de
la cual Naná trazaba una danza enloquecida en Vivre sa vie,
mientras se oye, lanzado en la banda sonora con la fuerza de un escupitajo,
uno de los temas axiales de Les parapluies de Cherbourg (claro
está, la música de la banda sonora del séptimo
largometraje de Jean-Luc Godard, ubicado entre Le mépris
y Une femme mariée, es de Michel Legrand: su nombre, en
los títulos de crédito iniciales, está rodeado
por la siguiente leyenda: pour la derniere fois (?) a l'ecran la
musique de...).
|
|
|
En
la mesa han quedado Franz (Sammi Frey), de cuyo apellido nunca tendremos
noticia -aunque sí la tenemos, remarcada por la apariencia física
del actor que lo interpreta- y Arthur (Claude Brasseur), que lleva por
padre alguien cuyo nom de famille es Rimbaud. Hablan entre ellos.
Franz dice: "A veces, se esconden mejor las cosas cuando se las
deja al descubierto. Yo leí sobre ese truco en un cuento americano.
Una carta que la policía buscaba estaba 'escondida' sobre la
mesa." La referencia es a Poe, vía Lacan si se piensa en
el momento de su estreno: 1964, pero también puede entenderse
que es al film mismo. Nada hay para descifrar en Bande à part,
todo está a la vista -como la casilla del perro donde Stoltz
y Victoria esconden el dinero- sólo hay que saber verlo en este
Godard temprano, rodado a sus treinta y tres años. La anécdota
es lo de menos: apenas existe. Dos muchachos obligan, ¿obligan?,
a una chica a cometer, junto a ellos, un robo en la casa de su tía.
El atraco se frustra parcialmente, uno de ellos muere y el otro embarca
con la joven, y mucho menos dinero del que imaginaba, rumbo a los "países
cálidos".
II
"Los
que no conocen el cine de los '60 no saben lo que significa la alegría
de vivir", sentencia Bernardo Bertolucci en Le cinéma
des Cahiers. Cinquante ans d'histoires d'amour du cinéma,
el bello filme de Edgardo Cozarinsky. Puede acordarse o no con este
juicio, pero no puede negarse que, tras su fundamentalismo, esconde,
probablemente, algo del orden de lo verdadero. Bande à part
lo prueba. Un ejemplo: volvemos al bistró. "Si no
hay otras ideas tengamos un minuto de silencio", dice Franz a Odile
y Arthur. Entonces, inesperadamente, la banda sonora enmudece durante
un exacto minuto. Más allá de la obvia relación
que la estrategia establece entre el accionar de los personajes y la
construcción del filme, ese minuto de silencio, único
quizá en la historia del cine, ataca a los espectadores por sorpresa,
los desconcierta primero y luego los encanta, los aproxima a una sensación
que, a lo mejor, tenga que ver con la felicidad, palabra enigmática
si las hay. Pero éste no es el único momento. Hay otros
que esplenden: el baile en el ya familiar bistró; la magistral
clase de inglés donde los lábiles sentimientos de los
protagonistas se explicitan a través de algunos fragmentos de
Romeo and Juliet que deben traducir y de los sentidos que éstos
provocan al encontrarse con sus rostros; la canción que canta
Odile, nueva Zazie dans le metro; la pelea entre Arthur y su
primo observada por sus tíos con los movimientos con que seguirían
las alternativas de un partido de tenis; la desenfrenada carrera por
el interior del Louvre para vencer un récord establecido por
un estadounidense y, por sólo citar algunos, el paródico,
irresistiblemente cómico, duelo con armas cercano al final. Pero
si esta última situación invita, por su deliberada inverosimilitud,
cuando menos a la sonrisa, en su desarrollo aparece el narrador -¿es
la voz de Godard?, sospecho que sí- musitando un texto de muy
alta intensidad poética que genera una particular fricción
con la banda de imágenes. Las palabras, que no puedo no incluir,
son éstas: "El último pensamiento de Arthur fue acerca
del rostro de Odile. A través de la oscura niebla vio al pájaro
de la leyenda india, que al no tener pies nunca descansa. Duerme sobre
los altos vientos y sólo cuando cae muerto pueden observarse
sus grandes y transparentes alas. Su pequeño cuerpo puede ser
sostenido entre las manos." Este choque entre los sonidos y las
imágenes, magistralmente iluminadas por Raoul Coutard, es una
de las operaciones más intensivamente utilizadas por Godard en
el filme, así como en toda su filmografía, en su búsqueda
de desarticular un único significado impuesto para abrir puertas
a múltiples sentidos. A instantes irrepetibles que, recordados
después de la visión, pueden aproximarse a la sensación
que a cada uno le provoca la felicidad.
|