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Leve como el tic-tac de su reloj de pulsera, ligero y silente como el paso veloz de un gato por la estancia cerrada de su conciencia, reconoció Manuel Izquierdo que había muchos como él, todos los cuales eran vasijas demasiado frágiles para contener la plenitud divina -o cualquier clase de plenitud por largo tiempo.

Llueve y llueve en el interior del mundo. Un interior que para ser comprendido con toda propiedad no requiere la contrapartida de ningún exterior imaginable o pensable. Lluvia somera, caudalosa, epitelial, que acerca a la ciudad el otoño del campo. La fugacidad de los pensamientos pensados y de los amores vividos y de los odios congelados en el congelador de una luna de tiza trabada, japonesa, entre las imaginarias montañas y ramas sepias de un grabado delicadamente impreso sobre tela de arroz. Se le ha hecho tarde ya. Hora de cenar. Hora de ver las noticias. Y Manuel se duerme nada más acostarse, sin sorpresa ya, sin sobresaltos ya, y sin dioses.

- Qué pesadez, otra vez las navidades -comentó África Gómez al salir de la oficina, con Manuel, al día siguiente por la tarde.

África llevaba mes y medio en el banco: un contrato basura de tres meses. Y luego a casa otra vez, a esperar que la llamaran. África era, a juicio de Manuel, inverosímilmente, increíblemente guapa. Más guapa que Miss Mundo de la India. Muchísimo más guapa que las chicas espigadas que iban y venían por Serrano y por Goya y por Manuel Becerra (Manuel había recobrado, a los 50, el gusto de la belleza femenina. Una emoción que surgía ahora, como nueva, a imagen y semejanza quizá de la viva emoción que sintió por sus dos antiguas novias, Rocío y Genoveva, meras voces ya, desanimados propios nombres. Sólo con verla ya dan ganas de vivir, pensaba Manuel mirando a África. Durante 50 años, pálido en lo pálido, con sus decorosos sentimientos, comprimidos dentro de la caja de sorpresas de la conciencia de Manuel, a sabiendas de que el resorte que haría saltar la tapa y el muñeco por los aires, de un brinco, era menos tenso cada vez, más limitado, casi sólo epidérmico, como su curiosidad por los asuntos filosóficos y teológicos. El decoro de Manuel se diferenciaba del decoro de sus padres en que el de sus padres resplandecía al envejecer y entrechocaba como los maíces y los bambúes arrebatados por los vientos con ocasión de cualquier fiesta o entretenimiento o viaje en autobús del Inserso a Benidorm. Son más jóvenes que yo, Manuel pensaba. Su decoro se ha vuelto, con la edad, belleza, integridad, sentido asentido. Su pulcritud se ha profundizado, mientras que en mí se ha vuelto toda epidermis, una camisa de culebra. Pero todo cambió a partir de octubre, con la majestuosa aparición alegre de África en la sucursal del Central Hispano. Belleza es lo que complace al sentido de la vista, a simple vista, a todos los sentidos. Por fin Manuel lograba entender la caracterización de la belleza como propiedad trascendental del ente en cuanto ente. En lugar de viruelas, pensaba Manuel, a la vejez: la claridad y la belleza de África y Madrid. Puto y falsificante el refranero español.


Aquella tarde, África le pareció tan inmensa como el otoño que deja, por un día, de aborrascar el cielo de Madrid y, relimpio, el imaginario éter claro y seco se disuelve sin tiempo en el tiempo de una ficticia noche.

Manuel dijo:

- Una pesadez, desde luego, y más aquí, con tanto comercio a ambos lados de la calle de Alcalá.

- Redicho, Manuel. Tantas tiendas a ambos lados es casi lo mejor. Esto es Vida. Madrid Baden-Baden. Lo que me cabrea es que tengamos a la fuerza que celebrar las navidades sin que nadie sepa qué celebra.

- Pero tú si lo sabes -sugirió Manuel, y África relampagueó y dijo:

- Yo si lo sé, Manuel, porque soy lista, se celebra el consumismo salvaje del capitalismo salvaje que ha inventado El Corte Inglés, me refiero a las grandes superficies, para que nos gastemos lo que no tenemos y además, encima, nos encante. Imbéciles.

- Dices eso por decir. Sabes de sobra qué significan estas fiestas.

África replicó:

- Claro. En un examen tipo test en el que hubiera que elegir entre tres ideas de la Navidad, yo elegiría la correcta...

- Que es...

- Es la Encarnación del Verbo -dijo Africa-, la encarnación del logos, la encarnación de Dios. Dentro del interior de Dios, que nadie conocía ni conoce, hubo una fractura, hay una fractura, que tradujo la terminología del infinito, que nadie entiende, a la terminología humana, tuya y mía y de todos los demás. Que todos podemos entender, aunque no toda de una vez, sólo por partes, por lenguas.